Macondo está de luto por la muerte de García Márquez

Gerald Martin, considerado el biógrafo oficial del escritor y novelista colombiano, entrega un condensado perfil del Premio Nobel de Literatura fallecido en México, publicado originalmente en revista Semana

Gabriel García Márquez es sin duda el escritor más conocido que ha dado eso que solía llamarse Tercer Mundo, y el ejemplo más famoso de un estilo literario –el ‘realismo mágico’-, que ha demostrado ser contagioso en otros países en vías de desarrollo y en los novelistas que escriben sobre ellos, como Salman Rushdie, para citar solo el ejemplo más conocido. García Márquez es el novelista latinoamericano más ampliamente admirado de todos los tiempos en la misma América Latina, e inclusive en el Primer Mundo. En una época en la cual es difícil encontrar escritores que sean universalmente reconocidos como grandiosos, su reputación en los últimos 30 años ha sido inigualable. Su obra cumbre, Cien años de soledad, publicada en 1967, es quizá la única novela del último medio siglo que ha encontrado un público entusiasta en prácticamente todos los países y todas las culturas del mundo. En ese sentido, en términos de su tema principal – el choque entre tradición y modernidad- y de su recepción, probablemente no sea exagerado asegurar que es la primera novela global en el mundo.

García Márquez es un escritor serio pero popular –como Dickens, Víctor Hugo o Hemingway– que vende millones de libros y cuya celebridad es comparable con la de deportistas, músicos, o estrellas de cine. En 1982 se convirtió en el ganador más popular del Premio Nobel de Literatura de los últimos tiempos. En América Latina, una región que nunca ha sido la misma desde que García Márquez se inventó la pequeña comunidad de Macondo, se le conoce en todas partes por su apodo, Gabo, como a Chaplin se le conocía como Charlie, o como a Pelé. Aunque es una de las cinco o seis personalidades latinoamericanas más conocidas del siglo veinte, nació en la ‘mitad de la nada’, en un pueblo de menos de diez mil habitantes, la mayoría de los cuales era analfabeta, con calles sin pavimentar, sin acueducto, y con un nombre, Aracataca (alias ‘Macondo’), que da risa a quien lo oye por primera vez. Y sin embargo se convirtió en un hombre adinerado, con siete casas en lugares glamorosos de cinco países diferentes. Ha podido exigir (o más comúnmente, rechazar) 50.000 dólares por una entrevista de media hora. Ha podido publicar sus artículos en prácticamente cualquier periódico del mundo y recibir grandes sumas de dinero por ellos. Como en el caso de Shakespeare, los títulos de sus libros aparecen de forma fantasmal en numerosos idiomas en los titulares de periódicos de todo el planeta (Cien horas de soledad, Crónica de una muerte anunciada). Los ricos y famosos han buscado su aprobación y su amistad: Fidel Castro, François Mitterrand, Felipe González, Bill Clinton, la mayoría de los presidentes más recientes de Colombia, y muchas otras celebridades. Sin embargo, a pesar de su rutilante éxito literario, ha sido a través de su vida un defensor de causas benéficas, un constructor de empresas positivas, y un miembro de la izquierda progresista.

***

Gabriel José García Márquez nació en Aracataca, un pequeño pueblo rodeado de plantaciones de banano cercano a la costa norte colombiana, el 6 de marzo de 1927. Su madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán, provenía de una familia originaria del territorio indígena de La Guajira en el oriente, más allá de la Sierra Nevada, que emigró a Aracataca después de que su padre, el coronel Nicolás Márquez, mató a un antiguo camarada de la Guerra de los Mil Días, un conflicto entre los partidos Liberal y Conservador que duró entre 1899 y 1902. Para cuando nació García Márquez, su abuelo, un liberal, era una de las figuras más prominentes en el pueblo, incluso a pesar de que su bando había perdido la guerra. En contraste su padre, Gabriel Eligio García, era un telegrafista del departamento de Bolívar, al occidente, una región más asociada con la cultura afro-colombiana que con la indígena, y era el hijo ilegítimo de una niña de 14 años a quien un terrateniente local había seducido. Gabriel Eligio, quizá paradójicamente, era conservador. Los padres de Luisa Santiaga se opusieron vigorosamente a que Gabriel Eligio cortejara a su hija hasta el punto de enviarla lejos por un año. Pero el amor triunfó al final, y la rebelión de ella eventualmente obligó al coronel y a su esposa Tranquilina a ceder. La pareja se casó en 1926 y se estableció en la ciudad costera de Riohacha, en La Guajira.

