Cambio de valores

Nuevamente la juventud busca conseguir el reconocimiento y el amor del resto del mundo, en lugar de un coche o unas vacaciones pagadas

«Por fin tengo trabajo; soy feliz». Esas fueron las primeras palabras de María, diplomada en Trabajo Social, al conseguir un empleo después de seis meses de búsqueda infatigable. Ni me mencionó las horas ni la remuneración. Pensé que, hace apenas unos años, lo primero de lo que nos habríamos vanagloriado los jóvenes de entonces era del sueldo conseguido. Se ha producido un cambio de valores no solo necesario, sino muy encomiable.

Lo que importa ahora es lo que importaba antes del famoso ‘milagro español’: conseguir el reconocimiento y el amor del resto del mundo, en lugar de un coche o unas vacaciones pagadas. Me gusta. Yo sé que el país saldrá adelante con esos jóvenes, a pesar de la corrupción y el aplazamiento de las reformas.

Estoy estos días en el extranjero, donde se está discutiendo en profundidad el debate económico, nada trivial, entre la necesidad de los recortes, por una parte, y la imperativa expansión de la economía si se quieren generar puestos de trabajo. En España se ha llevado muy mal esta discusión. La gran mayoría parecía oponerse a los recortes, sin darse cuenta de que los tiempos habían cambiado y de que no se podían, de momento, sufragar idénticos niveles de gasto sin aumentar la productividad del conjunto. Se ha seguido cuestionando, por otra parte, si un mayor endeudamiento público y privado redunda siempre en un menor crecimiento económico. Lo que parecen estar demostrando los últimos estudios al respecto es que depende de cómo se hagan las cosas.

A partir de un determinado nivel de endeudamiento público y privado –es el caso de España–, cuando los dos se suman, es difícil que siga aumentando el crecimiento mediante un mayor gasto público. Pero controlado ese nivel, el crecimiento del producto puede alcanzar hasta un dos por ciento según cómo se hagan las cosas.

Se trata de hacerlas bien, recurriendo a la sociedad, asumiendo la necesidad de terminar las reformas financieras, sindicales y las iniciadas en la transición de la dictadura a la democracia, e incorporando las nuevas técnicas de aprendizaje de la gestión emocional y social.

Consejo de gobierno del BCE en Bratislava, Eslovaquia
Consejo de gobierno del Banco Central Europeo el 2 de mayo de 2013 en Bratislava, Eslovaquia (imagen: web del BCE).

Es cierto que entre los más expertos y razonables directivos de la economía mundial existe hoy el sentimiento de haber hecho las cosas solo a medias. De haber cometido muchos errores, como haber subestimado la fragilidad del sistema bancario en España después de tanto crecimiento desenfrenado. A Lorenzo Bini Smaghi, anterior miembro del comité ejecutivo del Banco Central europeo, le gusta repetir: «No acabamos de entender lo que está sucediendo en las economías avanzadas».

A mí me gusta decir que, en el campo de la biología hemos rebasado el momento en el que nos empeñábamos en observar lo que había en el interior del cuerpo de la rana para descubrir, de una vez por todas, la manera de controlar los movimientos y hasta los sentimientos de aquel animal. En economía no hemos salido todavía de la fase de observación; apenas nos ponemos de acuerdo en qué está ocurriendo. Hay poca práctica de observar los flujos y su equilibrio; hay muy poco acuerdo en percibir la realidad de lo que se está observando. Ya no digamos a la hora de controlar.

De todas las razones ventiladas en contra del pesimismo arraigado en el sentimiento popular de tantos países de Europa, lo de menos son las razones sabidas: el aumento de la esperanza de vida de 2,5 años cada ocho, la bajada a nivel mundial de los índices de violencia, la subida inexplicable pero real de los índices de empatía, la irrupción de la ciencia en la cultura popular. Lo que más cuenta, créanme, es el perceptible y favorable cambio de valores en la juventud.

 Blog de Eduard Punset