En el mundo se consumen de media 23 kilos de azúcar por persona y año. Los países del Sur producen buena parte de la caña que proporcionó el 80% de los 168 millones de toneladas de azúcar que se consumió en el mundo en 2011 pero, antes de llegar a nuestras mesas, el azúcar pasa por una compleja cadena de producción y deja a su paso un reguero de consecuencias sociales y ambientales.
Los cañaverales son el punto de partida de esa cadena y es allí donde se producen los mayores abusos. Los sufren los cortadores de caña, que reciben salarios de miseria por realizar uno de los trabajos más duros que existen. También la tierra sufre: el monocultivo extensivo degrada la tierra, que queda devastada después de siglos de ingenios azucareros. En Cuba, el 70% de la tierra está al borde de la desertificación; en Pernambuco, al nordeste de Brasil, apenas se conserva el 2,5% de los bosques originarios. Se trata de dos centros neurálgicos de la economía azucarera, hoy venidos a menos.
Sin embargo, la caña de azúcar vive su segunda época dorada al calor del auge de los biocombustibles. Esta planta dulce y egoísta avanza sobre el sudeste asiático y también en Brasil, donde las plantaciones se extienden ahora hacia el Cerrado, una región del interior que compite en biodiversidad con la selva amazónica. Los ecologistas alertan de que, para 2030, esa región podría estar tan seca como Pernambuco. Con todo, para muchos expertos el mayor peligro ahora es que la caña transgénica lleve a los cañaverales los agrotóxicos que ya han sembrado la polémica en los cultivos sojeros del Cono Sur.
En 2011 se produjeron más de 168 millones de toneladas de azúcar en el mundo; en los países ricos se consumen unos 30 kilos por persona y año. No son sólo las cucharadas que añadimos al café ni los dulces que tomamos: el azúcar está presente en el pan, los lácteos y un sinfín de productos salados prefabricados. Es uno de los alimentos más básicos que existen, y sin embargo apenas sabemos nada del azúcar.
La de estos dulces cristales sigue siendo una historia muy amarga: de todos nosotros depende hacerla más dulce.
Fuente: Artículo de Nazareth Castro publicado en el blog del BID | @IQLatino