Meses después, Luisa Santiaga regresó a la casa paterna en Aracataca para el nacimiento de su primer hijo. Para ese entonces su esposo se había cansado de la telegrafía y se había convertido en médico homeópata. Cuando el bebé –conocido como Gabito- tenía menos de un año, la joven pareja lo dejó al cuidado de sus abuelos y se fue a vivir a otra ciudad costera, Barranquilla, en la desembocadura del río Magdalena. Hasta los 7 años, Gabito no vio a su mamá ni a su papá más de dos o tres veces y eventualmente se olvidó de ellos. Sus abuelos, el coronel y Tranquilina, en compañía de varias tías y empleadas del servicio pasaron a ocupar su lugar. Más tarde, su hermana Margot, una niña enfermiza, también fue enviada a vivir con él en Aracataca.

Durante esos siete años Gabito se convirtió en el orgullo y la alegría de su abuelo, y el niño en cambio veía en Don Nicolás a su ídolo. A través de los ojos del anciano aprendió de la vida en general y de Aracataca en particular. De este aprendizaje le quedaron especialmente dos lecciones sobre hechos históricos que se convirtieron en mitos posteriormente en su vida y en su trabajo: la Guerra de los Mil Días, en la que su abuelo había tenido una responsabilidad heroica, y la masacre de los trabajadores en huelga de la United Fruit Company en Ciénaga por parte del Ejército colombiano en diciembre de 1928, que ocurrió cuando el niño tenía un año y medio de edad. Los dos eventos se convirtieron en puntos de referencia claves en su trabajo literario.

Su excéntrica abuela también fue una fuerte influencia en su vida. Su forma de ver el mundo era una mezcla de folclor católico y superstición local, lo que le permitió a Gabito combinar la visión racional de Nicolás con la perspectiva mitológica de Tranquilina. Dos décadas más tarde, García Márquez volvería a crear Aracataca en ficción bajo el nombre Macondo, utilizando sus extraordinarias experiencias infantiles, para darle vida mágica a su representación de ese pequeño pueblo olvidado; y así nacería su personaje más famoso, el incorregible coronel Aureliano Buendía.

Gabito acababa de empezar su educación en la escuela Montessori local cuando en 1934 Luisa y Gabriel Eligio regresaron de Barranquilla a Aracataca –ninguna de las empresas económicas de Gabriel Eligio prosperó en el largo plazo- con otro par de hijos. Para ese entonces el coronel Márquez estaba muy enfermo y murió en 1937. Años más tarde, García Márquez diría que después de su muerte “nada más me ha pasado que sea importante”. Ahora él y Margot debían acostumbrarse a vivir con una familia que a duras penas conocían.

Esa familia –madre, padre y cinco hijos regresó a Barranquilla. Gabriel Eligio montó una nueva farmacia homeopática que fracasó muy pronto, y se fue a trabajar como médico curandero peripatético al interior del país para mantener a flote las finanzas familiares.

Como era el mayor, Gabito tuvo que empezar a ayudarle a su madre de todas las formas posibles en una época en que la familia vivía en la pobreza absoluta. Finalmente Gabriel Eligio encontró un pueblo fluvial llamado Sucre donde montó un consultorio. Toda la familia se fue a vivir allí en 1940, y se quedaron por los siguientes 11 años. A Gabito lo enviaron al colegio en Barranquilla, y en 1943 se ganó una beca para estudiar en un internado nacional en el pueblo de Zipaquirá, cerca de la capital. Por estas circunstancias es que más adelante García insistiría que casi no conoció a su familia, la cual, para 1946, época en la que había terminado el colegio en Zipaquirá, había crecido casi hasta su punto tope de once hijos e hijas –sin contar a los hijos ilegítimos de Gabriel Eligio–.

