A continuación voy a listar una serie de datos que permitan darle algunas dimensiones a la cuestión de la soledad. Estudios en Europa y Estados Unidos reportan que 1 de cada 3 personas padece de soledad. En zonas rurales, la tasa disminuye: 1 de cada 4. En España y Canadá, 25% de los hogares están habitados por una persona. Más de cinco millones de personas, cuyas edades van de los 18 a los 34 años, viven solas en Estados Unidos, de acuerdo con estimaciones conservadoras. Los de mediana edad, de entre 35 y 64 años, triplican esta cifra: sobrepasan los 16 millones.
En el Reino Unido la cifra de adultos que viven solos supera el 32%. En este país, de acuerdo con expertos, es alarmante el crecimiento de la soledad entre personas cuyas edades están entre los 25 y los 44 años. En Japón, en 2011, más de 31% de los hogares estaba habitado por una persona. En Noruega, 40%. En Suecia, alrededor de 60%. En París, más de la mitad de las viviendas están ocupadas por una persona. En años recientes, los demógrafos han llamado la atención sobre el crecimiento de los hogares unipersonales en China, La India y Brasil.
En América Latina, aunque las cifras son menos abultadas, la soledad va en aumento. En Chile, entre 2003 y 2010, el número subió 30%. En ese último año los que viven solos sumaban alrededor de 450 mil personas. En México superan el millón y medio. En Argentina, los dos millones. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo de 2016, disponible en internet, reportaba que 31% de las personas mayores en Colombia, viven solas.
Se trata de una cuestión de múltiple complejidad. Las razones que explican el fenómeno podrían clasificarse de muchos modos. Divorcios, viudez, migraciones forzadas, aumento de las expectativas de vida, limitaciones económicas y matrimonios cada vez más tardíos, son explicaciones parciales. Estas son las causas de la soledad obligada por las realidades.
Pero hay también todo un vasto abanico de soledades voluntarias o escogidas: personas que no encuentran una pareja acorde con sus expectativas; personas que escogen esconder su identidad sexual y llevar una vida ajena a la visibilidad de los demás; personas a quienes el mundo resulta demasiado difícil de sortear y deciden afrontarlo sin pareja y sin hijos; personas que han elegido consagrarse a su trabajo o a una causa. Las motivaciones por las cuales hay tantas personas que viven solas son imposibles de enumerar: son tantas como solitarios hay en el mundo. En la última década, los estudiosos del consumo, particularmente de la patología del consumo, han detectado la existencia de personas que escogen la soledad porque no están dispuestos a reducir su capacidad de compra o a compartir sus bienes con otros.
Basta con revisar los mesones de las grandes librerías para percatarse de la relevancia de este fenómeno: se ofrecen libros que hablan del arte de estar solos o que aconsejan cómo ganar amigos y salir de la soledad. Kate Bolick, famosa periodista norteamericana, generó la publicación de decenas de artículos cuando en 2015 sacó a la calle Spinster: Making a life of One’s Own, en el que hacía una muy elaborada defensa del derecho a escoger la soltería, frente a los prejuicios que señalan que lo conveniente es que las mujeres se casen y funden familias.
Otra vertiente de esta candente cuestión es la de las redes sociales. Las advertencias llueven por todas partes: que las redes sociales, al contrario de lo que prometían, tienden a producir encierro y aislamiento. Sherry Turkle ha publicado un libro, En defensa de la conversación, en el que destaca el encuentro personal como bien de la condición humana, opuesto a las falsas promesas de la tecnología y los intercambios virtuales, “que tienden a la deshumanización”.
En medio de este debate, que tiene la capacidad de activar las pasiones, médicos e instituciones especializadas comienzan a señalar que ha llegado la hora de categorizar la soledad como problema de salud pública, como ya ha ocurrido en algunos países de Europa.
La cuestión no se limita a lo que señalan las estadísticas: que el solitario tiende a la depresión, a la obesidad y el sedentarismo, al alcoholismo y al tabaquismo, al deterioro del sueño y a una baja de su sistema inmune, sino que, viviendo en compañía de otros, podría encontrar más respuestas, más certidumbres y más apoyo para manejar la indiscutible dificultad que es característica de nuestro tiempo. Frente a los que asocian el bienestar de lo humano a la vida en pareja o en familia, están los que levantan la bandera del beneficio de estar solos. Lo que sí está claro es que cada día hay más personas solitarias en el mundo, y que un alto porcentaje de ellas preferiría llevar una vida en compañía de otro o de otros.
La creciente magnitud de la problemática de la soledad convoca a cada ciudadano a un comportamiento solidario. Es, no hay duda de ello, un terreno fértil para la actuación necesaria de los gobiernos de las ciudades, quienes pueden intervenir con programas sociales y de acompañamiento, incluso con el apoyo de personas voluntarias, como ya está ocurriendo en ciudades de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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