Aquí estamos, frente al presupuesto propuesto por Trump al Congreso. Es un plan de gastos de 4.8 millones de millones, marcado por la intención de lidiar con el déficit fiscal, creado por el mismo, al reducirles los impuestos a los más ricos, e incluye una serie de recortes severos a la asistencia de préstamos estudiantiles, acceso a vivienda, cupones de alimentación y Medicaid (cobertura médica a los más pobres y vulnerables). Mientras tanto, aumenta los gastos de defensa. La paradoja es sangrienta.
No hay duda, los valores del gobierno encuentra nítida representación en sus presupuestos. Y los presupuestos equilibrados no deberían ajustarse a expensas de las redes fundamentales de seguridad social, que necesitamos para aliviar la pobreza, dar soporte a la clase media y trabajadora, así como ampliar las oportunidades. La operación es particularmente inmoral cuando la economía está creciendo y los beneficios se acumulan en la veta superior, en parte porque los recortes de impuestos no solo aumentaron el déficit, sino que también concentraron más riqueza en la cima de la pirámide social. La realidad es que esta administración recibió una economía en crecimiento, con un déficit fiscal de sólo el 2.8% del PIB y los cimientos de una inédita posibilidad de disminuir las desigualdades, con la Ley de Asistencia Médica Asequible (ACA), también conocida como Obamacare. Pero, en vez de persistir en ello y profundizarlo, Trump optó por el desmantelamiento administrativo del ACA, y ahora toma medidas similares en los programas de redes de seguridad, tras reducir los tributos para los más ricos y crear un déficit fiscal del 4,6% del PIB.
Esto no es todo. Hay otro hecho alarmante. Ese bono trillonario para los más privilegiados probablemente tiene mucho que ver con el aumento del índice bursátil DOW por encima de 29 mil puntos, pero la creación de nuevos empleos ha disminuido en los últimos tres años en comparación con los últimos tres años de la Presidencia de Obama. En otras palabras, la concentración de recursos no es, -y no lo será, ya se intentó en el pasado-, “un goteo”; y tampoco está impulsando el crecimiento a un ritmo que compense la pérdida de ingresos fiscales.
Entonces, ¿qué es lo siguiente, dado el conjunto de valores que exhibe esta administración? ¿Quizás reducir la seguridad social y otros derechos, que brindan jubilación y atención a la mayoría de los estadounidenses? El problema, a sus ojos, no son sus injustificables recortes de impuestos o el gasto en defensa (que sigue siendo el rubro más importante en nuestro presupuesto). No. Crearán el déficit y luego culparán a los componentes sociales del presupuesto, lo que llevará a la economía a la paradoja de la creciente desigualdad en medio de la expansión económica.
Mientras veía el reciente debate entre los demócratas en puja por la candidatura presidencial, me preguntaba a cada minuto: ¿por qué no están hablando de esto? Será porque la sociedad no ha hecho suficiente presión en este sentido o, muy grave, porque los medios y el liderazgo no están prestando debida atención a estas serias demandas. Si el presupuesto revela una sordera ante lo que el país está exigiendo, la dirigencia está llamada a demostrar sus valores haciendo resonancia de esas voces y necesidades reales de la gente. Lo cierto es que el próximo debate, si yo estuviese en ese estrado, cada ves que me preguntasen sobre algo que incita al conflicto con mis copartidarios, respondería por la libre destacando la crueldad de gobierno que tenemos expresada por sus prioridades presupuestarias, una confesión que es inexcusable no resaltar para ganar las elecciones.