Los ojos del mundo están en la elección presidencial en Estados Unidos. No es para menos.
Una nueva preocupación global se ha puesto de relieve esta semana ante la posibilidad de una presidencia del inefable de Donald Trump. Tras la inexplicable y ambigua carta del director del FBI sobre el caso de los emails de Hillary Clinton, algunas encuestas se mostraron más cerradas que en días anteriores. De inmediato, los mercados de capital y las bolsas de valores reaccionaron a la baja de forma increíble. En pocos días, el índice Dow Jones cayó de 18.253 puntos a 17.930, sin ninguna justificación macro o microeconómica, o fiscal, y sin que ninguna compañía o sector con incidencia en el índice esté atravesando alguna dificultad. Por el contrario, en concurrencia con esa situación, se dieron a conocer dos cifras que dan testimonio del éxito económico de la presidencia de Obama: El desempleo bajó en octubre al 4,9% y el deficit fiscal se ubicó en 2,6% del PIB, mientras las empresas americanas continúan arrojando cifras récord de utilidad en medio de un escenario de independencia energética que mantiene el precio del petróleo y la gasolina en el nivel más bajo conocido por mas dos décadas.
Todo se centra en el temor a una presidencia de Trump. ¿Por qué? Primero, el candidato del copete ha planteado una política de guerra comercial con China y México, entre otros principales socios comerciales de Estados Unidos. En segundo lugar, ha atacado las políticas monetarias de la Reserva Federal, cuyo profesional manejo es pilar fundamental de la recuperación económica de estos años. Y tercero, porque, como en materia de seguridad y defensa, Trump es un hombre sin prudencia al hablar de economía, sin filtros ni apego a los hechos. Su comportamiento es impredecible, locuaz e irracional; todo lo contrario a la serenidad, prudencia y vinculación con la realidad que se espera de un presidente de Estados Unidos. El temperamento de Trump es uno de los grandes temores del mercado.
Hillary Clinton no es la consentida, como nunca lo ha sido el Partido Demócrata, de Wall Street. Les habla claro, les propone regulaciones, que pese a ser sensatas y necesarias, esos sectores resisten o resienten. Pero Hillary Clinton es una mujer con aplomo, sin desmanes, que escucha y se rodea de gente con conocimientos y experiencia para decidir. Su política económica propone capitalizar y trabajar sobre los alcances de los últimos ocho años de Obama, que han sido de franca recuperación económica con equilibrio fiscal, pero se propone escalar con un ambicioso plan de inversión en infraestructura y energía renovable.
Economistas independientes, e incluso republicanos, han concluido, tras revisar las propuestas de Clinton y de Trump, que con ella el crecimiento se acelerará en al menos 1,5% adicional. Su política tributaria y el plan de gasto e inversión pública son neutrales en cuanto al impacto sobre el déficit fiscal y crearían 10 millones de nuevos empleos en el sector privado en cuatro años.
Con base en lo que hasta ahora se conoce, con Trump crecería el déficit fiscal a niveles del 6% o 7% del PIB y se perderían 3,5 millones de empleos en los primeros cuatro años de una hipotética presidencia suya. La prestigiosa revista The Economist ha calificado la política propuesta por Trump como un desastre de magnitudes similares al Brexit en el Reino Unido. Y para remate, las locuras que profiere en materia de política exterior dejan entrever el regreso a una situación de inestabilidad y conflictividad internacional sin precedentes, particularmente cuando se piensa en la afirmación alegre e irresponsable con la que advirtió que, de ser presidente, repensaría el compromiso de Estados Unidos con la OTAN. La conflictividad que anticipa su política exterior es combustible para una volatilidad e incertidumbre económica que tiene aterrados a los inversionistas. Pero, finalmente, el gran factor de incertidumbre es la imprecisión y vacío de contenido de los planteamientos de Trump. Nadie sabe francamente a qué atenerse.