En el Colegio Nacional García Márquez vivió y estudió con niños de todo el país y se dio cuenta de la diferencia entre su cultura costeña y las de otras partes de Colombia, especialmente la cultura andina de Bogotá, cuyos habitantes eran conocidos peyorativamente como cachacos. Como la mayoría de los costeños, siempre insistió que los cachacos eran pretenciosos y taimados, y que el clima andino de Bogotá era frío y despedidor. Siempre se sintió aliviado cuando llegaban las vacaciones largas y podía viajar por el río Magdalena por barco de vapor a reencontrarse con su amado mundo caribeño. Sin embargo, en Zipaquirá recibió una excelente educación, y aunque era un estudiante desaplicado, su inteligencia rápidamente llamó la atención y sus profesores lo conocían por ser uno de los alumnos más talentosos del colegio.

En enero de 1947 regresó a Bogotá contra su voluntad a estudiar Derecho en la Universidad Nacional (Derecho y Medicina eran las únicas opciones para estudiar en la mayoría de universidades latinoamericanas de la época). Había empezado a escribir poesía en Zipaquirá, y en ese momento comenzó a escribir cuentos cortos, uno de los cuales, La tercera resignación, fue publicado en septiembre de ese año en El Espectador, uno de los principales periódicos de la capital. A los veinte años se convirtió de repente en una de las promesas literarias del país, una experiencia extraordinaria para un joven de un origen como el suyo, que además estaba pasando muchas dificultades para sostenerse en la fría e intimidante capital. A La tercera resignación le siguieron otras historias, pero en 1948 el Bogotazo, esa insurrección extraordinaria que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el político más carismático de Colombia, terminó súbitamente con su estadía en Bogotá.

El Bogotazo dio origen a casi 20 años de guerra civil no declarada conocidos como La Violencia. Se cerró la universidad, y García Márquez volvió a la costa, a la antigua ciudad colonial de Cartagena, de una grandiosidad desvanecida. Allí encontró trabajo en El Universal, un periódico liberal que acababa de ser fundado en la ciudad. Durante los siguientes 14 años se ganó la vida como periodista, tanto en Colombia como en el exterior, mientras escribía cuentos y novelas en su tiempo libre.

Cartagena resultó ser muy tradicional y conservadora para su gusto, y en 1950 se fue a vivir a Barranquilla, que en esa época era la ciudad más dinámica de Colombia, para trabajar en el periódico El Heraldo. Allí encontró un grupo literario que más tarde se llamó el Grupo de Barranquilla, que se convirtió en un sustrato estimulante y divertido para su desarrollo intelectual. Poco tiempo después de su llegada hizo un paseo con su madre con la intención de vender la vieja casa de Aracataca, que tuvo un efecto extraordinario en su visión del mundo. Llevaba un tiempo trabajando en una novela titulada ‘La casa’ –que nunca terminó- pero desde ese momento comenzó a escribir una nueva obra que se llamaría La hojarasca. Era la historia de un hombre similar a su abuelo que se ve envuelto en un conflicto por un asunto moral con los habitantes del pequeño pueblo en el que vive (el pueblo se llama Macondo y está basado directamente en Aracataca); los otros personajes tienen un parecido innegable con García Márquez y su madre. La novela se publicó en mayo de 1955.

