Los resultados del Brexit

Esta semana tuvo lugar en el Reino Unido el referendo conocido como Brexit (una contracción de la palabras british y exit), en el cual la mayoría del pueblo británico decidió separarse de la Unión Europea.

Esta decisión, que podría percibirse en un primer momento como cosa estrictamente de los ingleses, reviste en realidad un impacto económico global muy costoso, a cuyos cálculos hizo caso omiso el pueblo británico. Al cierre de esta semana, ya los mercados de capital acusaron el castigo del referendo; y se ha abierto una etapa de incertidumbre que abona a los difíciles equilibrios y aún precarios o modestos avances económicos alcanzados desde la grave recesión global del 2008.

George Soros, sin duda uno de los más agudos conocedores y exitosos inversionistas del mercado cambiario global, explicaba el lunes para el prestigioso medio The Guardian, en la antesala de Brexit, que si el voto mayoritario favorecía la separación, el ingreso promedio de las familias inglesas bajaría entre 3 y 5 mil libras esterlinas anuales, y que esa pérdida de poder adquisitivo por la devaluación de la moneda podría sostenerse por los próximos cinco años, a partir de la separación de la Unión Europea. Según Soros, esta devaluación de la libra esterlina puede superar el 15% en el corto plazo. Una pérdida de valor tan grande como la de 1992 (el de entonces terminó siendo un ajuste catalizador), pero con consecuencias socioeconómicas tan graves o negativas como la devaluación 1967.

En 1992, a pesar de su costoso ajuste, la devaluación de la libra esterlina era necesaria para liberar al Banco de Inglaterra de su política de defensa del valor de la libra con altos intereses, que mantenía a la economía frenada. Ahora no hay manera de que los intereses bancarios bajen en Inglaterra, porque ya se encuentran a un nivel muy bajo como para compatibilizar una reducción con la saludable operación del sistema bancario. Estiman muchos expertos, Soros incluido, que, en consecuencia, la libra perderá fuerza frente al euro hasta emparejarse con la moneda europea, un resultado inesperado para quienes piensan que el abandono de la Unión fortalecerá la economía británica. De hecho, el FMI prevé que una separación del mercado unitario europeo desaceleraría el crecimiento económico inglés –ya de hecho muy frágil y modesto– en los próximos años. En pocas palabras, como retruque de Brexit, la economía británica perderá fuerza, lo mismo que su moneda. Y cabe prever un decrecimiento económico en un escenario donde ese país depende más que nunca del influjo de capital extranjero, que en estas condiciones encontrará, a diferencia de lo ocurrido con los ajustes monetarios de 1992 y 2008, incentivos para invertir en otros mercados alternativos al británico. Por ello Soros concluye en su artículo que con la salida de la Unión Europea el pueblo británico se empobrecerá y los operadores de la especulación financiera tendrán una ventana de oportunidad para cocinar grandes ganancias.

Los economistas que hicieron campaña por la salida del mercado europeo anticipan ganancias para la economía británica a partir del 2020, porque Londres recuperará flexibilidad para aliarse, en función de sus propios intereses comerciales, con economías de mayor crecimiento que Europa; y que puede incluso elaborar mecanismos a la carta para interactuar con el mercado que hoy abandona. Este argumento de “soberanía económica británica”, que no goza del apoyo mayoritario de los observadores, ni encuentra asidero en las proyecciones del FMI, Banco Mundial y otras organizaciones internacionales, viene reforzado por el mayor relato de movilización expresado en esta contienda a favor de la separación: detener o controlar los flujos migratorios hacia Inglaterra desde el mercado europeo.

Hay, pues, sin duda, un componente xenofóbico, o al menos de rechazo a la inmigración e integración en el sentimiento de importantes contingentes de electores, que votaron a favor del retiro de Europa en Brexit. Una perspectiva que flota en el debate electoral de los EEUU en la narrativa prejuiciosa, racista y xenófoba de Trump, así como en el discurso de algunos sectores de la izquierda norteamericana, que se oponen a los acuerdos de libre comercio. Pero también puede rastrearse en las propuestas de Le Pen, en Francia, y subyace en muchas otras expresiones de liderazgo de extrema derecha que cabalgan por varias naciones europeas.

