Dos asuntos álgidos retuvieron la atención del público esta semana. El anuncio de un supuesto acuerdo comercial con China y el inicio del juicio político a Trump en el Senado. En esta entrega, nos concentraremos en lo primero.
Si algo le gusta a Trump es ser pirómano y bombero a la vez. Primero, crea un problema, que luego pretende resolver recogiendo las decisiones que crearon el problema que él mismo causó. Después de todo, la situación será la misma que antes de inventar el nuevo problema. Eso es precisamente lo que ha sucedido con China. Durante el ultimo año, Trump anunció y puso en marcha una guerra comercial con China y, como era de esperarse, el gobierno chino tomó represalias. En corto tiempo, los aranceles impuestos por ambos países alcanzaron niveles absurdos y en carencia de todo fundamento económico.
El anuncio de esta semana es la conclusión de la “primera fase” de este llamado “acuerdo comercial” entre las partes; pero en realidad, lo acordado es que ambas partes volverán al status quo que había antes de que la administración Trump originara la Guerra Comercial y aumentara los aranceles.
En el centro del fuego cruzado entre los dos países, los aranceles de China a las importaciones agrícolas provenientes de EEUU amenazaron con llevar a la bancarrota a los agricultores de este país y ofrecieron una increíble oportunidad de acceso a dicho mercado por parte de la competencia. En esta “fase uno”, China simplemente se compromete a comprar $200 mil millones en productos estadounidenses en los próximos años, incluidos los productos agrícolas, que en realidad es básicamente el mismo volumen de exportaciones que existía antes de cerrarse el mercado chino a dichos productos como consecuencia de esta guerra arancelaria. Mientras tanto, el mercado chino ya quedó abierto a la competencia de los competidores de EE. UU., y no se conoce cuáles serán los mecanismos de ejecución del compromiso de importación de China. De hecho, los acuerdos que abordan las cuestiones sustantivas, reales (y no resueltas) en la relación comercial China-EE.UU. serán parte de la “fase dos” de este “acuerdo”, que podría no hacerse realidad nunca y hace, además, que esta tregua esté lejos de ser un acuerdo comercial en regla.
En fin, las cosas simplemente están volviendo al punto donde se encontraban cuando Trump comenzó su “Guerra Comercial”. Y ahí está el pirómano, apagando el fuego que encendió, antes de que el daño sea mayor e irreversible. Pero ya sus acciones perjudicaron a los productores agrícolas estadounidenses, así como a las industrias y consumidores de este país. De hecho, el acuerdo de tregua comercial deja algunos nuevos problemas sin resolver. Según el asesor comercial presidencial, Peter Navarro, el gobierno aún podría intentar compensaciones mediantes sanciones a los productos en disputa incluidos en esta “fase uno” del acuerdo. Es bueno recordar que Casa Blanca acordó recientemente cancelar un arancel del 15% sobre los bienes de consumo, que debía entrar en vigencia en diciembre. Por otra parte, aunque los aranceles de los productos chinos se redujeron sobre un volumen de productos que suma $120 mil millones, del 15% al 7,5%, el acuerdo todavía deja aranceles del 25% sobre las importaciones chinas, por $ 250 mil millones. En fin, se prolonga la incertidumbre generada por esta distorsión en las cadenas de suministro de las industrias estadounidenses que dependen de importaciones Chinas, particularmente el sector tecnológico. En síntesis, no hay un acuerdo comercial en forma que aborde los problemas centrales de la relación comercial como son manipulación cambiaria, estándares laborales y ecológicos o respeto a la propiedad intelectual e industrial del empresariado estadounidense. Y por otra parte, nada de lo que se incluye en esta tregua o el estatus resultante de ello mejora la posición que los EEUU había alcanzado con el Acuerdo Comercial del Pacifico que suscribió el Presidente Obama con todos los países del mercado asiático que compiten con China del cual se retiró unilateralmente Trump).
Una vez más, el arte del acuerdo de Donald Trump ha demostrado ser más bien un el arte del engaño.