La jornada electoral venezolana de este domingo 14 de abril resultó una verdadera sorpresa. Una que produce emoción y taquicardia. Tanto por el resultado anunciado, como por la respuesta del chavismo y el desafío planteado por Henrique Capriles.
Rescatemos estas observaciones de una madrugada en vela:
1) Maduro demostró que sigue siendo Verde. Un pésimo candidato que todavía no augura convertirse en un buen mandatario. Despilfarró una ventaja superior a 15 puntos porcentuales en menos de un mes y a un costo enorme para su campaña (y para el erario público, no quepa duda). Los chavistas, especialmente los que internamente le adversan (que hoy son más que ayer), deben estar calculando cómo deshacerse o anular a este líder autoimpuesto antes de que ponga en mayor peligro la herencia de poder de Hugo Chávez (que no el proceso revolucionario que ya estaba en riesgo por el propio desastre económico dejado por Chávez).
2) Henrique Capriles se convirtió en un fenómeno electoral y, aún más, en un líder. Hace un mes ¡hace una semana! Pocos entusiastas apostaban por su triunfo. Pensábamos -encuestas en mano- que había asumido con una valentía temeraria la carta del sacrificio. Muchos estábamos convencidos de que esta sería una candidatura testimonial, para no renunciar a los espacios democráticos y mantener movilizada a la oposición. Frente a una maquinaria electoral aceitada con petrodólares, contra todo el poder del Estado, contra el fantasma de Hugo Chávez y su cadáver insepulto, al frente de una base opositora debilitada, desmoralizada y asfixiada financieramente ¿quién creía que podía recortar los 15 puntos de ventaja del candidato del gobierno? ¡En un mes!
3) El partido de gobierno no disimuló el uso de su ventaja en el acceso a los recursos del Estado, tampoco la impunidad con la que pueden actuar en algunos centros de votación. Su descaro ha sido registrado por miles de testigos, documentos escritos y audiovisuales que gracias a la tecnología están a la vista de todos. Aunque la oposición movilizada demostró ser un verdadero desafío electoral para el gobierno -aún con el satanizado sistema de votación electrónico, debidamente verificado y con la vigilancia de miles de testigos en las mesas- ¿cómo no sospechar que los que han abusado del sistema abiertamente, no lo hacen también a escondidas?
4) ¿Qué va a decir la comunidad democrática internacional? Como en la OEA ¿van a cerrar filas con el status quo y reconocer sin más al sucesor de Hugo Chávez en honor al difunto? ¿Nuevamente Estados Unidos se hará la vista gorda y dirá a sus aliados (dato que recojo en mi libro de Verde a Maduro): “Déjenlos que se maten entre ellos?”
El desafío planteado por Capriles al no aceptar el resultado electoral lo coloca en la posición más peligrosa de su carrera política. Venezuela -con sus dos mitades- sostiene el aliento. Mantener su palabra de no reconocer el triunfo de Maduro puede eventualmente y contra todo pronóstico tener éxito. Pero también pone en el horizonte otros dos escenarios:
1) El sangriento de Irán: ante el fraude de la elección de Ahmadinejad, miles de ciudadanos, sobre todos estudiantes universitarios y jóvenes profesionales se lanzaron a las calles a protestar. Por un momento, el régimen autocrático iraní parecía tambalearse. Pero el resultado fue la desaparición física de todos los líderes del levantamiento, como nos lo recordó Moisés Naím en una entrevista. Venezuela no es Irán. A pesar del secuestro de las instituciones, hay aún espacio de maniobra democrático y cierto resguardo de las formas. Pero hay una variable indeterminada: miles de activistas armados en colectivos y en las milicias y un sector radical en el chavismo que hoy no cuenta con un líder como Hugo Chávez con el poder para ponerles freno. Este es un escenario sangriento. De producirse, Maduro perdería el respaldo de la comunidad internacional y en particular del poderoso clan de los Kennedy (parte del cual es el propio secretario de Estado John Kerry) en Estados Unidos. De producirse, la oposición perderá a varios de sus líderes.
2) El tragicómico de México: Andrés López Obrador mantuvo su postura de no reconocer su derrota en dos ocasiones. La primera vez fue un desafío peligroso para el status quo, la segunda vez sólo una caricatura. AMLO pudo hacer mucho ruido, pero perdió en el camino todo su liderazgo.
Si Maduro tuviese algún instinto democrático lo habría demostrado en su discurso triunfal del domingo. Aceptando sus errores y llamando a sus opositores a gobernar con él. Pero su invitación al diálogo estaba más bien dirigida a los chavistas que -como Diosdado Cabello- públicamente han empezado a mostrar su desilusión con su líder.
Por su parte, Capriles necesita actuar con suficiente inteligencia como para no alienar a la oposición que Maduro tiene dentro del chavismo y seducir la buena voluntad de la comunidad internacional.
El desafío a los demócratas venezolanos es el de moverse con suficiente agilidad como para hacer valer sus más de siete millones de votos. La opinión expresada democráticamente por la mitad de los venezolanos no puede ahogarse en un baño de sangre, tampoco ser motivo de risa, ignorada y convertida en caricatura.
Roger Santodomingo @CodigoRoger | IQLatino @IQLatino