En el advenimiento de la sociedad del conocimiento, la educación superior ha pasado a ser una obligación para progresar en el mercado laboral. Tener un título terciario o alguna otra credencial avanzada se ha convertido en un prerrequisito para conseguir un buen empleo en el siglo XXI. Hace cuarenta años sólo el 28% de la fuerza laboral de Estados Unidos requería un título de postsecundario, mientras que en el 2018 más del 63% lo necesitaría.
Estos números provienen de un estudio reciente conducido por el centro de educación y fuerza laboral de la Universidad de Georgetown, que concluye que la educación superior se ha convertido en la barrera de entrada para aquellos que aspiran a la clase media. En 1970, un cuarto de la clase media había completado educación terciaria, comparado con un 61% en el 2010, demostrando el crecimiento de empleos de alta calificación. Estos números sugieren que si el acceso a la educación superior disminuye, la movilidad social podría continuar estancándose.
Diferentes investigaciones confirman que es necesario expandir la educación superior en todo el mundo, pero esta es cada vez más cara. En Estados Unidos, por ejemplo, el costo se ha incrementado más del 500% desde 1985. Como resultado, en el 2010 los graduados tenían una deuda promedio de más de $26.000. “El modelo universitario tradicional necesita cambiar,” dice Gustavo Herrero, vicepresidente de la Universidad Austral en Argentina. “Necesitamos universidades que se puedan adaptar a los cambios del mercado laboral”.
Esto es particularmente cierto porque una universidad tradicional de cuatro años no siempre es la mejor opción para encontrar un buen trabajo y desarrollar una carrera laboral gratificante. Por esta razón formas alternativas de educación superior se están volviendo cada vez más importantes. Como destaca la Asociación Americana de Community Colleges, hay más de 1.000 de estas Instituciones en Estados Unidos, con más de 13 millones de estudiantes – y los programas de dos o tres años que ofrecen están recibiendo casi la misma cantidad de estudiantes que las universidades tradicionales de cuatro años.
El crecimiento de las community colleges ha generado ciertas ventajas: proveen acceso a la educación a un gran número de estudiantes de menores recursos, quienes son subrepresentados en las universidades tradicionales. Además, las community colleges generalmente proveen una educación más relacionada a las necesidades del mercado laboral y más concentradas en desarrollar las habilidades que demanda el sector privado – y al mismo tiempo se mantienen mucho más baratas que las universidades tradicionales.
Sin embargo, estas tendencias prometedoras no garantizan que las community colleges serán exitosas fácilmente, ni en América Latina ni en Estados Unidos. La alta tasa de abandono está entre los obstáculos más grandes de estas instituciones. En California, por ejemplo, un reporte del 2010 demostró que el 70% de los estudiantes no habían recibido un título ni se habían transferido a una universidad dentro de los seis años de haberse inscripto en una community college.
Economías emergentes se están enfrentando a problemas similares en la educación superior y podrían beneficiarse de modelos alternativos, que se adaptan mejor a grupos marginalizados y de clase baja. “Cierta cantidad de países en América Latina están explorando el modelo de las community college”, dice Juan Carlos Navarro, especialista de la División de Competitividad e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo.
Éstos incluyen ejemplos como los institutos universitarios en México y Argentina, o Universidad Nacional Aeronáutica en Querétaro, México, cuyo objetivo es proveer a sus graduados la capacidad de desarrollar la creciente industria aeroespacial de la región. En Chile están La Guardia Community College y la Universidad Central de Santiago. Estas instituciones demuestran que las alternativas de educación terciaria, las cuales conectan mejor a los estudiantes con el mercado laboral y mejores trabajos, son posibles en la región.
También pareciera que las community colleges se han ganado su lugar en los debates sobre la política educativa. Sin embargo, como dice Navarro, “en estos países que están fomentando las community colleges todavía hay un gran desafío cuando se trata de coordinar y validar la acreditación con las universidades existentes y el mercado laboral.”
De cada 100 chicos que comienzan la escuela primaria en México, apenas 21 continuarán sus estudios hacia un título terciario. Esta alarmante situación no es muy distinta de la de Brasil o Colombia. Y aunque varios presidentes de América Latina están presionando a sus legislaturas para que dediquen más dinero a la educación superior, muy pocos consideran a las community colleges como una prioridad. Esperemos que ésta sea una tendencia que cambie pronto, tanto por nuestros estudiantes como por el dinamismo de nuestras economías.
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