Semana aciaga en los Estados Unidos. La tragedia de Orlando es una sombra densa para el país.
Los hechos, crudos y crueles, han sido desafortunadamente manipulados por algunos, pero aún así ponen de relieve dos cosas en las que se debe trabajar sin descanso.
En primer lugar, es un crimen aterrorizador, motivado por el odio de una persona con graves problemas psiquiátricos que jamás debió portar un arma, de ningún calibre; mucho menos, un arma de guerra, semiautomática o de repetición. En segundo lugar, lo sucedido debe abrir nuestros corazones y mentes hacia una mayor tolerancia y respeto a las preferencias en la orientación sexual de las personas. Es un derecho humano no discriminar ni prejuzgar a nadie por ninguna consideración, ya sea raciales, religiosas, sexuales o de orientación sexual. Y este crimen tiene mucho que ver con la inaceptable homofobia que sigue instalada en los prejuicios de una sociedad que debe definitivamente abrirse al cambio. Así de simple.
Las investigaciones irán arrojando más detalles sobre el asesino de Orlando, al tiempo que conocemos los rostros de los caídos y heridos de este terrible crimen. Gente buena. En particular, muchos de ellos latinos que celebraban una noche hispana en el club de la comunidad LGBT, en buena medida porque todavía quedan reductos de intolerancia que dificultan una apertura a la convivencia plena en medio de nuestras diferencias.
En la arena política, el destemplado de Trump, sin mostrar un ápice de dolor, quiso hacer cálculos políticos con esta tragedia, caracterizándola como un acto directamente relacionado al terrorismo de ISIS o la fe musulmana. Es cierto que en sectores musulmanes, igual que en el catolicismo y muchas otras religiones, existen colectivos intolerantes frente a cualquier orientación personal no inscrita en la heterosexualidad; y es precisamente esa intolerancia la que debemos derrotar promoviendo convivencia, con educación y con amor. Pues, repetimos, es un derecho humano que cada quien a decida a quién ama y ser feliz con quien ama. También es cierto que, aparentemente, el asesino de Orlando venía entrando en contacto con mensajes y otras informaciones de adoctrinamiento que viajan por las redes sociales y el ciberespacio, provenientes de ISIS. Pero se trata de un ciudadano americano, al margen de su origen étnico, nacionalidad o religión. Y más aún, no existe, como lo ha establecido el FBI, hasta la fecha ningún vínculo entre sus acciones y células terroristas de ISIS que operan desde el exterior.
Con prescindencia de los hechos y a despecho del drama humano puesto de relieve con esta tragedia, el inefable candidato republicano abochornó nuevamente a su partido promoviendo más odio contra la comunidad musulmana; atacando con absoluto desapego a la verdad al presidente Obama; y oponiéndose a rajatabla a toda forma de legislación que prohíba el uso de armas de asalto o rifles de repetición o que al menos considere regulaciones que impidan adquirir armamento a personas con problemas mentales o a quienes se encuentran en listas del FBI u otras autoridades por investigaciones en desarrollo. El argumento de Trump y sus acólitos del National Rifle Association es inverosímil: aducen que es más la gente honesta que previene con armas este tipo de desgracias. En pocas palabras, en lugar de propender a evitar las matanzas, promueven la muerte en enfrenamientos de ciudadanos armados.
Estados Unidos es el país desarrollado con mayor incidencia de delitos violentos y masacres motivadas por odio o enfermedad mental de sus autores materiales. Y es también el país desarrollado más renuente a introducir regulaciones al porte o uso de armas. Los defensores de la Segunda Enmienda de la Constitución de los EEUU interpretan ese texto como un derecho absoluto a portar armas. El libertinaje en esta materia ha llegado al extremo de que el Huffington Post publicó un trabajo periodístico esta semana donde el reportero cuenta cómo pudo, en 38 minutos, adquirir sin mayor problema un rifle de guerra tipo AR-15, en la ciudad de Orlando.
En realidad, como todo derecho o libertad constitucional, es posible y permisible regularlo para garantizar la convivencia u otros intereses públicos, sin que ello suponga el cercenamiento del derecho. Es sencillo lo que vienen proponiendo desde hace décadas los líderes del partido demócrata, el presidente Obama y los activistas en esta materia: la ley federal debe prohibir de forma absoluta el porte y uso de armas de guerra o rifles y pistolas de asalto o repetición; y en segundo lugar, toda persona que desee adquirir un arma debe obtener una licencia temporal, ser sometida a una certificación de antecedentes penales y pruebas de aptitud psicológica. Si para manejar un carro se exige un proceso similar, cómo rebatir estos requisitos para portar un arma. Y cómo concluir que regular el porte y uso de armas es inconstitucional porque viola el derecho a adquirirlas previsto en la segunda enmienda, pero al mismo tiempo aceptar que la licencia de conducir no comporta una violación de derecho de libre tránsito. En síntesis, ambos derechos deben ser regulados y las personas con licencia para portar arma no solo deben sacar un permiso que pase por la verificación de ciertas condiciones por parte del Estado, sino que esa licencia debe ser temporal y la persona debe someterse al proceso periódicamente.
De hecho, hace unos meses el presidente Obama intentó que el Congreso aprobara una legislación que impidiera que alguien bajo investigación o sospecha en las listas del FBI y otras autoridades pudiese adquirir un arma. El proyecto de ley fue bloqueado por la mayoría republicana. De haber sido ley, quizá el asesino de Orlando no hubiese podido adquirir un arma, menos una de ese calibre.
En esta misma semana, las extravagancias de Trump le han salido caras. Así se reflejó en las encuestas. Cayó 9 puntos tras los virulentos ataques racistas al juez de la causa que se le sigue por fraude en el caso Trump University. Y es de prever que su oportunismo e indolencia frente a la tragedia de Orlando tendrán el mismo negativo impacto.
Entre tanto, nos queda ver con dolorosa resignación la pérdida de 49 personas que simplemente querían vivir según sus decidiones y sucumbieron, víctimas de prejuicios, fobias y odios que debemos superar.
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