Radiografía electoral en EEUU antes de las convenciones partidistas

Tras dos semanas muy acontecidas se va definiendo la agenda político-electoral de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Al tiempo que se hacen más claras las tendencias que se van consolidando en la opinión pública, justo antes de la celebración de las convenciones partidistas de este mes.

En primer lugar, el FBI y el Departamento de Justicia han declarado cerradas las investigaciones orientadas al uso de correos electrónicos privados en funciones oficiales por parte de Hillary Clinton, Colin Powell y Condoleezza Rice. La conclusión, al margen de la inconveniencia de estas prácticas y la prescripción de nuevos protocolos informáticos para evitarlo, es que no hubo nada ilegal o que amerite continuar con las investigaciones, ni mucho menos formular algún cargo contra estas personas. El llamado escándalo de los emails, pieza clave junto al comité de los sucesos de Bengasi, usados para enlodar la reputación de la candidata del partido demócrata, ha quedado atrás.

Y algo más, el Congreso controlado por los republicanos, raudo ante el pronunciamiento del director del FBI, de simpatías republicanas, lo llamó a una audiencia para indagar si podían reabrir otro capítulo, y se encontraron con más puntos a favor de la ex-secretaria de Estado. A diferencia de lo que hubieran querido oír los diputados republicanos, el director del FBI dijo que no se podía afirmar que Hillary Clinton hubiera mentido en la investigación u obstruido de forma alguna la misma. Es decir, en criollo, les salió nuevamente el tiro por la culata, evidenciando el sesgo abiertamente político de todo esto, evidente no solo por el hecho de que siempre se enfocaron en la figura de Clinton (y nunca en Powell o Rice), bajo la insinuación de que esto la sacaría de la carrera presidencial, confesión hecha alguna vez por el diputado Kevin McCarthy, miembro del comité investigador de los sucesos de Bengasi.

Sin el incordio de los correos electrónicos, solo queda enfocarse en la discusión de los asuntos que importan a los americanos. Y, por supuesto, en el tremendo rechazo que acumula Donald Trump entre las mujeres, los jóvenes, los afroamericanos y los latinos. Un estudio reciente de los prestigiosos encuestadores Greenberg Quinlan revela que la imagen negativa de Trump entre las mujeres latinas alcanza el 84%, percolando hacia el partido republicano que ya acumula un 55% de rechazo; contra un 55% favorable de Hillary Clinton y 66% del partido demócrata y del presidente Obama.

La última encuesta nacional del Washington Post y ABC atribuye a Clinton el 51% en las preferencias nacionales contra un 39% de Trump, y a este último con poquísimo margen de crecimiento al consolidarse un 70% de rechazo en su contra. Por otra parte, un estudio publicado por Real Clear Politics muestra a Trump con el nivel de apoyo más bajo que haya experimentado un candidato republicano a esta fecha (pre convenciones partidistas) desde 2004, al comparar su 39% con Bush, –que tenía 42% en 2004–, con McCain –con 42% en 2008–, o Romney –con 45% en 2012–. Las encuestas de opinión son más dramáticas cuando se analizan los llamados “estados pendulares”: allí la ventaja de Clinton en siete de los ocho estados clave en la elección presidencial es de dos dígitos.

Con base en estos estudios, el prestigioso encuestador Nate Silver proyecta un 80% de probabilidad de triunfo de Hillary Clinton. Por si fuera poco, el 35% de los militantes del partido republicano consolida sus dudas sobre Trump, mientras Clinton galvaniza a la base electoral que participó en las primarias demócratas a favor de Bernie Sanders, tras el apoyo inevitable de su contendor. Con el entusiasta esfuerzo que despliegan, desde hace dos semanas, la senadora Elizabeth Warren (líder del ala progresista que encarnó Sanders), y el presidente Obama, cuya popularidad crece a su más alto nivel histórico de aprobación en los ocho años de su presidencia (53%, según Gallup al mes de junio de 2016).

Además, dos datos muy reveladores se suman al análisis. Estados tradicionalmente republicanos como Wisconsin, Carolina del Norte, Arizona y Georgia muestran un posicionamiento tan débil para Trump y, por su efecto, para el partido, que los candidatos al Congreso y el Senado, así como líderes del partido, comienzan a distanciarse en aras de asegurar sus reelecciones. En estas presidenciales están también en juego la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Los sondeos por estado muestran la alta probabilidad de que los demócratas retomen el control del Senado; y con la tendencia descrita se abre la posibilidad de cerrar la brecha en la Cámara, sin descartar algo mucho más difícil que Obama logró en el 2008: arrastrar con su triunfo el control de las dos Cámaras del legislativo.

