Hasta ahora hemos observado (eso sí, cada vez mejor) lo que pasaba a nuestro alrededor y nos pasaba por dentro. Pero deberíamos irnos preparando para identificar por dónde irán los tiros cuando sepamos no solo observar, sino controlar. En términos llanos, lo que me pregunto es qué va a ocurrir cuando, en lugar de limitarnos a observar nuestra biología, le añadamos la vocación de controlarla, agregándole el diseño y la ingeniería que todavía le faltan.
La biología sintética será, en los próximos cincuenta años, más importante de lo que lo ha sido la electrónica en el último medio siglo. Caminamos hacia una sociedad en la que seremos capaces de diseñar organismos vivos, porque contamos ya con la capacidad de diseñar el genoma. La alimentación, el medioambiente y la medicina personalizada serán objeto de revoluciones insospechadas.
Tal vez lo más fácil sería intentar prever algunas de esas transformaciones y prepararse para ellas; me refiero a la existencia de semillas sensoras en las minas, biosensores en los hospitales o los nuevos biofueles. Otro ejemplo clarísimo sería la necesidad de dotar a la formación médica que se imparte en las universidades del adiestramiento genético del que ahora carece. Los pacientes españoles no disponen en la actualidad del consejo personalizado ni de las implicaciones del conocimiento futuro de su salud y enfermedades.
El pasado nos ha dejado algunos problemas graves que, por motivos casi siempre justificados, no se pudieron o quisieron resolver entonces. Hay dos de esos problemas cuya solución, todavía pendiente, impide, de momento, decir que ha finalizado la transición de una época atrabiliaria a la modernidad.
En España –pese a los venerados padres de la Constitución–, los ciudadanos siguen sin elegir a sus propios representantes en aras de los representantes de los partidos políticos. He dicho en numerosas ocasiones que ninguno de aquellos políticos dejó de ser consciente, en ningún momento, de que las concesiones que se hicieron entonces a favor del poder de los partidos políticos tenían un plazo que no debía prolongarse en exceso. Aquella prórroga, como es bien sabido, obedecía al carácter escuálido, cuando no inexistente, de los partidos políticos después de la dictadura franquista.
La segunda rémora aplazada, y todavía pendiente de reforma, es la vulneración del principio de la división de poderes, al conceder al poder político la facultad de entrometerse y supervisar la organización del poder judicial. A la luz de los acontecimientos, nadie cree hoy en España que la división de poderes sea una realidad. Más bien todo lo contrario.
¿Cuál es el orden de prioridades de las grandes reformas todavía pendientes y útiles al ciudadano? El primer grupo viene dictado por la irrupción de la ciencia en la cultura popular, que ha puesto de manifiesto la vigencia de principios hasta ahora insospechados: el poder inmenso de la experiencia individual para transformar las estructuras cerebrales o genéticas. Es preciso aceptar que nuestro sistema de enseñanza imparte competencias trasnochadas. Estas sirvieron un día para conseguir trabajo, pero hoy son responsables de que la mitad de los estudiantes estén abocados al paro. Me refiero a la necesidad de enseñar a trabajar en equipo, en lugar de a competir; a aprender los sistemas de comunicación digital; y a gestionar las emociones, perdidas desde que se forzó a la gente a aborrecerlas o huir de ellas.
Todo está por hacer en el campo de las políticas de prevención. Hoy se sabe que una amiga o un buen amigo es mejor que un fármaco. Pero, sobre todo, contamos con pruebas experimentales de que se podrían mermar las demandas futuras de prestaciones sanitarias, educativas o de disturbios mentales mediante políticas innovadoras de prevención. La generalización imprescindible de las prestaciones se llevó a cabo sin pararse a pensar ni un segundo en el arsenal virgen de las políticas de prevención.
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