Lo segundo es que, si bien los mercados interpretan correctamente el desastre global que representa Trump, la lectura política que inspira a sus temores y afecta el desempeño de las bolsas de valores es errada. La pelea por la presidencia está ciertamente cerrada, y hay encuestas que presentan promedios nacionales con diferencias muy estrechas, pero Trump tiene muy poca probabilidad de ganar. En realidad, los expertos en escenarios electorales más respetados le atribuyen una probabilidad de triunfo del 70% al 80% a Hillary Clinton.
Aunque Trump ha mejorado su situación en los últimos días, gracias a los rumores desatados por la carta del director de FBI, está peor colocado en este momento que Romney, cuando el Partido Republicano perdió contra Obama en 2012. Entonces, para esta fecha, las encuestas eran más estrechas. Obama no tenía posibilidad de retener Carolina del Norte y Wisconsin, dos estados tradicionalmente republicanos que había sumado en el 2008, y los márgenes en estados pendulares como la Florida eran más cerrados que en su primera elección. Incluso, en aquel momento, Obama no tenía el sólido 55% de aprobación que tiene hoy día, y su popularidad había mermado a 46%.
Sin embargo, Romney tenía solo el respaldo del 25% del voto hispano. Y era imposible llegar a la Casa Blanca si el apoyo de los latinos no se ubicaba en el 40%, salvo que compensara ese contingente electoral con un extraordinario apoyo de las mujeres y los jóvenes. Bueno, Trump tiene menos del 20% de apoyo entre los hispanos, y, a pesar de que ha alcanzado un histórico nivel de apoyo entre los hombres blancos sin grado universitario y una enorme popularidad en sectores rurales antes poco movilizados en lo electoral, el favor entre mujeres y jóvenes es mucho más bajo que el que tenía Romney. De hecho Hillary Clinton lo aventaja ampliamente en ambos sectores, particularmente entre las mujeres donde tienen un récord histórico de apoyo.
Eso en el plano demográfico, pero además Trump está en franca desventaja en los bastiones republicanos de Wisconsin y Carolina del Norte (este último lo ganó Romney contra Obama), tiene franca dificultad en Nevada, así como en otros con alta incidencia del voto hispano. En resumen, su camino a los 270 votos electorales le exige ganar en todos estos sitios y arrebatar a Clinton al menos un estado del llamado escudo azul demócrata, como Pennsylvania.
Finalmente, en el sistema electoral de los Estados Unidos existe un mecanismo denominado “votación anticipada”, que permite a los electores sufragar antes del día de la elección en horarios y lugares especialmente designados, o por correo. El Partido Demócrata especializa su maquinaria electoral en este tipo de movilización, porque favorece a sus electores duros, en su mayor parte obreros, trabajadores y minorías para quienes la elección un día martes puede presentar dificultad. Tradicionalmente, un alto porcentaje de participación en votación anticipada es positivo para los candidatos demócratas y les permite construir un margen de ventaja. Al día de hoy, la votación anticipada ha alcanzado cifras récord de electores, 35 millones (casi un 30% de la participación electoral proyectada) y los sondeos entre electores que han votado de forma anticipada ubican a Hillary Clinton con un 58% en muchos estados. Por ejemplo, en el estado clave de la Florida, Clinton tiene el 55% y Trump, el 38%. Con márgenes tan abiertos en una votación anticipada, si bien tienden a cerrarse por la afluencia de electores republicanos el día 8, la proyección es que Clinton cerraría con una ventaja de 4 a 6 puntos porcentuales en el voto popular, no muy diferente al 51%-47% con el que se reeligió Obama en 2012. Esa proyección es totalmente consistente con un dato: Obama, quien cuenta con un apoyo del 55%, se encuentra en campaña como si esta fuera su propia candidatura, consciente de que Trump es la oposición más radical a su legado.
En síntesis, los mercados aciertan cuando valoran a Trump como una amenaza global de impacto negativo para la economía, pero se equivocan al entrar en pánico porque en dos días Clinton será electa la primera mujer presidente de los Estados Unidos.
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