En 1951 la familia García Márquez salió de Sucre después del salvaje asesinato del hijo de un vecino, que tomaron como el último indicio de que vivían en un ambiente cada vez más amenazante. Se instalaron en Cartagena y Gabito los acompañó por un tiempo, pero luego regresó a Barranquilla y en 1953 comenzó a trabajar como vendedor viajero ofreciendo enciclopedias por toda La Guajira donde habían nacido sus abuelos. Esta experiencia fue crucial pues le sirvió para entender su identidad y la cultura en la que lo habían criado. Al año siguiente, el escritor Álvaro Mutis, amigo suyo desde su época de estudiante en Bogotá, le consiguió un empleo en otro periódico liberal, El Espectador. Para ese entonces la dictadura de Rojas Pinilla estaba controlando el país. García Márquez pasó de ser crítico de cine a reportero y a los pocos meses, bajo difíciles circunstancias políticas, empezó a ser reconocido como uno de los periodistas de investigación más talentosos del país.

En julio de 1955 viajó a Europa enviado por El Espectador. Después de una breve visita a Ginebra se trasladó a Roma, donde tenía interés en estudiar cine, especialmente el neorrealismo italiano. También realizó un viaje clandestino a Europa oriental (para ese entonces estaba empezando a interesarse por la política socialista) y finalmente se mudó a París a comienzos de 1956.

A pocas semanas de su llegada, el gobierno colombiano cerró El Espectador y García Márquez cambió su tiquete de regreso por dinero, decidido a ganarse la vida de cualquier manera al tiempo que intentaba escribir más novelas. Comenzó a trabajar en una obra que luego se llamaría La mala hora, pero la dejó a un lado para trabajar en una novela más específica que tituló El coronel no tiene quién le escriba, que terminó al final de ese año, pero que solo vio publicada hasta 1961. La novela, que se desarrolla en un pueblo sin nombre ligeramente basado en Sucre, se demoró muchos años en convertirse en el clásico que es hoy.

Después de terminar la novela, García Márquez hizo un nuevo viaje más largo a Europa Oriental, incluida la Unión Soviética, y luego pasó unas semanas en Londres donde escribió algunas de las historias que luego conformarían la colección Los funerales de la Mama Grande. Luego se mudó a Caracas, Venezuela, donde su amigo Plinio Apuleyo Mendoza le había conseguido trabajo en una revista llamada Momento. Sus primeros días coincidieron con el derrocamiento del conocido dictador Pérez Jiménez y al final de ese año ocurrió el evento más importante del siglo XX en América Latina: la Revolución Cubana. Para ese entonces García Márquez se había casado con su novia de infancia, Mercedes Barcha. A pocas semanas de la Revolución viajó a Cuba y consiguió trabajo como representante de su nueva agencia de noticias, Prensa Latina, en Bogotá. Pasó varios meses en Cuba y luego viajó a Nueva York como enviado de Prensa Latina en la época en que mercenarios apoyados por el gobierno estadounidense se disponían a lanzar la fallida invasión a Bahía Cochinos.

A pesar del triunfo de la Revolución, García Márquez encontró una serie de dificultades con los comunistas de línea dura y eventualmente decidió irse de Prensa Latina y buscar trabajo –especialmente en la industria cinematográfica- en México. Allá, junto a Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, quienes nacieron en 1958 y 1962, vivió una existencia difícil trabajando en periódicos de tipo tabloide, relaciones públicas y finalmente escribiendo libretos hasta cuando finalmente, a mediados de 1965 tuvo una epifanía mientras manejaba su carro hacia Acapulco, y se regresó a Ciudad de México, inspirado, a escribir lo que se convertiría en Cien Años de Soledad, una de las novelas más importantes del Siglo XX y sin duda el libro más celebrado que se haya publicado en América Latina. Le tomó un año escribirlo trabajando a tiempo completo, mientras Mercedes empeñaba la mayoría de las pertenencias de la familia. Cuando por fin lo terminó, amigos como el escritor mexicano Carlos Fuentes, uno de los líderes del llamado Boom latinoamericano, lo aclamaron como una de las obras maestras del continente.

