La idea de que las empresas tienen una específica responsabilidad social nace en los Estados Unidos y desde ahí se expande a todo el mundo. Es una práctica que se consolida a finales de los noventa y principios del siglo XXI. El concepto muy pronto gana la batalla de las ideas, pero todavía no termina por triunfar en que se haga práctica institucional cotidiana en todas las empresas.
El concepto de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) plantea la idea que los interlocutores y beneficiados de la empresa no son sólo sus accionistas, que ciertamente están contemplados, sino un mundo mucho más amplio, el de la sociedad en su conjunto que incluye a los ciudadanos y sus organizaciones.
Las empresas tienen responsabilidades que le son inherentes como ofrecer productos o servicios de calidad, pero también las que se derivan del marco que impone la legislación de un país que implica, entre otras cosas, la remuneración justa a los trabajadores, el pago puntual de los impuestos y no contaminar el medio ambiente. Esas son responsabilidades previas a lo que hoy se conoce como RSE.
La RSE implica ir más allá de las responsabilidades señaladas anteriormente. Se funda en dos grandes ideas: a) Reconocer que una buena parte de su éxito se debe a su entorno y que por eso mismo se obliga, de manera voluntaria, a regresarle a la sociedad parte de lo que ha recibido de ella; b) La conciencia de que la empresa al actuar, como también lo hacen las personas, deben hacerse cargo de sus actos y de las consecuencias que se derivan de los mismos. Por eso mismo en su accionar se propone reducir los impactos negativos y ampliar los positivos.
La RSE supone un cambio de la cultura empresarial, que implica comprometerse de manera voluntaria con la comunidad y con ella, en el marco de sus posibilidades, colaborar de manera conjunta en la solución de los problemas sociales de la misma. Esta nueva cultura empresarial supone también un cambio en la manera de entender el negocio de forma tal que la RSE se integra y forma parte del mismo y no se les ve como algo accesorio o complementario.
De esta manera, la RSE exige de un liderazgo empresarial que debe saber armonizar, es una de sus tareas estratégicas, los objetivos propios del negocio con los intereses y expectativas que tienen la sociedad donde actúa. Así, la empresa asume que tiene un papel propio en la construcción de lo público y nunca pretende substituir al gobierno y a la sociedad civil organizada, que junto con el mercado (empresa) construyen el Estado.
La gran mayoría de las empresas no ha podido, no ha sabido o no ha querido integrar en el modelo de negocios a la RSE y todavía la sigue viendo como algo añadido y periférico a las tareas sustantivas de la empresa. De esta manera, salvo honrosas excepciones, el tema de la RSE no forma parte de los temas a discutir en la agenda de los consejos de administración de las empresas.
La RSE no es una moda pasajera y llegó para quedarse. Los empresarios y las empresas están obligados al cambio cultural. Las posibilidades de desarrollo en un país crecen en la medida que éste se profundice y acelere. El futuro de la RSE está en la generación de “valor compartido” que implica generar riqueza para los accionistas, la empresa y la sociedad. Habla de un nuevo mundo por construir y conquistar.