En suma, como explicaba hace poco el prestigioso periodista y analista Fareed Zakaria, Trump no está solo; hay unos cuantos “trumpcitos” gravitando en la política europea. En ese sentido, hace pocos días el ex presidente Bill Clinton nos exponía, en una reunión de estrategia electoral en la que tuvimos el privilegio de participar, que se confrontaban en EEUU dos visiones: la que busca construir puentes para integrar fuerzas sociales y mercados sin complejos –porque la experiencia demuestra que allí están las oportunidades de crecimiento en la nueva economía–, y la de quienes pretenden levantar muros para separarnos, porque prevalece en ellos una postura defensiva o reaccionaria frente a cambios inevitables. Resultados como el de Brexit van en la dirección de erigir muros, en lugar de cimentar puentes, y por eso es tan importante la encrucijada electoral que viene en los EEUU, donde se confrontan estas expresiones progresistas frente a las reaccionarias que dividen incluso a los sectores conservadores. De hecho, Gran Bretaña llegó al Brexit porque el primer ministro David Cameron (quien dignamente renuncia ante el resultado del referendo en el cual salió derrotado) debió conceder en la plataforma de su partido el compromiso de hacer este referendo, liderado por sus compañeros –al extremo de la derecha nacionalista– del partido conservador: el ministro de Justicia, Michael Gove, y el ex alcalde de Londres, Boris Johnson.

La otra interrogante que emana de este estrecho, pero definitivo, resultado del Brexit es cuáles otros países europeos pueden, en medio de sus batallas económicas a raíz de la crisis del 2008, tener las barbas en remojo. Si el impacto inmediato se consolida como se proyecta, el descenso en el desenvolvimiento de la economía británica afectará el crecimiento de otras, vinculadas o interdependientes con aquella. Habría que ver cómo termina impactando al mercado de materias primas y energético. Como dato concreto, el referendo de Brexit ya ha inducido una baja importante en los precios del oro y el petróleo. De esto surgirán ganadores y perdedores en la economía global, naturalmente.

Hace unas décadas, el mundo aplaudía y celebraba el gran paso dado por Europa con el Tratado de Maastrich y los referendos que en Europa daban aprobación popular para consolidar la Unión Europea.

Hoy las dificultades para perfeccionar esa unidad continental nos emplazan ante un resultado que arroja a la economía global al terreno de la incertidumbre. Sus mayores motivaciones han sido el miedo, la frustración y el predicamento xenófobo de algunos líderes que estimulan los viejos sentimientos nacionalistas.

Casualmente el excéntrico de Trump se encontraba en su resort y club de golf en Escocia (negocio con pérdidas cuantiosas), en una situación donde sus negocios personales comienzan a entremezclarse de manera grotesca con su agenda política. Desde allí se declaró entusiasta por el resultado de Brexit, y comentó que ahora Escocia debía reclamar su independencia en referendo, siempre en su narrativa segregacionista. Y de pronto soltó otro argumento expresivo de su alegría: “Con la devaluación monetaria más turistas podrían venir a mi resort en Escocia”. La ignorancia, el narcisismo y egoísmo pueden ser irresponsablemente audaces, porque, además, en el mapa electoral británco del Brexit Escocia votó mayoritariamente por no separarse de Europa, pero Inglaterra dominó el resultado pronunciandose por la separación.

Afortunadamente, y para cerrar con un giro positivo, las más recientes encuestas en EEUU colocan a Trump en creciente desventaja frente a Hillary Clinton. Apostamos a que esa sea, después de Brexit, la primera gran derrota de quienes oscurecen con muros en lugar de iluminar con puentes.

 

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