Razones por las que ganó Donald Trump

A una semana de que Donald Trump se convirtiera en presidente electo de Estados Unidos, han abundado los análisis que intentan explicar los motivos de su triunfo. Son variados, parten de enfoques distintos, van a diversas direcciones. Aquí compartimos los extractos de algunos de ellos –con un click en el nombre del autor y del medio en el que fue publicado puede leer los artículos completos en su versión original–.

Brad Schiller, The Angeles Times: (…) “Los economistas no están sufriendo de esta confusión postelectoral. Están en una posición envidiable en la que dicen ‘Te lo dije”. No necesariamente porque quisieran que ganara Trump –o siquiera porque votaran por él– sino porque basan sus predicciones en variables económicas. Y esas variables están apuntando a la victoria de Trump mucho antes de que se emitieran los primeros votos.

La premisa básica de la modelización económica de estos resultados es que la gente votó por sus bolsillos (…) Si la economía ha sido bueno, la gente no busca cambio; están contentos con el partido en el poder. Por otro lado, si la economía no está produciendo el crecimiento y los empleos que la gente espera, quieren un cambio de liderazgo –un partido diferente en la Casa Blanca–.

Dicho de forma simple, Clinton perdió porque la economía bajo la administración del presidente Obama no se ejecutó lo suficientemente bien para cumplir con el umbral justo de la felicidad. El crecimiento económico fue anémico para casi todos los últimos ocho años. Como resultado, la creación de empleo se quedó muy rezagada de los récords establecidos durante otras recuperaciones post-recesión.

En el modelo justo, el crecimiento del PIB [Producto Interior Bruto] en los tres trimestres previos a las elecciones fue crítico: es ahí cuando los votantes se sintonizan especialmente con el rendimiento de la economía. Y en esa cuenta Clinton perdió muchos votos; el crecimiento del PIB fue un insignificante 0,8% en el primer trimestre de este año, 1,4% en el segundo y 2,9% en el tercero. Este perezoso crecimiento difícilmente inspiró la confianza en las políticas económicas de un equipo Obama/Clinton y parece que Clinton no pudo justificar este rendimiento.

Algunos insisten en que el fenómeno Trump es un evidente fenómeno económico; en parte una revuelta contra décadas de un estancado o lamentable bajo crecimiento, en parte un acumulado retroceso de la crisis financiera global de 2008 (…)”.

Fredrik deBoer, The Washington Post: “La impresionante victoria de Donald Trump es menos sorpresiva cuando recordamos un hecho simple: Hillary Clinton es una política profundamente impopular. Ganó unas muy reñidas primarias contra un candidato de enorme popularidad, el senador Bernie Sanders. En su lugar, ¿podría él haber vencido a Trump?

Que Clinton tiene usualmente baja aceptación ha sido verdad por décadas. En efecto, ha sido un hecho sostenido en su vida política. Cada año ha estado en el ranking de los políticos menos populares en el escenario nacional desde que fuera primera dama. En los años recientes, su bajo grado de preferencia solo se comparaba con el de su oponente, el Títere de odio animado Donald Trump. Por contraste, Sanders disfruta de una popularidad muy alta, y ha sido valorado como el senador más popular por dos años seguidos. A escala nacional su tasa de aceptación es 10 puntos más altas que la de Clinton, y sus tasas de rechazo 15 puntos más bajas. Su popularidad podría haber sido un verdadero activo durante la campaña.

La inhabilidad de Clinton para terminar de captar la aprobación de la mayoría de los estadounidenses le hizo daño de muchas maneras. Consideremos su actuación en los condados de Michigan predominantemente negros y de clase trabajadora. Estas son precisamente las áreas con las que se suponía que ella contaría en el Cinturón de Óxido, ‘el muro azul’ que se suponía aseguraría su victoria incluso si perdía en Florida y Carolina del Norte. Y sí ganó la mayoría de esos votos, con facilidad entre los votantes negros en los estados, así como en toda la nación. Que los demócratas sigan siendo el partido de la clase trabajadora negra es un crédito para el partido y su candidata.

