Desde hace unos años se ha puesto de moda la “Responsabilidad Social Corporativa “(RSC)[i]. Su propuesta es que las empresas no deberían centrarse solamente en obtener beneficios económicos sino que tendrían que tomar sus decisiones considerando el impacto de éstas sobre la sociedad. El supuesto implícito es que la búsqueda de ganancias puede ser incompatible con lo que conviene a la sociedad como un todo.
En el siglo XVIII Adam Smith, uno de los grandes pensadores de la economía, planteó que en una economía capitalista no era necesario que las empresas se preocupasen de otra cosa que no fuese la maximización de los beneficios. Smith decía que una especie de “mano invisible” aseguraba que cuando las empresas buscaban su propio beneficio automáticamente también se favorecía a la sociedad. En la cabeza de Adam Smith, la RSC no tenía cabida.
Analicemos esta idea un poco más a fondo. En primer lugar, la empresa es parte de la sociedad por lo que hay que reconocer que al maximizarse los beneficios se está aumentando igualmente la riqueza del país. Al menos en este sentido Adam Smith tenía razón. La maximización de los beneficios no es en principio incompatible con el bienestar general.
Por otra parte, también es cierto que tampoco se debe dejar en total libertad a las empresas ya que, con el propósito de incrementar sus ganancias, sí que podrían a veces terminar perjudicando a los demás. Esto es lo que sucedería cuando los efluvios de una empresa contaminan la atmósfera o los ríos, o se explota mano de obra esclava.
Pero pedir a las empresas que se ocupen voluntariamente de los efectos perjudiciales de su actuación puede ser complicado. La decisión de no contaminar un río supondría buscar otros sitios para descargar los contaminantes lo cual seguramente sería costoso y reduciría los beneficios. Se trataría de una decisión muy difícil de justificar ante los accionistas quienes, a fin de cuentas, invirtieron para obtener beneficios y no para evitar que los ríos se contaminen.
Al exigir este tipo de comportamiento “responsable” se estaría obligando a la gerencia a trabajar con objetivos contradictorios. Esto crearía gran confusión en la gestión empresarial con la consiguiente destrucción de valor, no solo para los accionistas, sino para la sociedad como un todo.
Otro problema, no menos importante, es que si exigimos que las empresas sean socialmente responsables en una forma vaga, dejando en sus manos la definición de lo que eso significa, surgen otros peligros. Por ejemplo, alguien podría pensar que es socialmente responsable poner estimulantes en los alimentos de los obreros para aumentar su productividad, o no ofrecer trabajo a las mujeres porque se piensa que éstas deben dedicarse exclusivamente al hogar.
Ante esto, se podría argumentar que la RSC realmente se debe fundamentar en la ética. Solo es socialmente responsable aquello que es ético. Pero, la ética es una cuestión muy personal que viene determinada por la familia, la cultura, las tradiciones, la religión y la historia. Lo que es ético en la sociedad occidental, podría no serlo para una tribu del amazonas, o para un político que promueve la dictadura en búsqueda de lo que considera el progreso social.
Un enfoque mucho más razonable de la RSC es motivar a las empresas a ponderar el impacto que sobre la sociedad como un todo puedan tener sus decisiones. Siempre que ello no vaya en detrimento de su objetivo (que debe ser la maximización de ganancias) tiene mucho sentido favorecer aquellas decisiones que tienen un impacto positivo sobre la sociedad por sobre las que no lo tienen. Es más, considerar las cosas de esta manera muchas veces puede ser el mejor camino para acrecentar la reputación de la empresa y, a través de ello, incrementar los beneficios en el largo plazo. No se trata de nada nuevo. La empresa seguirá actuando para maximizar sus beneficios en perfecta consistencia con su misión en la sociedad.
En lo que se refiere a aquellas decisiones que pudieran tener un impacto negativo, estoy convencido que las leyes y regulaciones son el camino a seguir. Las empresas deben centrarse en la maximización de los beneficios en el largo plazo al mejor estilo de Adam Smith, pero eso sí, dentro de un marco legal y regulatorio que salvaguarde los intereses del resto de la población.
En un sistema democrático, lo mejor es dejar la responsabilidad social a los legisladores, con la expectativa de que sabrán construir un cuerpo legislativo y regulatorio con el que, seguramente no todos estaremos de acuerdo, pero que al menos será el resultado de un consenso social. No confundamos a las empresas con temas que no le corresponden y que son exclusivamente del ámbito político.
Para terminar, vale añadir que lo ideal es que el papel del gobierno vaya más allá. No solamente debe dedicarse a impedir los efectos perversos de la actividad privada, sino también crear las condiciones para que las empresas sean lo más eficientes posibles para que así produzcan la mayor cantidad de riqueza para todos.