#UnChallengeporVenezuela y #SomosPanasColombia encaran la xenofobia contra los venezolanos

Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que la posibilidad de emigrar desde Venezuela no figuraba siquiera detrás del horizonte. Mientras los vecinos de los países de esa nación al norte de Suramérica se maceraban en sus problemas endémicos –violencia, crisis económicas con dolarizaciones e hiperinflaciones incluidas, dictaduras, desigualdad, pobreza, inestabilidad política—, y, por ende, una porción considerable de sus habitantes dejaba sus casas para pasar la frontera en busca de mejores condiciones, los venezolanos alargaban la vida en su burbuja de bonanza petrolera: las cíclicas crisis, las propias violencias, desigualdades y pobrezas quedaban más ocultas en la idea colectiva de que los recursos no se agotarían jamás o de que ninguna dificultad, por grande que fuera, desarticularía al país.

Venezuela era la hermana rica de la región, una tierra que se hacía cada vez más mestiza como receptora y anfitriona –ya desde los años 40 del siglo XX—de los inmigrantes del sur de la Europa de la postguerra, de muchos países de Latinoamérica y el Caribe hispano, de árabes, judíos y de otros migrantes que llegaban desde más hacia el este en el globo. Todos con una nutrida cultura trashumante.

Entonces llegaron 1999, Hugo Chávez, la nueva realidad. En los brotes del nuevo siglo, sobre todo en esos 2002 y 2003 en los que la conflictividad se apresuraba, comenzaron a irse venezolanos que podían pagarse los estudios en el exterior para luego intentar quedarse en los países a los que iban, además de aquellos descienden de españoles, italianos, portugueses. Y muchos inmigrantes que en Venezuela habían encontrado arraigo volvieron a sus países de origen.

En la medida en la que conflictividad se inflamaba, con el avance de la primera década del siglo, aumentaron las salidas de venezolanos, tímidas aún los primeros años, pero constantes, y más acentuadas hacia el final de ese decenio, cuando se sumaron más exiliados políticos a la lista. Llegó Nicolás Maduro, el deterioro acrecentó su velocidad, y las migraciones y solicitudes de asilo se dispararon.

Aun así, hasta hace tres o cuatro años, emigraban todavía los que podían pagar boletos de avión (que se encarecían en la medida en que las líneas aéreas dejaban de operar en el país) y, más afortunados, los que fueron capaces de llevarse algún ahorro.

En los últimos tres años, el deterioro devino en tragedia y se instaló como crisis humanitaria. Los males que, por separado en cada nación, hacían emigrar a vecinos de la región se juntaron todos en Venezuela. El de los venezolanos fue en 2018 uno de los cinco éxodos más grandes del planeta, junto con la caravana de Centro América y los provenientes de Siria, Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. Según Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, el de los venezolanos es el desplazamiento más grande de la historia moderna de América Latina.

Los venezolanos viajan ahora por tierra y con lo puesto a otros países de Suramérica, en autobús si pueden, y si no, como tanto hemos visto, a pie. Sus familias se desmiembran; el que sale se busca la vida lejos y provee desde allí. La remesa es uno de esos conceptos antes ajenos que se añade a su cultura.

Venezuela califica ya, entonces, con todos los elementos, como país migrante, el último de ellos en América. El observatorio La voz de la diáspora venezolana, coordinado por Tomás Páez, beneficiario de IQ Latino para este proyecto, ya estima que hasta 4 millones de sus paisanos viven en el exterior, en 300 ciudades de 90 países. Acnur registró, entre 2014 y 2018, que 375,174 venezolanos solicitaron asilo en 18 países, encabezados por Perú, Estados Unidos, Brasil, España y Ecuador.

Si la diáspora está reconfigurando el modo de ser venezolano –los que salen están aprendiendo los códigos y usos del destierro y los que se quedan se rearman con sus nuevos vacíos–, los países anfitriones también asimilan el rol que inauguran, el de receptores de los hijos de otra tierra, que llegan en desbandada.