Pero la participación importa en una elección cerrada, y aquí ella sufrió significativamente en comparación con el presidente Obama en 2008 y 2012. En los condados de Wayne, Oakland y Macomb de Michigan, el corazón del bloque de los votantes negros de Detroit, Clinton ganó con un 55 por ciento de los votos –comparados con el 69 por ciento de Obama en 2012–. Entretanto, fue en Michigan donde Sanders obtuvo su victoria más arrolladora en las primarias, probablemente por las mismas fuerzas que dañaron a Clinton el día de las elecciones: su agenda no parecía ofrecer mucha esperanza a los afectados por la desindustrialización y la tercerización. Solo podemos intuir cuánto mejor lo habría hecho él allí, o en Ohio, Pennsylvania y Wisconsin (donde también ganó sorpresivamente la primaria por el descontento) si hubiera sido él el candidato. Pero hay pocas dudas ahora de que el éxito de él in el Cinturón de Óxido era una advertencia para la campaña de Clinton, ahora una señal obvia de que ella estaba en problemas (…)”.

Ben Chu, The Independent: “(…) ‘No quiero escuchar una palabra de economía’, dice el historiador Simon Schama, como muchos otros comentaristas y analistas, a las mediciones que muestran a los votantes de Trump como un grupo que tiene ingresos relativamente altos, que se concentran en áreas que no han sentido un impacto negativo de la globalización. Sugerir que el voto por Trump fue un reclamo de los económicamente desposeídos es excusar el racismo y la misoginia que motivó a aquellos quienes votaron por este hombre, se argumenta, sin mencionar que es un insulto a la mayoría de gente pobre que rechazó la demagogia de Trump.

Ambas partes en este debate liberal caen en una trampa similar a la que vimos en el debate del Brexit, de adherirse a una explicación única. Mucha gente diferente puede votar a la misma opción por muchas razones distintas. Muchos factores pueden actuar de forma simultánea. Quienes han padecido los costos del rendimiento de la economía podrían haber votado a Trump a manera de protesta desesperada. Y gente que está cómoda en sus economías y es intolerante podría haber votado a Trump porque les gustaba genuinamente lo que escuchaban. Los dos pueden interactuar –la gente puede ser más propensa al nativismo rabioso cuando sienten inseguros económicamente.

Otro factor que requiere más atención es el psicológico. Mirar los niveles de ingresos de la gente es muy primitivo. La investigación psicológica (y, en efecto, la intuición básica) sugiera que lo que con frecuencia importa no es simplemente el nivel de ingresos de la gente sino su nivel en relación con lo que esperaban que fuera. Así que un inmigrante que recientemente llegó de un país pobre puede estar más contento con un determinado salario que alguien que ha ganado ese mismo salario durante una década y esperaba más para él mismo y su familia. El resentimiento racional puede alimentarse de este sentido de frustración económica. Si la gente siente que su estándar de vida ha estado estancado mientras otros grupos étnicos están aprovechando las oportunidades para avanzar, pueden sentirse atraídos a un tiempo por las razones económicas e intolerantes de Trump (…)”.

Martín Caparrós, The New York Times Español: “(…) El periodismo más prestigioso —¿el mejor periodismo?— del mundo se ha pasado estos meses mirando con ahínco la campaña electoral estadounidense. Una vez más, el mejor periodismo (?) se dedicó a confirmar lo que creía saber, a contar lo que lo confortaba y confortaba a sus lectores. Una vez más, el mejor periodismo (?) se enfrascó en un campeonato de ombligos, una conversa de besugos. Una vez más, no entendimos: no supimos leer lo que estaba allí delante.

