Tendencias: De los objetivos del milenio a la Agenda para el Desarrollo 2030

Las primeras páginas del informe presentado por el secretario de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, sobre los logros alcanzados por los Objetivos del Milenio al 2015 –fecha en la que se comprometieron los países firmantes en el año 2000–, tiene noticias alentadoras. Se dice allí, por ejemplo, que el número de personas que vive en condiciones de pobreza extrema se ha reducido a la mitad: de 1900 a 836 millones, aproximadamente. Un comportamiento semejante presentó la tendencia de la desnutrición: en 15 años se redujo de 23,3 a 12,9%.

El objetivo de “Lograr la Enseñanza Primaria Universal” pasó, en regiones en desarrollo, de 83 a 91%. La cifra de niños que no asiste a la escuela bajó de 100 a 57 millones, mientras que la alfabetización de jóvenes entre 15 y 24 años ha aumentado de 83 a 91%. El tercer objetivo, de aquella lista de ocho, que aspira a “Promover la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer”, presenta un importante resultado: se han emparejado las cifras de asistencia a la escuela en niñas menores de 15 años con las de los varones. Y otro dato de interés: en 90% de los países las mujeres han aumentado su presencia numérica en los parlamentos.

El cuarto objetivo, de reducir  la mortalidad en menores de cinco años, ha bajado a la mitad: de un promedio de 90 muertes por cada mil niños nacidos, se ha llegado a 43. Más significativo aún: a pesar del crecimiento de la población, la tasa de fallecimientos anual ha pasado de 12,7 millones en 1990 a 6 millones en 2015. El quinto objetivo, de mejorar la salud materna, también presenta mejores cifras: una disminución de las muertes de 45% entre 1990 y el 2015. No nos detendremos en los objetivos 6 y 7, relativos a la salud y el medio ambiente, que también presentan algunos indicadores favorables.

Una revisión sosegada de los resultados de “Fomentar una Alianza Mundial para el Desarrollo” (octavo y último de los Objetivos del Milenio) revela que sus indicadores son inciertos. El hecho de que se reconozcan los avances obtenidos es solo una cara de la cuestión. La otra es que en el planeta entero la pobreza sigue siendo muy grande y terrible. Pero, además, y esto es quizás lo más importante, es que, entre 2000 y 2015, otros factores no contemplados en los Objetivos del Milenio han incidido de forma especialmente negativa en la condiciones de vida de la mayoría de los habitantes del planeta.

En primer lugar, la desigualdad dentro de los países y entre ellos: la brecha entre ricos y pobres no ha parado de aumentar en los últimos años. Han crecido el desempleo y el empleo precario. En América Latina, por ejemplo, el número de mujeres afectadas por la pobreza es mayor que el de hombres, tal como lo señala el experto Koldo Unceta Satrústegui. Los retos de America Latina, en el marco de los Objetivos del Milenio, son de gran magnitud. Para reducir la pobreza y crear una sociedad con mayor igualdad, los países de la región deben sostener niveles promedio de crecimiento del 7% al 9% interanual de forma sostenida por una o dos décadas. En el caso de Venezuela, Cuba o Haití el desafío es mucho mayor, por el cuadro precario en que se encuentran con respecto al resto de la región. Esto no es fácil.

Durante la llamada década estelar de Latinoamérica, incluyendo su resiliencia a la crisis global del 2008, el promedio de crecimiento en la región no rebasó el 4%, aún cuando países como Perú sostuvieron niveles interanuales de expansión económico superiores al 7%. Pero todo fue producto fundamentalmente del boom de los precios de la materia prima impulsado por el consumo y crecimiento chino. En las realidades actuales, y sin muchos valores agregados, crecimiento industrial o innovación, la región crecerá un 2% interanual en el mejor de los casos. Las presiones sociales pueden, por primera vez en un par de décadas, poner en riesgo los equilibrios fiscales y macroeconómicos que había alcanzado la mayoría de los países de la región, con excepción de Venezuela, naturalmente.

Por otra parte, en las áreas donde persisten inmensos desafíos, hay indicadores relativos a la cuestión medioambiental cuyo desempeño es cada vez más negativo. A todo lo anterior hay que agregar las guerras y conflictos desatados en los últimos años, algunos incontrolables en la práctica, que han derivado no solo en procesos migratorios masivos sino en movimientos de millones de refugiados que han generado una severa crisis política dentro y fuera de Europa.

El documento del 25 de septiembre de 2015, aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas y que contiene la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, es dolorosamente emblemático de las dificultades que afronta la humanidad para los próximos años. Su lenguaje técnico y diplomático es inhábil para ocultar las condiciones de adversidad en las que vive no menos de la mitad de los habitantes del planeta. Pero, como bien dicen personalidades e instituciones comprometidas con la lucha por un mundo más justo, hay que seguir. Continuar en los esfuerzos. No rendirse a las dificultades sino sobreponerse e ir a la conquista de nuevas metas.

La Agenda 2030 contiene 18 puntos, presentados como enunciados genéricos, que el documento desarrolla en detalle. Parte, como es obvio, de “poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo”. Las metas que se proponen no solo reeditan los ocho puntos de los Objetivos del Milenio sino que se amplifican a cuestiones medulares, como el hambre, la desigualdad, la energía, la cuestión vital de modelos de producción y consumo sostenibles, el cambio climático, la paz y el desarrollo sostenible.

En el sustrato del documento está el fundamento vital del acuerdo: si no se producen las alianzas necesarias para el logro de un planeta sostenible en lo económico, social, cultural y ambiental, el deterioro podría continuar en los próximos años. A las ominosas realidades de hoy podrían sumarse otras, como el crecimiento del desempleo producto de la robotización de las industrias. Los ciudadanos del mundo tenemos una formidable tarea por delante: asegurarnos la existencia de gobiernos responsables. Esa es nuestra más urgente obligación. De no hacerlo, las condiciones de vida en el planeta continuarán deteriorándose.

La parte buena es que, tal como nos dice el informe de Ban Ki-Moon, el esfuerzo sostenido garantiza buenos resultados. Los logros demuestran que se puede. Solo hay que marchar hacia ellos con claridad de meta y convicción de que sí se puede.

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