La novela se publicó en Buenos Aires en 1967 y causó sensación inmediatamente. Al darse cuenta de que de ahí en adelante podría vivir de su escritura (uno de los primeros escritores latinoamericanos en hacerlo), García Márquez se fue con su familia a Barcelona, España, donde vivía su agente literario y donde la dictadura de Franco estaba en su década final. Un nuevo amigo, el novelista peruano Mario Vargas Llosa, lo siguió a esta ciudad poco tiempo después. Ahora convertido en celebridad, García Márquez comenzó a escribir su siguiente novela acerca de un anciano dictador latinoamericano. En 1975 se publicó El otoño del patriarca, con cientos de miles de lectores esperándolo impacientes. Para el final de los años sesenta América Latina había caído bajo una nueva era de dictaduras y la novela, producida bajo la presión de la expectativa, fue no solo un retrato de un tirano latinoamericano sino también un trabajo autobiográfico escrito por un hombre que de un día para otro se había visto expuesto a un nivel de celebridad literaria nunca antes visto en el continente.

Para ese entonces sucedió en Cuba el llamado ‘Asunto Padilla’ (1971), una prueba de fuego para la relación entre la literatura y la política en América Latina que dividió a los escritores del continente en dos bandos hostiles y ayudó a poner fin al Boom, del que García Márquez fue la estrella más brillante. Él tomó partido por el régimen comunista cubano durante el incidente, una decisión que tendría unas consecuencias amplias durante el resto de su vida. En 1973, cuando el gobierno socialista de Salvador Allende fue derrocado en Chile, García Márquez juró no volver a publicar más ficción posterior al Otoño del patriarca hasta cuando los líderes del golpe fueran también derrocados. Se enfocó entonces en el periodismo político y el activismo, y fundó en Bogotá una revista socialista radical llamada Alternativa. Dejó Europa y se fue a vivir nuevamente a México D.F., esta vez para siempre.

En 1975 –irónicamente poco después del momento en que terminó El Otoño del Patriarca- García Márquez comenzó a forjar una amistad con Fidel Castro, líder del régimen cubano, y puso su pluma al servicio de las revoluciones de izquierda latinoamericanas, incluido el movimiento sandinista en Nicaragua (1979). Pero esta era una época de contrarrevoluciones en casi todas partes del mundo, y para 1981 ya había reconocido que su contribución debía ser más sutil: publicó una nueva novela corta, Crónica de una Muerte Anunciada, aparentemente desprovista de militancia política, cuya primera edición vendió más ejemplares que cualquier otra novela en la historia y cuyo título aparece en titulares de noticias todos los días. Al mismo tiempo empezó a buscar un rol político más discreto tras bastidores. Haber recibido en 1982 el Premio Nóbel de Literatura le ayudó a hacer esta transición. Su viaje a Estocolmo no fue nada menos que una apoteosis y se le reconoció como tal vez el ganador más popular de este galardón de los últimos tiempos.

Hasta ese momento había concentrado su ficción en temas de poder, soledad y violencia política. Ahora, consciente de la necesidad de mantener alta la moral en una época excepcionalmente desoladora para los socialistas, y complementando su retiro de la militancia política explícita, empezó a escribir acerca de las relaciones personales y más específicamente de amor, un tema que había estado casi completamente ausente de su obra previa. Hacia el final de 1985 publicó el que es quizás su libro más popular, El amor en los tiempos del cólera, una novela histórica inspirada en parte por las anécdotas de sus padres sobre su dramático cortejo en los años veinte. Con éste demostró que no iba a ser uno de esos escritores que se distraen o se intimidan con el Premio Nóbel.

En 1989, al tiempo que empezaban a desarrollarse los acontecimientos que llevaron a la caída del Muro de Berlín, García Márquez publicó uno de sus libros más arriesgados y ambiciosos, una novela titulada El General en su Laberinto, acerca de los últimos meses del gran Libertador, Simón Bolívar, un líder latinoamericano aún más famoso e influyente que su amigo Fidel Castro. Algunos lectores protestaron con el argumento de que el libro distorsionaba la imagen de Bolívar al convertirlo en una personalidad caribeña como el mismo García Márquez, pero la mayoría de los críticos quedó impresionada por cómo el libro logró pintar un retrato convincente y eventualmente influyente de un personaje central tan importante.

