¿Tiene usted un paciente de Zika cerca? Los relatos son estremecedores. El Zika es capaz de tumbar hasta al más fuerte.
El virus se ha extendido con tal velocidad y amplitud, causando además tales estragos, que el primer día de febrero la Organización Mundial de la Salud declaró la emergencia sanitaria global por causa. El virus del Zika ha azotado de manera especialmente alarmante a países como Brasil y Colombia, cuyas autoridades han reconocido lo acuciante de la situación y han puesto el asunto en el centro del debate público. En Venezuela, por el contrario, los casos abundan, pero las cifras oficiales no lo reflejan y la prensa lo alude como un flagelo cuyo impacto real se desconoce.
Con independencia de la atención que le presten los ministerios y entes responsables de las políticas sanitarias, el Zika recorre el continente sin encontrar mucha resistencia. Los aquejados dan cuenta de síntomas tremendos, en muchas ocasiones completamente incapacitantes: hinchazón en las extremidades, articulaciones dolorosas, piel brotada como el sarampión, ardor y enrojecimiento en los ojos, vómitos, fiebres, postración del ánimo, malestar generalizado. Y hay aún una porción de los pacientes sobre quienes se abate con mayor crueldad: las embarazadas. Estas no solo sufren los embates del mal como el resto de los afectados, sino que deben cargar con el riesgo real de malformación del feto.
No es una opinión ni un rumor producto del temor asociado a la severidad de los síntomas. Es un hecho. La insidiosa picada de los mosquitos está vinculada con múltiples casos de microcefalia, una condición que provoca nacimientos de bebés con cabezas pequeñas y defectos de nacimiento. No es juego.
Naturalmente, ante semejante perspectiva –más en países que no se caracterizan por la calidad de sus servicios de salud ni por la seguridad social a enfermos crónicos o con discapacidad- muchas mujeres enfermas con Zika han optado por la interrupción del embarazo o están solicitando la medida. Y entonces topan con una muralla no solo porque el aborto está prohibido o tiene limitaciones estrictas en gran parte de América Latina, sino porque aún en los países donde la legislación lo contempla entonces hay que vérselas con la persecución de ciertos grupos religiosos o de presión contra los derechos de la mujer. Según un estudio del Guttmacher Institute, solamente en seis países de América Latina y el Caribe el aborto es legal y está permitido sin restricción. En conjunto, estos países representan menos del 5% de las mujeres en edades de 15–44 años en la región.
En Brasil, el país con más católicos del mundo (no solo de Latinoamérica) –y donde la interrupción voluntaria del embarazo es ilegal salvo en dos supuestos o circunstancias: si el embarazo pone en riesgo serio la vida de la mujer o producido por una violación– han nacido casi 4.000 bebés con microcefalia, a causa del Zika. Es una tragedia. Estos niños no tienen garantizada una protección integral para su vida. Mucho menos, en países con perspectivas sociales menos favorables que las del titán suramericano. En nuestros países un niño con microcefalia es un problema para las familias; y ya sabemos que un porcentaje apreciable de esas familias carecen de figura paterna. Según un estudio de Naciones Unidas, entre 1990 y 2010 el porcentaje de familias biparentales nucleares disminuyó de 51% a 40%, y la proporción de hogares monoparentales nucleares pasó de 9% a 12%. Además, en ese mismo periodo los hogares monoparentales nucleares con jefas mujeres aumentó de 10 a 12%.
Frente a esta realidad, es la mujer quien debe recibir información completa acerca de su situación, de los riesgos que corre, de qué ayuda podrá disponer en el caso de que tenga una gestación proclive a complicaciones. Y si viendo el panorama completo, la mujer desea interrumpir su embarazo, es necesario que reciba la ayuda pertinente.
Tal es la crisis provocada por el Zika, que el aborto está siendo considerado –e incluso promovido- como una posibilidad a considerar con seriedad por muchos expertos, gobernantes y hasta figuras religiosas, como el sacerdote jesuita colombiano Carlos Novoa, quien apoya la despenalización de la interrupción voluntaria. Frente a esto, los opuestos a la intervención se limitan a proponerles a las mujeres que no se embaracen (prescindiendo del hecho de que una gran proporción de los embarazos son no planificados, directamente no deseados o producto de actos de violencia, incluso dentro de la familia), o que tomen precauciones ante el avance del virus.
“La prevención sería la solución”, repiten quienes niegan el derecho de la mujer a decidir al respecto. Como si hubiera la opción de prevenir cuando ya estás embarazada y, encima, padeces una enfermedad como el Zika, que pude crearle malformación a tu bebé.
Para terciar como una voz autorizada, técnica y laica, la ONU llamó a respetar el derecho al aborto ante el brote de Zika y pidió a los países afectados ofrecer educación sexual. Muy bien. La educación sexual es tan importante como las lecciones de lectura y de aritmética, pero el aborto es cuestión de urgencia cuando el drama se ha desatado y el tiempo ha empezado a correr, por cierto, en contra para la mujer y para el niño, ambos eventualmente condenados a un destino evitable.
Hace falta evaluar el problema sin fanatismos, con una visión que incorpore todos los aspectos de la realidad y, sobre todo, con solidaridad hacia esa mujer que no hizo nada para merecer el pinchazo de un insecto traicionero, y mucho menos un hijo sin oportunidad de tener una vida plena.
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