Y no es solo la prensa, por supuesto; es ese —módico— sector de la sociedad que la consume y la modela, usted, él, ella, su jefe, su cuñada, mi tía Cata, el ministro, el secretario del ministro, su ginecóloga, aquel compañero del colegio, mis amigos, sus amigos, nosotros. Somos —creemos— los que nos interesamos por nuestra sociedad, los que estamos al tanto, los que tratamos de pensarla. Y se diría que seguimos creyendo en la vieja teoría del derrame: suponemos que los que manejamos la palabra pública —algunos periodistas pero sobre todo cantantes, directores, presentadores, publicistas, intelectuales varios, los famosos políticos— definimos lo que dicen nuestras sociedades. Suponemos, supongo, que nuestra posición dominante —nuestro control de los discursos y los medios— nos permite manejar el capital cultural y que, si acaso, a los demás les caen las gotas: que los demás piensan como nosotros solo que un poco menos y que, en última instancia, harán lo que creemos.

Pero resulta que no: tantos viven distinto, piensan distinto, imaginan distinto. No menos, no peor: distinto. Y nosotros, los dueños supuestos del discurso, no procuramos siquiera saber cómo. Para nosotros, ellos —millones y millones de personas que no entendemos, que no conocemos— son datos, números: a lo sumo, para tratar de manejarlos, intentamos averiguar sus cantidades.

Durante décadas el sistema pareció funcionar: las mayorías reproducían los comportamientos que les imaginaban las dirigencias —políticas, económicas, culturales—, ya no. El 2016 ha sido, para descubrirlo, un año clave. El 2016 fue el año que demostró que muchos de los que nos dedicamos a contar y pensar nuestro tiempo no entendemos lo que pasa en nuestras sociedades, y que la realidad es tan taimada como para actuar sin preguntarnos; el año en que tantas personas, en distintos países, de distintas maneras, chocaron de pronto con una roca oscura y descubrieron que esa roca era el mundo en que viven, su país, sus paisanos (…)”.

Ezra Klein, Vox.com: “(…) Los fans de Bernie Sanders piensan que los demócratas debieron haber nominado a Sanders. Los críticos de identidad política piensan que el Partido Demócrata necesita redescubrir su alma en el populismo económico. Los creyentes en la coalición de Obama desean que los demócratas hubieran nominada a un candidato quien, como Obama, entusiasmara a los blancos, marrones y votantes jóvenes que construyeron los márgenes del partido en 2008 y 2012. Los demócratas centristas piensan que el partido necesita detener su deriva hacia la izquierda.

Pero esta pérdida es multifactorial. No es una sola cosa la que funcionó mal para los demócratas. Y muchas cosas pudieron haber ido bien que podrían haber hecho la diferencia.

(…)

Las recriminación postelectorales comienzan con las primarias demócratas. Los seguidores de Bernie Sanders está razonablemente furiosos porque su candidato perdió con Clinton, dada la derrota final de Clinton frente a Trump. Ellos señalan que Sanders superó a Trump por más que Clinton en las encuestas de las primarias.

Pero aún si eres escéptico de que Sanders hubiera sobrevivido en las elecciones generales con esos números intactos –como lo soy yo– hablamos de de un ámbito reducido y extraño.

(…)

La teoría postelectoral más popular es que los demócratas necesitan reconquistar a la clase trabajadora blanca. Esta teoría es popular en parte porque todo el mundo parece creer que un cóctel precioso de las políticas y mensajes que ellos querían habrían mantenido todo el tiempo a los blancos trabajadores en el Partido Demócrata. Es el epicentro del “telodijismo”.

Mientras más leo estos argumentos menos los entiendo. Los liberales en particular culpan a un populismo económico suficiente que evitara la migración de la clase trabajadora blanca hacia los republicanos. Pero el Partido Demócrata es mucho más redistribucionista de lo que ha sido en las décadas recientes y mucho más redistribucionista que el Partido Republicano. No creo que los votantes sean tontos, no creo que olvidaran el hecho de que los demócratas aprobaron un plan nacional de salud mientras los republicanos quieren recortar impuestos para los ricos (…)”.

Domenico Montanaro, NPR: “(…) Sobre todo, la razón por la que Trump ganó fue porque invirtió los grandes márgenes de votantes con trabajadores blancos en el Medio Oeste y Pennsylvania –algo que siempre fue una posibilidad.