Ya en ese momento García Márquez era uno de los cuatro o cinco escritores más conocidos y admirados en el mundo. Varios presidentes y celebridades se contaban entre sus amistades, entre ellos el español Felipe González y el francés François Mitterrand. En 1992, para coincidir con las celebraciones del quinto centenario del ‘descubrimiento’ de América por España, publicó Cuentos Peregrinos, un compilado con un punto de vista irónico de la relación entre el Nuevo y el Viejo mundos. A este siguió en 1994 otra novela histórica sobre el amor, Del Amor y Otros Demonios, un drama sobre el romance entre una adolescente acusada de brujería y un sacerdote católico a finales del siglo XVIII en Cartagena.

Mientras tanto en Colombia, como si el siglo XX no hubiera sido lo suficientemente oscuro, se estaba viviendo uno de los períodos más negros de la historia: el narcotráfico, los movimientos guerrilleros, las atrocidades de los paramilitares, un Ejército nacional escasamente bajo el control civil e incontables explosiones de bombas y asesinatos políticos. García Márquez, quien nunca tuvo mucha fe en que Colombia pudiera reformarse de la forma como México lo hizo, mucho menos hacer una revolución como Cuba, rompió el hábito de casi 40 años y escribió nuevamente una obra (como La Mala Hora o El coronel no tiene quién le escriba) acerca de la situación contemporánea. Noticia de un Secuestro fue una especie de novela documental sobre la ola de secuestros políticos que barrió al país al comienzo de los años noventa y se convirtió en otro éxito internacional para su autor.

En 1999 le diagnosticaron linfoma –ya había tenido un encuentro con el cáncer en 1992- y se retiró de la vida pública por casi tres años mientras se recuperaba de la enfermedad. Empezó a escribir una obra más nostálgica, inspirado en parte por el sentimiento de que su trayectoria vital estaba llegando a su fin, y en parte por su renuncia tácita al activismo político en una época de globalización post-socialista. Por décadas había hablado de escribir sus memorias y se concentró en el primer volumen, que tituló Vivir para contarla. La obra se convirtió en un best-seller internacional cuando fue publicada en 2002. Durante los años siguientes García Márquez empezó a aparecer nuevamente en público, pero dejó de dar entrevistas a una prensa eternamente insaciable. Trabajó en la que parece ser su última novela, Memoria de mis putas tristes, un sorprendente relato de la relación entre un hombre soltero de 90 años y una virgen de 14 conseguida como prostituta para satisfacer al viejo. Inclusive este libro fue bien recibido cuando apareció en 2004, aunque no tenía el brillo ni el poder hipnótico de trabajos anteriores.

En 2007 la Real Academia Española celebró el octogésimo cumpleaños de García Márquez con un homenaje especial en Cartagena (Colombia) donde el escritor había construido una casa de recreo. La Academia publicó una edición especial de un millón de copias de Cien años de soledad, comparándolo explícitamente con Cervantes. El Rey Juan Carlos de España, el expresidente estadounidense Bill Clinton y varios expresidentes de Colombia asistieron a las festividades, lo mismo que hicieron viejos amigos como Carlos Fuentes y el escritor argentino Tomás Eloy Martínez. García Márquez pronunció un discurso en el que expresó asombro por el rumbo que había seguido su vida. Para ese entonces su memoria estaba fallando y después de esto nunca se sometió a estos desafíos en público.

***

En retrospectiva podemos decir que Gabriel García Márquez tiene uno de los estilos literarios más rápidamente reconocidos y una de las identidades retóricas más coherentes de la historia de la literatura mundial. Pero también tiene algo aún más importante: un cuerpo de temas consistente, que ha explorado desde el comienzo de su trayectoria literaria, y que puede resumirse en dos palabras: poder y amor. Es difícil pensar en algún otro escritor desde Shakespeare que se haya concentrado con tanta tenacidad y obsesión en estos dos temas, que unen lo público y lo privado en mil formas diferentes.