En estos cruces aparece siempre el miedo a lo que se percibe diferente: la xenofobia. (En Venezuela la hubo, cómo no, disfrazada de humor, tácita en la chanza característica de su idiosincrasia. Más hecha en los estereotipos y burlas que en manifestaciones expresas de odio, tan familiares en países como Estados Unidos y otros de Europa, con la derecha extrema acomodándose en puestos de poder).

Los venezolanos han sufrido la xenofobia en las propias pieles, en Panamá hace años, cuando su presencia se hizo masiva, y, más recientemente, en Brasil y en Perú, pasada la luna de miel. Ha habido expresiones xenofóbicas también en Colombia, la nación de al lado, con la que Venezuela comparte una porosa frontera de 2.219 kilómetros. Colombia invirtió su papel en la espiral de la historia, y ahora recibe a cientos de miles de venezolanos –hijos de colombianos, colombianos mismos que habían vivido en Venezuela, venezolanos sin ningún parentesco con ellos-, mientras, a un tiempo, hace esfuerzos por renacer de su propia descomposición.

Según cifras de Migración Colombia, citadas por la periodista Ginna Morelo en El Tiempo en un reciente reportaje, entre mayo de 2017 y septiembre de 2018, los venezolanos que cruzaron la frontera subieron de 171.783 a 1.032.061. “Estos solo son datos de los que han pasado por las fronteras, porque no hay censos ni caracterización de la población que se queda”.

Organizaciones que trabajan con el tema migratorio en Colombia, respaldadas por iniciativas individuales, han sabido responder a las manifestaciones de odio con campañas que las encaran y la resisten, sobre todo en las redes sociales. #SomosPanasColombia, de Acnur y #UnChallengeporVenezuela, impulsado por el periodista Daniel Samper Ospina, son las más importantes.

Samper Ospina, periodista colombiano de muy largo recorrido, columnista de Semana, ex director de la revisa SoHo, aprovechó su condición de reciente youtuber (#YoSoyDani) y se unió a la campaña. En noviembre empezó el reto, cuando fue a Cúcuta, en el lado colombiano de la frontera entre los dos países, y usando el lenguaje en etiquetas de los retos de los youtubers mostró los testimonios de las familias que en esas horas caminaban hacia otras ciudades de Colombia o hacia Perú.

“Cada uno puede ayudar con grandes o pequeñas cosas para que un venezolano se sienta mejor. Hagan una acción ayudando a un venezolano y súbanla a sus redes con ese hashtag [#UnChallengeporVenezuela]. Vamos a poner de moda ayudar a los venezolanos”.

Este diciembre, Samper Ospina fue a Perú a buscar a Reymar Perdomo, la emigrante venezolana que compuso la canción Me fui, cuando recién llegaba, hace un año, a ese país. El periodista la acompañó en las busetas a las que se sube a cantar en Lima y al mismo parque en el que interpretó ese tema por primera vez. Luego la llevó a Bogotá y le dio una sorpresa con Carlos Vives, Andrés Cepeda y Santiago Cruz:

“Todos los colombianos somos venezolanos (…) No los llames venecos”, dijo Vives

“La compasión no conoce nacionalidad”, dijo Cepeda.

Un usuario de YouTube hizo este comentario: “La verdad se me aguó el ojo y ya no les diré venecos, me hacen pensar si yo estuviera en esa situación, tendría los huevos para aventarme así a lo desconocido.

Maduro y el deterioro que nos trajo hasta aquí”.

El 17 de diciembre, Samper Ospina convocó en Twitter a conversar con otra etiqueta:#PaísesHermanosPorque

En IQ Latino queremos acompañar estas campañas que nos recuerdan que la compasión, la empatía y la solidaridad es lo que de verdad nos hace humanos. Que las diferencias existen solo en la programación de la mente humana y en el miedo como su gran motor. En realidad, y sobre todo en Latinoamérica, somos, en efecto, panas. Hijos de lo mismo.

 

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