Breve historia de la solidaridad y procuración de fondos en América Latina (I)

¿Cuál ha sido la evolución de las organizaciones de la sociedad civil en en la Región durante los últimos 50 años? Daniel Q. Kelley arroja luces sobre el pasado, presente y futuro de la procura de fondos en Latinoamérica en este controversial análisis que presentamos en tres entregas

Espero que las siguientes reflexiones sobre América Latina puedan ser útiles para el lector que no conozca bien la Región. Son generalidades. Por supuesto que cada uno de los países tiene su propia historia.

Antes de la década del 70 había pocas organizaciones de la sociedad civil  (OSC) incluidas las que dan donativos y las que los buscan, independientemente de  si tenían personalidad jurídica o no. Las que existían eran de dos tipos. Un grupo consistía en fundaciones familiares, la gran mayoría de las cuales no otorgaban donativos, sino que administraban una escuela, una clínica, un comedor para niños, etc. El otro grupo administraba los mismos tipos de obras, pero dependía de subvenciones otorgadas por terceros, es decir, del Estado, de los ricos, o de una religión (la Católica, en los comienzos). Había un cierto solapamiento entre estos dos grupos: por ejemplo, una fundación familiar podía dedicar su fortuna a un hospital llevado por monjas.

La escasez de las OSC se explica en gran medida por el carácter vertical de las sociedades latinoamericanas. España, Portugal y Francia exportaron sus estructuras sociales jerárquicas y sus gobiernos centralizados a sus colonias. Los pueblos indígenas ya estaban acostumbrados a este tipo de régimen: al igual que los europeos, los incas y los aztecas no eran demócratas. Para los servicios sociales, los colonos y colonizados no valían por sí mismos, sino que miraban hacia arriba, a la Iglesia, el Estado o las pocas familias ricas. Esta actitud de dependencia voluntaria ha cambiado de forma en el transcurso del tiempo, pero perdura hasta el día de hoy.

Además, muchos de los países de la Región tenían una población mayoritariamente pobre, y los pobres no tienen ni el tiempo ni los recursos para crear organizaciones de la sociedad civil. Una clase media con ingresos disponibles era casi inexistente en la época colonial y ha crecido muy lentamente desde entonces. En efecto, América Latina fue la región más “desigual” del mundo hasta el 2012, cuando China – si es que podemos llamarla una región – la superó[1].

Las instituciones jerárquicas y la pobreza han contribuido a que los países de América Latina sean sociedades que se han llamado de “baja confianza[2] , es decir, países en los que las personas son especialmente cautelosas a la hora de asociarse con, y por supuesto dar dinero a, personas que no son de su familia. La caridad empieza por casa … y allí se queda. Si tenían pocos recursos, los dedicaban a sus hijos, padres, abuelos, nietos, primos, primos segundos, primos terceros, etc. Si tenían muchos recursos, es posible que los compartieran con los de afuera, pero sólo bajo sus términos y condiciones: sus parientes dirigían la escuela o comedor de su fundación.

Las tendencias a la dependencia y a la desconfianza, dos fuertes corrientes en la cultura latinoamericana, explican por qué las OSC tienen mucha dificultad en obtener donativos. La gente supone que las OSC reciben dinero de lo alto: de las familias e instituciones, y ahora de las empresas, “que tienen dinero”. No hay tradición de procuración de fondos porque no hay tradición de dar a las personas ajenas a la familia, salvo en el caso de desastres. No es cuestión de egoísmo, sino de un tipo diferente de generosidad.

Para el año 1970 algunas fundaciones de Estados Unidos se habían sumado a las filas de “los que tienen dinero”. A la par con el gobierno de los EEUU y algunos gobiernos europeos, las fundaciones hicieron un valioso trabajo, sobre todo en los campos de la agricultura y la educación. Pero también contribuyeron a aumentar la dependencia de las OSC locales que los extranjeros contrataban para prestar servicios al público, sobre todo los que tenían que ver con los preservativos y píldoras anticonceptivas.

Las décadas del 70 y 80

En los años 70 aumentó en mucho el número de las OSC, incluyendo los movimientos sociales más o menos organizados . (No estoy considerando los movimientos políticos.) Una de las razones de ese crecimiento fue la entrada de nuevos donantes en el Sur: más empresas del Norte que oyeron hablar del nuevo “El Dorado”: el aumento de los productos brutos y de los ingresos familiares. También, más fundaciones norteamericanas y europeas comenzaron a trabajar allí, porque querían ser más internacionales y porque tenían más campo en la Región que en otras partes. Las OSC de las Américas no durmieron la siesta. Nada más sentir el olor del dólar, los emprendedores sociales — de cualquier parte del mundo– inmediatamente se ponen a pensar en cómo ayudar  el que lo tiene a que lo suelte.

Dicho eso, la razón principal por la que el número de OSCs dio un salto hacia arriba en los años 70 fue la década de los 60. Es decir, tres movimientos comunitarios de los 60 reforzaron el impulso asociativo que forma parte de la naturaleza humana. El primero fue el movimiento hippie. Voy a simplificar, despojando por el momento a los hippies de cualquier teoría o acción política . Entonces se puede decir simplemente que ese movimiento era anti-autoritario: en contra de todo lo que viniera “desde arriba para abajo” y a favor de todo lo que fuera “desde abajo, desde la base”. Fue un movimiento que idealizó las pequeñas comunidades, las supuestamente autosuficientes, las que tienen “una escala humana”, las que abrazan más que la familia pero menos que una ciudad grande… y amor por todas partes. Pues, bien: ideales, ingenuidad, y alguna locura que otra. Pero el legado, a nuestro propósito, es lo comunitario del fenómeno de los hippies: esta persona es una desconocida, pero puede llegar a ser una compañera, incluso una amiga.

