La idea se originó cuando Nicolás Shea –fundador de Start-up Chile– estaba cursando sus estudios de posgrado en la universidad de Stanford. El hecho de estudiar en una de las universidades más influyentes de los Estados Unidos y de compartir el estado de California con nada más y nada menos que Silicon Valley, ha tenido una gran influencia en los estudiantes de la universidad californiana quienes –como dice el personaje de Larry Summers en la película The Social Network, refiriéndose a Harvard– prefieren inventar un trabajo antes que encontrarlo. Como era de esperarse, muchos de los amigos de Nicolás Shea habían fundado empresas durante sus años de estudio en la institución, pero esas semillas que apenas comenzaban a crecer se veían amenazadas por uno de los pocos –pero inminentes– desincentivos del emprendimiento internacional en los EEUU: Las leyes de inmigración.
Nicolás Shea –como emprendedor internacional en los EEUU– se dio cuenta de la oportunidad que suponía ese obstáculo no sólo para sus compañeros emprendedores, sino también para el futuro de Chile. ¿Qué pasaría si el gobierno invertía en start-ups (nuevas empresas) y entregaba visas de trabajo a emprendedores de todo el mundo, a cambio de la contribución de los mismos al incremento del capital social chileno? Como era de esperarse, los emprendedores internacionales acogieron la idea con entusiasmo y el gobierno, por su parte, tenía incentivos para apoyar este tipo de iniciativas. La economía del país austral se ha convertido en una de las más influyentes de Latinoamérica en las últimas décadas; la misma ha crecido rápidamente, tanto que en 2009 Chile se convirtió en el segundo país latinoamericano miembro de la prestigiosa Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico. Sin embargo, su futuro –más allá de los tratados de libre comercio– depende de su futura productividad y del incremento de su capacidad innovadora, y es por esto que el gobierno se ha propuesto convertir a esa nación en una plataforma para el emprendimiento y en el polo de innovación en Latinoamérica.
Consciente de que la capacidad innovadora de un estado depende en gran parte de su capital social, Nicolás Shea se planteó el reto de transformar a Chile en un país de emprendedores. En el 2010, como asesor para el emprendimiento y la innovación del Ministerio de Economía chileno, Shea utilizó el apoyo económico del gobierno para convertir su idea en realidad dando lugar a una de las políticas de emprendimiento más innovadoras de la región.
El proyecto de Start-Up Chile comenzó con 22 emprendedores que se trasladaron a la región durante seis meses. Al inicio, todos eran extranjeros o chilenos residenciados en el exterior. Según Horacio Melo (Director ejecutivo de la organización), la decisión de no aceptar a nacionales durante el primer año se debió a la idea de que sólo se podía promover un cambio de conciencia por medio de la diversidad. La primera hipótesis con la que trabajaron asumía que si se les incluía, los mismos prolongarían el círculo vicioso que se intentaba romper. Sin embargo, la hipótesis ha evolucionado, y a partir de la segunda convocatoria los emprendedores locales también participan en el programa.
A cambio de esta oportunidad única proporcionada por el gobierno, los participantes tienen el deber de contribuir a un cambio de mentalidad en los emprendedores y empresarios chilenos. Horacio Melo admite que en Chile existe un gran déficit en esa área a causa de la falta de espíritu emprendedor, la falta de financiamiento (los llamados “inversionistas ángeles” y el “capital de riesgo” son prácticamente inexistentes en Chile), y una cultura en la que muchos se contentan con los fracasos ajenos y se rehúsan a cooperar para el desarrollo mutuo. En Chile, Melo concluye, se debe aprender a colaborar y a percibir el fracaso como una especie de triunfo y una oportunidad única de aprendizaje.
A pesar de su dependencia del financiamiento del Estado, Start-up Chile cuenta con libertades que muchas otras organizaciones gubernamentales no poseen. Este dinamismo le ha permitido evolucionar y al mismo tiempo entender –por medio de la experiencia– los retos que enfrentan los emprendedores que apoya.
Retos, logros y un futuro tan prometedor como incierto
Los logros de Start-up Chile son evidentes. En sus tres años de existencia, ha seleccionado a una gran variedad de emprendedores de todo el mundo a los cuales proporciona un financiamiento de US$ 40.000, oficinas, asesoría y visa durante un período mínimo de seis meses (duración del programa); todo esto a cambio de diferentes actividades que contribuyan a incrementar el capital social chileno. Estas actividades incluyen charlas, lecturas en universidades, asesorías a emprendedores y empresarios chilenos, así como el compartir sus habilidades y contactos. Para abril del 2013, Start-Up Chile recibió 1.577 aplicaciones: 12 % de los Estados Unidos, 8 % de Argentina, 5 % de India, 5 % de Brasil y un 32 % de chilenos (en contraposición al 10 % de su primer año.) Por su parte, The Economist, The Huffington Post, la revista Forbes y otras agencias de noticias, se refieren al escenario del proyecto -Santiago de Chile- como “Chilecon Valley”; haciendo una esperanzada referencia a los inicios de emprendimiento en California, EEUU.
Rodeados por la entusiasta promoción de muchos medios de comunicación, se hace fácil ignorar algunos de los retos que Start-up Chile aún debe superar. Al tratarse de una iniciativa dependiente del estado chileno, la organización está condenada a atender excesivos trámites burocráticos. Los US$ 40.000 de financiamiento promocionados por los medios, por ejemplo, no son entregados directamente a los emprendedores, sino reembolsados cada mes. Melo admite que éste es uno de los grandes retos que la organización ha debido superar poco a poco, ya que muchos emprendedores cuentan con un modesto capital de base y empresas demasiado nuevas que no se pueden permitir esperar dos o tres meses por reembolsos (como ocurrió muchas veces durante el primer año).
Start-up Chile debe enfocarse también en respaldar sus logros de la mejor manera posible para convencer a cualquier gobierno de turno de que vale la pena invertir en el proyecto. Ésta es una tarea difícil porque su meta es ambiciosa (un cambio de mentalidad no ocurre de un día para otro) y los resultados podrán ser vistos a largo plazo. Al ser dependiente del gobierno, la organización deberá vender sus objetivos a cada ideología política y convencer de que vale la pena gastar millones de dólares en emprendedores extranjeros que –en su gran mayoría– abandonan el país transcurridos seis meses del programa.
Este dato puede parecer desalentador pero no es sorprendente, ya que la meta de Start-up Chile no debería depender de los emprendedores extranjeros, sino de los emprendedores chilenos inspirados por los mismos.