Trump le habló a esos votantes, ya fuera porque hizo estallar el mensaje republicano sobre el comercio y los vínculos de Clinton con el sistema y la agenda proglobalización; o su combustible para el resentimiento y los prejuicios raciales de los blancos; y también porque probablemente algún grado de sexismo tuvo su papel. Esto es algo difícil de medir, aunque seguro se escribirán tesis sobre ello.

Pero Clinton cometió erros con estos grupos –llamar  a los seguidores de Trump “deplorables” probablemente encendió exactamente a estos tipos de votantes, por ejemplo.

La carta de última hora del director del FBI James Comey sobre los e mails de Clinton también jugaron un papel y reforzaron la narrativa sobre su poca fiabilidad, especialmente entre los votantes que tendían más a pensar lo peor de ella.

Al final, sin embargo, Clinton permitió que la caricatura creada de ella misma se cimentara. Lo cual es sorprendente considerando cómo hizo su campaña por el escaño en el Senado que obtuvo en 2000. Entonces, aprovechó las caricaturas sobre ella reuniéndose y conversando con votantes de la parte alta del estado de Nueva York. Algunos cuestionaron esta estrategia porque New York City y los suburbios tienen poblaciones tan numerosas que generalmente determinan el resultado de las carreras estatales. (¿Les suena familiar?)

Clinton, empero, trabajó duro y se ganó a muchos de ellos y ganó con facilidad su escaño en el Senado.

Esta vez no hizo nada de eso. Era algo que prometió que haría al comienzo de esta campaña, pero nunca lo intentó durante la elección general cuando competía con Trump. En cambio, estuvo muy ausente de la campaña durante la mayor parte de agosto, ausente de las noticias, mientras Trump estaba inmerso en la controversia. Eso resultó siendo un error (…)”

Dàlai Lama y Arthur Brooks, The New York Times:”(…)Prácticamente todas las religiones del mundo enseñan que el trabajo al servicio de los otros constituye nuestra naturaleza más elevada y por lo tanto es vital para una vida feliz. Los estudios e investigaciones científicas confirman las creencias compartidas por nuestras fes. Los estadounidenses que dan prioridad a hacer el bien por los demás son casi el doble de propensos a decir que están muy felices con sus vidas. En Alemania, las personas que actualmente buscan servir a la sociedad tienen cinco veces más probabilidades de decir que están muy felices que quienes no consideran el servicio algo importante. El altruismo y la alegría están ligados. Mientras más experimentamos la sensación de unidad con el resto de la humanidad, mejor nos sentimos.

Esto ayuda a explicar por qué el dolor y la indignación se están extendiendo por las naciones prósperas. El problema no es la falta de riquezas materiales, sino la creciente cantidad de personas que sienten que ya no son útiles, que ya no son necesarias, que ya no son una con su sociedad.

En comparación con hace 50 años, en Estados Unidos actualmente el triple de hombres en edad activa están completamente fuera de la fuerza laboral. Este patrón se está dando en todo el mundo desarrollado, y sus consecuencias no son solo económicas. Sentirse innecesario es un golpe al espíritu humano. Conduce al aislamiento social y al dolor emocional, además de crear las condiciones para que las emociones negativas se arraiguen.

¿Qué podemos hacer para ayudar? La primera respuesta no es sistemática. Es personal. Todos tenemos algo valioso que compartir. Debemos comenzar todos los días preguntándonos a nosotros mismos, con toda conciencia: “¿Qué puedo hacer hoy para agradecer los regalos que otros me ofrecen?”. Tenemos que asegurarnos de que la hermandad mundial y ser uno con los demás no sean solo ideas abstractas que profesamos, sino compromisos personales que ponemos en práctica con conciencia plena.

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de convertirlo en un hábito. Quienes ocupan un cargo de responsabilidad tienen una oportunidad especial de expandir la inclusión y construir sociedades en las que verdaderamente todos sean necesarios(…)”.

También puede leer otras opiniones en USA Today y The Upshot de The New York Times