No es un secreto que el Gobierno venezolano pretende bloquear el referendo revocatorio. No es posible, en el actual entorno social y económico, evitar una derrota electoral en esa arena y en las elecciones presidenciales que procederían después, de ocurrir la consulta antes del cierre de este año. Imaginemos que eso ocurra. Imaginemos que el 2016 concluye con unas elecciones presidenciales en medio de la más profunda crisis que ha vivido Venezuela y que la Mesa de la Unidad Democrática logra un acuerdo, como sea, en torno a un candidato presidencial. Suena bien, ¿verdad?
Ubicados en ese escenario veamos qué espera a ese posible gobierno en 2017. Un país con inflación de tres dígitos, exiguos precios del petróleo, crisis en el sector servicios por falta de mantenimiento e inversiones y la proyección de la escasez que se atraviesa.
En ese contexto, se impone como proyecto de mediano y largo plazo reactivar la economía privada y las inversiones, retomar las riendas de nuestra industria petrolera y empresas básicas, y apalancar desde allí una recuperación de la producción nacional.
En el corto plazo, estamos enfrentados a un país arruinado en lo económico, con gravísimos problemas de seguridad y penetración del crimen organizado, cuya precaria institucionalidad está procazmente sometida a la voluntad de un politburó partidista de carácter militar-cívico. El conflicto de poderes, que en este escenario sería Ejecutivo-Asamblea Nacional contra el Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía, la Contraloría y, cómo desconocerlo, un importante sector de las Fuerzas Armadas, recrudecería en medio de la crisis. Así como el Gobierno ahora impúdicamente impide que funcionen el poder legislativo y las gobernaciones y las alcaldías que no controla, cuando esté en oposición cabe prever que hará lo mismo con las instituciones y desde la calle, con apoyo militar, para impedir que el nuevo gobierno enfile a una ruta de logros en lo económico. Una aspiración que no será fácil considerando la terrible distorsión de costos, precios y salarios que ha creado el absurdo entramado cambiario del país.
Corregir esas distorsiones es la premisa para cosechar cualquier resultado en el futuro. Pero esos ajustes serán políticamente incendiarios si no se enmarcan en un amplio acuerdo nacional de transición, en cuyo propósito queden articulados los factores de la Unidad con los que controlen la fuerza que reste del chavismo, el sector privado, la sociedad civil y las organizaciones sociales.
En pocas palabras, de ocurrir este año, el referendo revocatorio abrirá paso a una elección que podría ganar una oposición unida en candidatura y programa. Esto pasa por entablar un acuerdo nacional, que comenzaría con un diálogo franco. Y si la consulta ocurriese el año próximo, o más del 20% de las firmas quedaran recogidas este año con aplastante contundencia pero sin tiempo para hacer el referendo y las elecciones presidenciales de inmediato, entonces estaríamos ante la urgencia de una transición negociada para abordar la crisis, que seguirá avanzando y profundizándose hasta que se pueda dar un giro político y económico sistémico en Venezuela.
Para eso es importante el diálogo. Y no solo hay que promoverlo entre Gobierno y oposición, sino transversalmente en la estructura política, empresarial y social en una diversidad de actores. Diálogo entre la Asamblea Nacional y los demás poderes públicos, no solo el Ejecutivo. Diálogo institucional entre la Asamblea y la Fuerza Armada. Diálogo entre gobernadores y alcaldes de todas las regiones. Diálogo para la liberación de presos políticos y la amnistía o reconciliación, con el objetivo de lograr una ley en la que ambos sectores del conflicto se vean reflejados. Diálogo social, diálogo con el empresariado. Concebir esas agendas es fundamental para que nadie pierda el tiempo o para que nadie gane simplemente con la pérdida de ese tiempo, en perjuicio del país.
Esa búsqueda de la convivencia, ¿es contraria a la convocatoria del referendo revocatorio? Por supuesto que no. Lo deseable es que el revocatorio integre la agenda del diálogo, pero entendamos algo: un diálogo político limitado a producir una negociación que ponga al revocatorio en el calendario equivaldría a fijar fecha de salida del Gobierno (sin que sus líderes tengan claro su futuro); y pone a la oposición a las puertas de un gobierno en el que difícilmente tendrá éxito sino llega a él cimentado en un acuerdo nacional, que incluya un programa de acuerdos mínimos para la transición. Y el Gobierno, saliendo de una derrota electoral, no tendrá incentivo para allegarse a ese acuerdo, puesto que luego de verse impuesto del revocatorio, su probable apuesta será a que la crisis se profundice.
En consecuencia, diálogo y revocatorio no son excluyentes. Y, por el contrario, es bueno que ocurran simultáneamente en sus propios rieles y dinámicas. De hecho, la presión unilateral del revocatorio y la movilización popular en torno a esa alternativa constitucional puede lubricar al diálogo (y este, a su vez, favorecer al revocatorio) o a alguna forma de transición negociada.
En ese sentido, es muy alentadora la noticia de que el grupo de mediación integrado por los ex presidentes Rodríguez Zapatero, Fernández y Torrijos, promovido por Unasur, podría ampliarse con figuras o instituciones (particularmente, el Nuncio Apostólico), que ofrezcan garantías y confianza a la oposición para asumir el diálogo político con certeza de que será productivo y eficaz. Y mientras eso ocurre, nadie puede bajar la guardia en la movilización y lucha para que se logre la convocatoria del referendo revocatorio.
De lo contrario, será la turbulencia de esta crisis la que termine controlando todo, en un escenario de implosión, donde lamentablemente se impondrán indeseables vías de hecho y fuerza. Son esas rutas del desasosiego las que han dominado al civilismo en nuestra historia.
La estrategia y voluntad de quienes deseamos una mejor y posible Venezuela debe apuntar, sin complejos y con un ejercicio didáctico del liderazgo, a que avancen en conjunto el diálogo y el revocatorio. Otra cosa sería poner el futuro en manos del azar y librado a la oscuridad de la crisis que asfixia en sufrimiento a los venezolanos.
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