Mark Zuckerberg, creador y presidente de Facebook, se ha visto obligado a abordar el asunto de las “noticias digitales falsas” y la “posverdad”, y planteárselo como algo inesperado para su modelo de negocios y la plataforma digital más grande del mundo: explorar mecanismos editoriales o de control sobre la propagación de noticias falsas que están influyendo especialmente en la formación de opinión pública, con impacto en todos los órdenes, incluido el de los resultados electorales. La “posverdad” ha quedado definida como una apelación a las creencias o prejuicios por encima los hechos.
Ya había leído antes sobre como los algoritmos utilizados por las plataformas de redes sociales como Facebook vinculan al usuario con los contenidos compartidos en los perfiles de las personas que más frecuentamos, o con aquellos contenidos distribuidos por páginas con los cuales el usuario ha interactuado o indicado “Me gusta”. El mundo del algoritmo produce una realidad alternativa en la que terminamos rodeados de opiniones y contenidos que, con independencia de su lejanía de los hechos, refuerzan nuestras percepciones sin abrirnos a la crítica o curiosidad por otras perspectivas, y, lo más grave, refuerza un sistema de valores y convicciones refractarios a los hechos o datos que contundentemente desafíen su veracidad.
El mundo del algoritmo en redes sociales está generando más intolerancia y polarización en la medida en que pasamos más tiempo frente a las pantallas, interactuando en redes sociales. Mucho más, si consideramos que es a través de esas redes sociales como estamos informándonos, no solo a través de los contenidos distribuidos por la plataformas digitales de medios de comunicación de reconocidas casas editoriales, sino los de toda una variedad de páginas, blogs e “influenciadores” de opinión que han emergido en cada una de esas “burbujas comunicacionales”. Por otro lado, la desconfianza creciente en las agendas informativas o políticas de los medios de comunicación en sociedades democráticas, así como la irrupción de mecanismos cada vez más sofisticados de censura y autocensura en sociedades con modelos autoritarios (como Cuba, China, Rusia, Corea del Norte, Irán y Venezuela), han hecho que el fenómeno del periodismo alternativo haya convertido a Facebook o Twitter en las principales fuentes de información para millones de personas. Esto, a su vez, ha propiciado una constelación de canales digitales carentes de mecanismos editoriales que garanticen un trabajo periodístico con controles de calidad profesional, donde la información y la opinión queden claramente delimitadas, y además ocurra necesaria verificación de la información con base en fuentes acreditadas.
Christiane Amanpour, una de las mejores periodistas que conozco, al recibir el Premio del prestigioso Committee to Protect Journalists (CPJ), abordó el asunto con meridiana claridad, agregando otro elemento. Los fenómenos mediáticos que surgen al amparo de la postverdad y las noticias falsas en redes sociales han impuesto una agenda muy peligrosa a los medios tradicionales, la de la neutralidad y la falsa equivalencia como recurso para competir, dando espacio a los más absurdos planteamientos y opinadores en el afán de ofrecer una “igualdad de cobertura” que los haga competitivos en un mundo donde las audiencias están sumergidas en echo chambers (“cámaras de eco”) o realidades alternativas insufladas por el acceso rápido a información que carece de legitimidad, pero nos parece creíble porque nos llega desde las redes sociales, muchas veces con el endoso de alguna persona que seguimos como referente válido.
Entre los efectos de esta tendencia, que iguala a la víctima con el victimario, están convertir en escándalo algo que nadie sabe si es ilícito o simplemente basado en hechos, y propagar y facilitar tribunas a lunáticos y fanáticos para discutir y repetir ideas muertas o argumentos vencidos por los hechos y la ciencia, normalizando de esa manera el absurdo, la falsedad o simplemente la manipulación. Un buen ejemplo es la cuestión del cambio climático. Está ocurriendo, lo confirma toda la ciencia y la data disponible sobre sus impactos en el planeta. Y aún así se les da espacio a renegadores erigidos como expertos sin credenciales, pero que las adquieren al sentarse en un panel de televisión a repetir lugares comunes y opiniones sin fundamento que apelan al convencimiento que deviene de nuestras creencias o prejuicios.