El segundo movimiento mete la política en la mezcla: los movimientos de protesta en todo el Occidente, incluyendo América Latina. Inclusive cuando no se logró ningún cambio político, la escala y la distribución geográfica de las manifestaciones, denuncias y demandas, transmitidas en vivo por la televisión que era cada vez más ubicua, inspiraron a muchas personas a unir sus esfuerzos para exigir cambios por parte de los que dominaban sobre ellos. Muchos ciudadanos formaron grupos para reclamar, con más o menos estrépito según el caso, los libros escolares para sus niños, el agua, el pavimento o la justicia que se les había prometido. Algunos que se hartaron de la falta de respuesta se hicieron revolucionarios.

El tercer movimiento tomó como bandera “la opción preferencial por los pobres” izada en esos años más alta que nunca por la Iglesia Católica. Durante siglos, el clero y los religiosos de América Latina—con el apoyo de miembros laicos y, a menudo, del estado—estuvieron a la vanguardia de la atención los pobres. Con nuevo esfuerzo en los años 60 y 70 Juan XXIII y Pablo VI exhortaron a la Iglesia en todo el mundo a no sólo administrar las parroquias, los hospitales y las escuelas fundadas por sus antepasados valientes, sino a salir de sus despachos y a evangelizar a los pueblos,  preocupándose no sólo de lo espiritual sino de lo material. (Tema cíclico: Francisco no es el primero.) Los sacerdotes diocesanos, los religiosos y las religiosas respondieron con entusiasmo, organizando “comunidades de base” para adorar, estudiar, y prestar servicios sociales y de desarrollo económico. Esas comunidades eran democráticas, las más de las veces. A menudo se enfrentaron con los gobiernos locales, provinciales o nacionales, exigiendo servicios y justicia por parte del gobierno. A veces abrazaron la “teología de la liberación“, que es marxista en el fondo, y algunos tomaron armas. La Iglesia rechazó esa ideología pero no la promoción de los pobres.

Como resultado de estos tres movimientos, que fueron amplificados por muchos nuevos televisores y teléfonos, fue que los ciudadanos se unieron en decenas de miles de nuevas OSC y éstas fueron calificadas como izquierdistas. Ya estaban las tradicionales fundaciones familiares que mantenían los orfanatos tradicionales y los teatros de ópera tradicionales y los comedores tradicionales y de repente ¡hippies! ¡malcontentos! ¡monjas comunistas!. ¡Financiados por fundaciones de Estados Unidos y hasta suecos! ¡Por no hablar de Cuba y Rusia! La inquietud de siempre acerca de esa sociedad civil floreciente se difundió de la gente que había tenido dinero a las que lo iban ganando. Debido a esos tres movimientos, la desconfianza de siempre por parte de los profesionales y demás adinerados creció. Además, las desigualdades de ingresos y de oportunidades iban estallando en grandes divisiones políticas, golpes militares e insurrecciones violentas. Si antes una persona tenía  una mala impresión del sector social, en la década de los 80  esa impresión se reforzó.

Aunque las muchas OSC que se opusieron a sus respectivos gobiernos no tuvieron la  posibilidad de establecer una personalidad jurídica, sin embargo muchas recibieron fondos extranjeros “por debajo de la mesa”. Las otras OSC tenían que soportar el largo itinerario de siempre dentro del laberinto de la burocracia desconfiada para finalmente convertirse en entidades legales. Hoy día, incluso para la más inocente de las asociaciones, en algunos países ese viaje dura más de un año.

No sólo las OSC opositoras dependían de las fundaciones y gobiernos extranjeros. Las que apoyaban su propio gobierno obtenían subvenciones y contratos estatales para prestar servicios al público. Los donativos del gran público seguían siendo escasos. Los 60 habían sido buenos para muchas familias, los 70 también (sobre todo los primeros años), los 80 eran malos para la mayoría, pero daba igual: dar a los no-familiares no era la costumbre ni en las buenas ni en las malas épocas. Si bien había algunos profesionales en la obtención de fondos que trabajaban tiempo completo por universidades, museos, etc, no existía una profesión per se: ningún libro, ningún curso, y sólo un puñado de consultores.[3]

 


[1]  “La mayor excepción a la tendencia general a la alza [nota: en la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini] es América Latina, durante muchos años el continente más desigual del mundo”. [Economist, 13 de octubre de 2012, traducción del autor del escrito presente.] “… de acuerdo a una nueva encuesta … en 2010 … el coeficiente de Gini [de China] fue de 0,61 … ” [Economist, 15 de diciembre de 2012] El coeficiente de América Latina es de 0,5: ver otro pie de página del escrito presente.

[2] Cfr. los libros The Central Liberal Truth de Lawrence Harrison y Trust de Francis Fukuyama.

[3] Ya a finales de los 60, Milton Murray, un reconocido recaudador EE.UU. nacido en Argentina, viajó a la región con frecuencia, tratando de empezar la profesión. Le llevaría décadas.