Ante una audiencia de expertos religiosos, el Papa Francisco acaba de hacer un llamado a favor de humanizar la educación. En la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano, habló de las tres claves que, en la visión de la Iglesia, deben ser las guías que prevalezcan en el mundo de la enseñanza: humanizar la educación, formar en el diálogo y sembrar la esperanza.
Desde otra perspectiva ideológica, la liberal y progresista Martha Nussbaum, una de la más importantes pensadoras de nuestro tiempo, a quien España concedió el Premio Príncipe de Asturias 2012, ha lanzado una contundente advertencia: la sed económica de los Estados y de los sistemas públicos de educación no deben apartar las humanidades ni concentrarse de forma excluyente en la formación para el dinero, porque de ello deriva un peligro inmenso: la de formar personas sin capacidades para el cultivo de la democracia. No es la única. Intelectuales, pedagogos y personas con indiscutibles calificaciones, en América Latina, Europa y Estados Unidos han levantado su voz en el mismo sentido: la formación de niños y jóvenes debe ser sensible y orientada a la solidaridad.
Frente a esta posición, otra también fundamentada actúa en sentido contrario: relega las materias humanísticas y subraya la importancia de los conocimientos técnicos, la formación para el trabajo. Mientras unos se enfocan en la relevancia que tiene la sensibilidad y la solidaridad, otros lo hacen en el objetivo de formar personas productivas y competentes. Y hay razones en ello, especialmente cuando se pone en la mesa, no la cuestión de las libertades democráticas sino la de la economía, que necesita de personas formadas en los más diversos campos y niveles para atender a la demanda de los procesos productivos.
Pero estas dos posiciones, cada una con sus beneficios y limitaciones, no son el único dilema. Importantes teóricos, incluyendo figuras mundiales de la psicología, proclaman su preocupación por un fenómeno cada vez más inquietante: la pérdida de autoridad de padres, maestros y otras figuras ductoras –como nuestros mayores– ante niños y jóvenes, lo que tiene consecuencias directas en la convivencia y en las condiciones en que se producen los intercambios en el aula. Al mismo tiempo, especialistas como Deena Weinsberg, consagrada a investigar la cognición, pone el acento en las bondades de la fantasía como instrumento de aprendizaje.
Hay métodos que conceden un peso especial a los deportes y las artes, mientras que otros se inclinan por la informática y a las lenguas, de modo destacado, el inglés. Están los que dicen que la totalidad de la jornada educativa debe realizarse en la escuela, y los que dicen que son necesarias las tareas en casa, que involucren a los padres. Y, así llego en esta enumeración de disyuntivas a una de los más terribles: la tensión entre masificación y calidad de la educación. Veamos.
Parece haber consenso en que la masificación, en la mayoría de los casos, se ha traducido en un deterioro de la calidad. Hay quien ha dicho que entre el nivel de formación que recibe un estudiante de las más reputadas escuelas privadas de Inglaterra y el de las escuelas públicas de países muy pobres, la diferencia podría ser equivalente a la de un siglo. Más allá de si semejante afirmación es o no pertinente o sustentable, lo cierto es que en el planeta hay 263 millones de niños fuera de la escuela y 760 millones de adultos que no leen ni escriben.
Cubrir el déficit económico de los sistemas educativos del mundo costaría entre 35 y 42 mil millones de dólares al año, dicen los estudiosos. Pero ese déficit se incrementaría de forma casi exponencial si a ese monto se suma la deuda con instituciones financieras que estudiantes de todas partes del mundo tienen por los créditos que han recibido para pagar sus estudios universitarios de grado o postgrado. Lo anterior tiene relación con otro lamentable proceso: el que la educación de más alta calidad es privada en buena parte del mundo. En el sector público hay excepciones, pero son eso: escuelas de muy alto nivel, cuya vocación por la excelencia no depende tanto del régimen estatal como de la devoción de individuos que aman el ejercicio de la educación.