En un trabajo de BuzzFeed sobre las noticias falsas y su influencia en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos, se analizan las noticias de mayor impacto en redes sociales, no solo por el tráfico sino los engagements de los lectores; es decir, la cantidad de veces que las mismas fueron compartidas, comentadas o aprobadas por usuarios de las redes sociales Facebook y Twitter. El estudio concluye que las 20 noticias más leídas y compartidas en los social media, al cierre de la campaña electoral, no tenían como fuente un medio de comunicación o casa editorial reconocida (por ejemplo, The Wall Street Journal, The New York Times o The Washington Post), sino canales, páginas o blogs dedicadas abierta y deliberadamente a la propagación de noticias falsas. De las 20 noticias con mayor peso en el cierre de la contienda electoral, de este origen, el sesgo era favorable a Trump o simplemente dirigido a descalificar sin basamento a Hillary Clinton. Quizás en buena medida este mercado de información falsa adquirió relieve no solo por la magia del algoritmo en las redes sociales, sino por el hecho de que la mayor parte de los medios, acosados o indignados por la retórica de Trump, apoyaron abiertamente la candidatura de Clinton, jugándose la credibilidad en audiencias proclives a Trump o independientes e indecisas.
The Washington Post publicó la semana pasada una entrevista con Paul Horner, uno de los empresarios de la producción de canales o fuentes digitales, exclusiva y deliberadamente dedicadas a promover “noticias falsas”. Todo un imperio muy rentable de laboratorios de guerra sucia y falsificación de información distribuida a través de centenares de páginas web, blogs, páginas en Facebook y cuentas de Twitter, que cada quien va convirtiendo y validando a través del mundo del algoritmo que define nuestro entorno informativo digital como usuarios de las redes sociales. El entrevistado reconoce ser el autor de muchas de esas noticias falsas y su intencionalidad de favorecer a Trump, pero admite no estar arrepentido porque nunca pensó que este lucrativo ejercicio de manipulación podía concluir en la presidencia de Trump. Sin embargo, una de las noticias falsas con mayor engagement en redes sociales, escrita y distribuida por el laboratorio de Horner fue una al cierre de la campaña (incluso retuiteada por uno de los hijos de Trump) en la que se miente sobre el apoyo de líderes de la comunidad amish a Donald Trump. La población amish se concentra en los sectores rurales del estado de Pennsylvania, bastión demócrata que sorpresivamente y por mínima diferencia fue clave en la elección de Trump.
Si la cosa hasta este momento nos resulta preocupante, más grave es cuando se conoce que la madeja de información manipulativa o falsa contra Clinton cita en muchos casos a wikileaks y los supuestos emails de Hillary Clinton a su jefe de campaña, John Podesta, o el Partido Demócrata como fuente, sin que eso sea cierto. Con el agravante de que los emails revelados por wikileaks provinieron de una operación de ciberespionaje político (hacking) perpetrado por agentes vinculados a la élite de poder en Rusia. De hecho, The Washington Post publica esta semana una investigación efectuada por dos periodistas que ubican a agentes de propoganda Rusa como parte de las maquinarias de producción y distribución de este mar de noticias falsas. El tema se complica por conocerse vínculos, ampliamente comprobados, entre quien fue uno de los asesores de la campaña de Trump y el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Más aún, el liderazgo del Partido Demócrata y la campaña de Clinton han denunciado que el FBI tiene indicios de esta intervención rusa y foránea en el proceso electoral y la política de Estados Unidos
Este fascinante episodio ha puesto de relieve uno de los más controversiales asuntos para la agenda política, jurídica y periodística de estos tiempos. Entre tanto, son pertinentes unas preguntas que exigen pronta respuesta: ¿Qué se puede hacer para erradicar este perverso mundo de las noticias falsas en el campo digital? ¿Qué papel pueden jugar los medios de comunicación para evitarlo? Y, finalmente, ¿tendrán estas plataformas empresariales que manejan redes sociales la obligación de asumir un rol editorial que filtre e impida la propagación de noticias falsas?
La cuestión no es irrelevante para comprender lo que puede estar pasando, con terribles, efectos en países como Venezuela, cómo se puede afectar el debate político cuando la censura, la autocensura o las hegemonías comunicaciones oficialistas nos arrojan a la selva de la información que nos llega por las redes sociales como única alternativa. ¿Cuánto pueden manipular y conseguir tirios y troyanos en este escenario de la postverdad con las noticias falsas, la media verdad, la falacia o la denuncia o especulación sin fundamento, elevada a la categoría de información u opinión por el mundo de las falsas equivalencias?
En la democracia más importante del planeta ya hizo estragos esta combinación explosiva de las noticias falsas, el ciberespionaje político y la posible injerencia extranjera en las elecciones presidenciales. La búsqueda de la verdad en el ejercicio períodistico y evitar que la tecnología se convierta en un caballo de Troya cargado de mentiras son dos retos fundamentales para la democracia en estos tiempos de cambio.
Nos leemos por twitter @lecumberry