El segundo de los datos apunta a lo financiero. En reportes de ingresos de ambas campañas, al cierre del 30 de junio, Clinton superó a Trump en donaciones recibidas ese mes (50 millones Trump vs. 68 millones de Clinton), cuya contienda mantiene, además, una ventajosa posición financiera frente a la de Trump.

Así las cosas, y con ese contexto estadístico, mientras la fabricación escandalosa de los correos electrónicos de Clinton queda atrás, emerge el juicio por fraude contra el abanderado republicano en el caso de Trump University. Y es probable que al inefable magnate le toque testificar en un juicio donde los argumentos y pruebas de manipulación fraudulenta crecen y toman cuerpo. En ese mismo ambiente, entramos a una Convención republicana hostil y descontenta con su excéntrico candidato, mientras del lado demócrata se registra un creciente entusiasmo ante su abanderada. Es bueno recordar que Clinton recibió en primarias 2,5 millones de votos más que Donald Trump en las suyas (15,8 millones contra 13,3 millones de votos respectivamente), y que, si se consolida el apoyo de Sanders (quien acumuló 12 millones de votos) en torno a ella, como parece hasta ahora, habrá sin duda un empuje post convención, que es difícil anticipar en el caso de Trump, dadas las divisiones y resistencias en las filas republicanas.

Fuera de los conciliábulos, el país observa…. y se enluta. Consternado por episodios de violencia con armas de fuego, como los ocurridos en Orlando y Dallas, además de nuevos lances de tensión racial con saldo de las muertes injustificadas de dos ciudadanos afroamericanos a manos de autoridades policiales en Minnesotta y Louisiana, por los cuales se movilizaron protestas en Dallas, que fueron atacadas por francotiradores que dieron muerte a cinco oficiales de la policía de esa ciudad.

La cuestión del control y regulación del uso de armas se hace inevitable, a la luz de estos horribles sucesos que lamentablemente reviven dolorosas situaciones ocurridas estos últimos años por el absurdo acceso a armas de repetición y asalto sin control alguno. Ante una mayoría republicana negada a legislar sobre la materia, incluso contraria a prohibir el acceso a armas a cualquier persona que aparezca en la lista de investigados o sospechosos del FBI, los legisladores demócratas protagonizaron un “filibuster” y un “bloqueo pacífico” a las actividades en ambas cámaras para elevar el tema a la categoría de prioridad legislativa. Hasta ahora, las mayorías conservadoras se ponen de espaldas a estas propuestas, cuyo nivel de apoyo comienza a dar un giro muy importante en la opinión pública. De hecho, la reconocida encuestadora Gallup indica que 55% de los estadounidenses apoya controles más estrictos al acceso y compra de armas, mientras solo 33% favorece la situación actual.

Y mientras Trump se ha mostrado cerrado a toda forma de control en el acceso y compra de armas, Hillary Clinton ha promovido una muy estricta regulación que prohibiría de forma absoluta la venta de rifles automáticos, de repetición o asalto, e imposibilitaría el acceso a armas de menor calibre a toda persona que no mantenga al día una licencia o porte de armas previo examen sicológico y revisión de antecedentes penales.

Finalmente, Obama entró en campaña electoral y de qué manera. En sus más recientes apariciones se venían escuchando porras y gritos pidiendo un “tercer periodo”, y Obama respondía, en tono serio y también chistoso, que ni la Constitución ni Michelle lo permitirían… Pero esta semana, en Carolina del Norte (uno de los estados tradicionalmente republicanos, donde ganó excepcionalmente Obama en el 2008), el país vio de nuevo a Clinton al lado de Obama, bajo el slogan de campaña “Stronger Together” (Juntos somos más fuertes), poniendo de relieve no solo la necesidad de movilizar la diversidad demográfica que hoy caracteriza al país (y antagoniza Trump con su discurso xenofóbico y racista), sino simbolizando la unificación del partido demócrata en torno a la primera mujer que abandera la candidatura presidencial de un gran partido político en Estados Unidos y que se asoma como la primera en su género en lograr la primera magistratura.

Si bien Hillary ha dicho que su presidencia no será un tercer mandato de su marido ni del presidente Obama, no viene nada mal ante un grueso del electorado que se les presente esta elección como un referendo sobre la gestión de Barack Obama, de cuya administración ha sido parte protagónica la señora Clinton. Ella no se propone como la extensión de nadie, pero allá y aquí siempre conviene atizar un poco la memoria.

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