En medio de mi participación en diversos grupos de trabajo y reflexión, el activismo internacional en la búsqueda de soluciones al grave conflicto que atraviesa Venezuela, mi apoyo al proceso de paz en Colombia, y la lucha electoral en Estados Unidos, donde confrontamos la xenofobia y el racismo de Donald Trump, nos llegó la triste noticia de la muerte de Shimon Peres. Tan pronto supimos de su deceso, hicimos una larga pausa para pensarlo, recordarlo y lamentar su partida.
Crecí bebiendo de ciertas fuentes de liderazgo e ideas, y admirando grandes figuras de dimensión planetaria. Una de ellas fue Shimon Peres. En mi juventud vi en él un líder inspirador, de ideas francamente magnéticas, convocantes. A lo largo de mi vida, ese respeto se acrecentó al hacer seguimiento al gran hombre, su ejemplo, su papel como líder de Israel y del orbe.
Son tantas las cosas que podemos comentar del ideario y la acción de Shimon Peres en su dilatada carrera en Israel como parlamentario, diplomático, ministro de Defensa y de Relaciones Exteriores, Primer Ministro y Presidente, dos veces en cada cargo. Es tan admirable su desprendimiento de lo material y su compromiso intelectual, su entrega al servicio público, su paso por tan larga carrera como hombre de Estado siempre ajeno al escándalo. Y siempre respetado por gente de las más diversas ideas, incluso las más opuestas a las suyas. Shimon Peres demostró una inmensa capacidad de negociación, de promover acuerdos, de construir consensos, rompiendo los esquemas absurdos de la polarización, sin perder firmeza en el objetivo: la tolerancia y la paz, precisamente en un lugar de la Tierra donde eso siempre parece imposible.
Pensé en la sincronicidad. Me encuentro trabajando en asuntos y tareas donde, para salir adelante, habrá, una vez más, que aprender de Shimon Peres. Hoy, y frente a las situaciones en Venezuela, Colombia y los Estados Unidos, toman especial relieve sus profundas reflexiones. Decía Peres que para él “soñar era simplemente una forma de ser pragmático” y que lo más importante en la vida “es atreverse, lo más complicado tener miedo. Lo más inteligente actuar con moralidad”.
Por esa razón, al aproximarse a la conflictividad política (o religiosa, social y militar, como las que durante toda su vida le tocó lidiar), decía este magnifico líder: “Es mejor ser controversial por las razones correctas, que ser popular por las razones equivocadas”, rematando con una poderosa idea: “Cuando se te presentan solo dos alternativas… lo primero que debes hacer es buscar una tercera en la que posiblemente tú mismo no habías pensado o no creías que existía”, porque “la paz no se hace con tus amigos. La haces con tus más enconados enemigos”.
La vigencia de Peres trasciende el difícil conflicto en que vive el Medio Oriente. Su voluntad creativa y su empeño en apartarse de quienes no ven otra posibilidad que la confrontación y la polarización, su profunda convicción de que siempre es posible entendernos y encontrar la coincidencia en el ejercicio de la tolerancia, aún en el difícil terreno de la religión, son simplemente admirables.
Y cabe recordarlo también cuando nos ensenaba que “si un problema no tiene solución, entonces no es un problema sino un hecho o realidad, que no debemos aspirar a resolverla, sino desentrañarla con el tiempo”.
El legado de Shimon Peres es universal, quizás porque jamás aspiró a ello. Su objetivo fue siempre mirar con franqueza, apertura y respeto a un individuo, ese que se manifestaba como su contrario. Y por el camino de los avenimientos, de la palabra certera y el gesto noble, llegó a la cima de la raza humana, que siempre tiene mucho que agradecer a gente como él, que, por cierto, no abunda.
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Imagen: Gibli’s News Portraits