Durante la primera mitad de su carrera – de La Hojarasca (1955) a El otoño del patriarca (1975), un García Márquez involucrado con la política se concentró en los temas del poder, la soledad y la muerte. Cada uno de estos temas, naturalmente, era el núcleo de un grupo de motivos relacionados, y de la misma forma, cada uno de ellos también encerraba a su opuesto – el poder sugería la vulnerabilidad, la victimización o la injusticia; la soledad insinuaba la comunidad, el socialismo o el amor; y la muerte insinuaba la vida, la creatividad o el arte. En la segunda mitad de su carrera – de Crónica de una muerte anunciada (1981) a Memorias de mis putas tristes (2004) un García Márquez menos político (o inclusive post-político), consciente de que el Premio Nóbel de 1982 le daba al mismo tiempo más influencia y más responsabilidad, empezó a escribir obras que, al tiempo que exploraban los mismos temas, empezaban a investigar su lado ligero y optimista. Como es bien sabido, muchos escritores se dedican a la visión de un presente oscuro para impactar a sus lectores y convencerlos de que un futuro distinto es posible, y de la misma forma, si el presente es oscuro y el futuro es posiblemente más oscuro, entonces una visión alternativa es necesaria.

Las obras producidas durante la primera mitad de su carrera tendían más hacia el diagnóstico y la condena, mientras que las de la segunda mitad tendían hacia la exhortación y la cura. Así, el poder, la soledad y la muerte siguieron siendo temas centrales pero el amor, la comunidad y la vida ahora tienen más énfasis y el optimismo y la esperanza tienden a dominar las páginas más recientes. Cuando los críticos descubrieron Crónica de una muerte anunciada en 1981, al principio no se dieron cuenta de que la novela no era sólo una historia de amor – sobre el cadáver del desafortunado Santiago Nasar, podría decirse- pero una historia de amor con algo similar a un final feliz. El libro también estaba escrito en un estilo nuevo, radiante, definitivamente garciamarquiano, pero ya no con el realismo mágico de Cien años de soledad ni el modernismo de La Hojarasca o El otoño del patriarca. Claramente García Márquez era ahora posmoderno en cuanto al estilo, y mucho más positivo en su mensaje.

Al final de El otoño del patriarca el tirano eventualmente muere; un hombre que, ante los ojos del público “nunca supo dónde estaba el revés y dónde estaba el derecho de esta vida que amábamos con una pasión insaciable que usted no se atrevió ni siquiera a imaginar por miedo de saber lo que nosotros sabíamos de sobra que era ardua y efímera pero que no había otra, General”. Luego, un político de verdad yace en su lecho de muerte, el gran Libertador en El General en su Laberinto; el mundo se aleja de él, aunque él, a diferencia del Patriarca, ha hecho su mejor esfuerzo como un racionalista ilustrado y como un romántico apasionado, de vivir al máximo hasta el ultimo instante de su vida. “Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse”.

Solo hay una vida. Esto significa que todos tenemos derecho a la justicia desde que nacemos y todos debemos buscarla, tanto por nosotros como por los otros, pero además significa que debemos aprovechar cada oportunidad para vivir la vida al máximo. Los críticos de izquierda que criticaron a García Márquez temprano en su carrera por no ser más explícitamente comprometido en sus obras han tendido siempre a criticar la visión de Bakhtin del carnaval como una forma de escapar de la opresión (o el poder) y celebrar la intensidad, el resplandor y la misma fugacidad de la vida (ante todo encarnada en el amor). Ningún otro escritor ha comunicado los elementos involucrados en esta ecuación existencial más efectivamente que García Márquez, razón por la cual lo leemos y por la cual, seguramente, lo leerán generaciones futuras mucho después de que la nuestra haya pasado su única oportunidad en la tierra.

Fuente: Este texto de Gerald Martin fue publicado originalmente en la revista Semana. Martin es profesor británico especializado en literatura sudamericana. Autor de Gabriel García Márquez. Una vida, considerada la biografía oficial del nobel. Ahora está dedicado a escribir la biografía de Mario Vargas Llosa.