Antes de pasar a los deprimentes debates presupuestarios de Washington, quiero anunciar una buena noticia: somos cada vez más inteligentes.
En el año 1900, el estadounidense medio tenía un coeficiente intelectual (CI) que para los criterios actuales sería de alrededor de 67. Dado que la definición tradicional de retardo mental comprendía un CI de menos de 70, eso nos lleva a la notable conclusión de que la mayor parte de los estadounidenses de hace un siglo hoy entraría en la categoría de discapacidad intelectual.
La tendencia a una creciente inteligencia es algo que se conoce como “Efecto Flynn”, en homenaje a James R. Flynn, el académico de Nueva Zelanda que fue pionero en ese campo de investigación. Innumerables académicos han replicado sus descubrimientos en todo el mundo, y en la actualidad se les reconoce categoría científica, si bien aún no hay coincidencias respecto de sus causas y su importancia.
El CI promedio de los estadounidenses experimenta un persistente aumento de tres puntos por década. El de los españoles se incrementó diecinueve puntos en veintiocho años y el de los holandeses lo hizo veinte puntos en treinta años. Los niños keniatas avanzaron casi un punto por año.
Las cifras proceden de un nuevo libro de Flynn de Cambridge University Press tituladoAre We Getting Smarter? (¿Nos hacemos más inteligentes?) Se trata de un libro optimista, un recordatorio de que la capacidad humana crece. Implica que en la actualidad hay posibles Einsteins que trabajan como agricultores de subsistencia en Congo o que abandonan los estudios secundarios en Mississippi y que, con ayuda, podrían convertirse en Einsteins reales.
El Efecto Flynn pondría fin a la soberbia de aquellos que tradicionalmente han quedado bien ubicados en las cifras globales de CI. Por ejemplo, si bien aún existe una brecha de raza, los estadounidenses negros avanzan a grandes pasos y en la actualidad les va mucho mejor que a los estadounidenses blancos de la “gran generación” en la década de 1940.
Otro problema para los racistas: el país que encabeza las cifras de CI no es Estados Unidos. Tampoco Europa. Es Singapur, con 108 (la razón podría relacionarse con el respeto confuciano de Singapur por el aprendizaje, así como con su excelente sistema escolar.) Nada de eso significa que en la actualidad la gente nace con más inteligencia. Si bien el CI mide algo vinculado con la agudeza mental, es una medición imperfecta y poco confiable. Experimenta una fuerte influencia del entorno: las posibilidades disminuyen cuando los niños tienen parásitos o cuando el aire está contaminado con plomo. El resultado, la eliminación del plomo de la nafta, podría haber sumado seis puntos al CI de los niños estadounidenses, según el Dr. Philip Landrigan, un pediatra y epidemiólogo de la Facultad de Medicina Mount Sinai.
Flynn sostiene que el CI crece porque en las sociedades industrializadas imponemos al cerebro un ejercicio mental constante que aumenta lo que podríamos llamar el vigor cerebral.
“El cerebro de los mejores taxistas y con más experiencia de Londres”, escribe Flynn, que cita un estudio de 2000, tiene “más grande el hipocampo, que es la zona cerebral que se utiliza para recorrer un espacio tridimensional.” De forma similar, sostiene, la vida moderna hace que el cerebro se ejercite más que cuando vivíamos en granjas aisladas.
No es que nuestros ancestros fueran tontos, y confieso que tengo ciertas dudas respecto del Efecto Flynn cuando contemplo la declinación que se produjo desde Shakespeare hasta el libro Cincuenta sombras . La política tampoco parece salir beneficiada. Un estudio académico concluyó que hubo un deterioro del debate económico en los debates presidenciales desde 1960 hasta 2008.
Pero Flynn sostiene que los programas de televisión modernos y otros entretenimientos pueden ser exigentes en términos cognitivos y es probable que videojuegos como los de la serie Grand Theft Auto exijan más reflexión que un solitario. (No, no llamen a la policía. Mis hijos adolescentes no me tomaron como rehén para obligarme a escribir este párrafo.) Volvamos a los debates en Washington. Para mí, la enseñanza de esa investigación es la magnitud del potencial humano disponible en el mundo si podemos estimular a los chicos a los que ahora se descuida.
Un desafío es preservar la asistencia extranjera. En el mundo hay unos 61 millones de niños que aún no asisten ni siquiera a la escuela primaria, y en la campaña de 2008 el presidente Barack Obama hizo bien en proponer un fondo global para la educación, en parte como alternativa a las escuelas religiosas radicalizadas. Espero que la idea no quede en el olvido.
Un desafío aun mayor es el proyecto de país en momentos en que se reducen los fondos destinados a escuelas, unos 7.000 estudiantes secundarios abandonan los estudios todos los días y hay largas esperas para acceder a programas de enriquecimiento de la primera infancia como Head Start. Los programas de alfabetización pueden contribuir a interrumpir los ciclos de pobreza y liberar el potencial de los Estados Unidos, y bastaría un solo avión de combate F-35 para pagar más de cuatro años del programa Reading Is Fundamental en todo el territorio de los Estados Unidos.
En momentos en que se toman decisiones presupuestarias difíciles, recordemos que un dato esencial del mundo es que el talento es universal y que la oportunidad no lo es. Espero que por fin seamos lo suficientemente inteligentes para remediarlo.
Fuente: Revista Ñ.