Añadiré todavía un elemento más que aumenta la incertidumbre hacia el futuro inmediato: la incorporación de las tecnologías digitales a la escuela. Se trata de un proceso que, en términos históricos, está dando sus primeros pasos. Visto en términos mundiales, todavía son pocas las escuelas que han logrado incorporarse de lleno a los usos tecnológicos. Puede decirse que hay avances, pero sobre todo, por pedagogos vanguardistas en muchos países que dan los primeros pasos con programas, computadoras, tabletas y otros recursos. Sin embargo, nadie debería estar tranquilo: en cualquier momento, muy próximo, se producirá el boom de la escuela digital, que podría ser fuente de una todavía mayor desigualdad: un porcentaje pequeño de jóvenes altamente capacitados en las realidades y potencialidades de lo digital, y una mayoría que afrontará la búsqueda de un lugar en el mercado laboral, con menos oportunidades que otros.
En el marco de la valoración del impacto de la tecnología en la educación, también tenemos el surgimiento de iniciativas como Coursera, donde un grupo de las mejores universidades de Estados Unidos ha construido una oferta de contenidos académicos básicos y avanzados que ocurren en “aulas virtuales”, donde interactúan con estudiantes de todas partes del mundo que están inscritos para cursar las materias. La ambición de este sistema es no solo administrar el otorgamiento de certificados o grados académicos de excelencia “online”, sino el reconocimiento de las materias cursadas bajo el sistema de créditos en un universo amplio de universidades. Bajo esa modalidad un estudiante de cualquier parte del mundo podría cursar macroeconomía, geopolítica o matemáticas actuariales con los mejores profesores del mundo, en un aula enriquecida por la diversidad y diferentes perspectivas que ofrece al estudiante y al profesor la escala global de estos espacios digitales, para así acreditarla en la universidad donde cursa estudios presenciales.
Por otra parte, hay quienes han pensado en Estados Unidos que estos sistemas podrían optimizar la inversión educativa en las universidades públicas y community colleges (escuelas universitarias técnicas o comunitarias), generando ahorros significativos y alcanzando mayor calidad educativa, al no tener que contratar personal académico para dictar cursos del curriculum obligatorio (y algunos muy especializados) que son ofrecidos por Coursera, por los académicos mejor acreditados del mundo. De esa forma la inversión de los recursos se enfocaría a nivel presencial en preparar al estudiante, alineando la oferta académica con el adecuado balance entre la formación humanista, la promoción del pensamiento crítico, la innovación y la formación de relevantes para los mercados laborales. En ese modelo podría también ampliarse el acceso a bajo costo o la gratuidad de la educación superior en Estados Unidos, un tema de especial impacto político en este momento por el costo financiero de las matrículas universitarias, tanto en las universidades públicas como privadas, y los bajos niveles de calidad y resultados exhibidos por otras instituciones del sistema.
Y finalmente, en este desafiante mundo de los impactos tecnológicos ha surgido el denominado Uncollege Movement (Movimiento sin Universidad). Los proponentes cuestionan que participar en el sistema educativo formal sea el único camino al éxito personal y económico, particularmente cuando contrastan el impacto de la deuda estudiantil sobre las finanzas personales de los egresados. El movimiento propone caminos alternativos para la formación o educación superior, que se basan en la organización de núcleos de estudios, grupos de mentores y cooperativas que, con base en experiencias y mejores prácticas, y compartidas en redes sociales y otras formas de comunicación digital, permitan a los participantes aprovechar todos los recursos, aplicaciones, contenidos académicos, científicos o culturales disponibles de manera abierta en el espacio digital. En pocas palabras, es un movimiento que promueve lo que podríamos definir como un autodidactismo 3.0, con referentes y líderes o mentores que ofrecen orientación al educando.
No creo que para nadie sea fácil escoger entre los dilemas que hoy he ofrecido a los lectores de este espacio. Quizás las soluciones para un mundo mejor no estén en ninguno de los extremos, sino en esos puntos intermedios que cuesta mucho alcanzar, porque la educación exige consensos políticos, económicos, culturales, pedagógicos y otros. Por fortuna hay una idea cada vez más extendida en las sociedades por personas de las más diversas ideologías: que la educación es requisito irremplazable en los empeños por una vida mejor.
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