Hay muchos para quienes el confinamiento es un castigo. Hay otros, también muchos, para quienes no salir de casa es un lujo que no pueden permitirse. Hay tantos que no tienen siquiera casas en las que quedarse.
Llegan a ser miles, millones.
En Latinoamérica se hace evidente en los trabajadores informales de distintos rubros y en la gente para quienes la calle es su medio de sobrevivencia y su hogar.
En la región, y también Estados Unidos y España, los inmigrantes están entre los más afectados por las políticas de cuarentena, bien sea porque su situación legal no está solucionada o porque viven al día en trabajos temporales.
Presentamos un recuento de estas situaciones en esta primera entrega.
La calle como sustento
“Si no vendo, no como. Así de fácil”, dijo Leonardo Meneses Prado, un vendedor de hamburguesas de Ciudad de México, a Kirk Semple y Natalie Kitroeff de The New York Times. En Latinoamérica, la región donde la economía informal domina, los vendedores ambulantes –de comida y cualquier producto–, los recicladores de basura, los músicos callejeros, dependen de la calle para el sustento, propio y de sus familias.
Según la Organización Internacional del Trabajo, más de 2 mil millones de personas en todo el planeta, alrededor del 60% de la población ocupada, trabaja en la economía informal. En las Américas es el 40% (183 millones de personas) y en América Latina y el Caribe, el 53,1%.
En el reportaje de Semple y Kitroeff resaltan que en Perú detuvieron a más de 21 mil personas por no cumplir el decreto oficial de confinamiento, “entre ellos vendedores ambulantes y otros trabajadores de la economía informal”.
Santiago Levy, economista de Brooking Institution, les dijo que muchos trabajadores informales en la región, que no están registrados en la seguridad social o como contribuyentes, se quedarían sin beneficios, “serán invisibles ante las agencias del gobierno”, en caso de que las autoridades pongan en prácticas programas compensatorios de ayuda. En Colombia, el presidente Iván Duque anunció pagos para trabajadores informales sin asistencia social, pero con temores entre la gente de que sea insuficiente.
“Nosotros, lo que vamos haciendo lo vamos gastando a diario en comida y ahorramos un poquito para el alquiler”, testimonió Noelia Flores, inmigrante venezolana que vive en Perú, a Stefania Gozzer, de BBC Mundo. Flores limpia un hotel de Tumbes, al norte del país, tres veces por semana. Compensa con la venta de café y golosinas en la playa. Su hijo trabaja como mototaxista. Manda una parte del dinero a su mamá en Venezuela. “Esto está creando un caos bastante fuerte y las personas que tienen, compran y se abastecen, pero uno se queda sin nada porque no tiene con qué comprar”.
Camila Gianella, experta en salud internacional y directora del Cisepa de la Pontificia Universidad Católica del Perú, dice en el mismo reportaje de Gozzer: “Es una bomba de tiempo: la gente puede colaborar hasta donde pueda, pero si es una cuestión de ‘entre mi familia y yo, subsistir, y el resto’, la gente dirá ‘Mira, si estoy sano, salgo… Si vives en esa precariedad es bien complicado que te pidan este nivel de sacrificio (…)Porque si la gente sale, será para sobrevivir”.
La dureza de la intemperie en la apariencia de la abundancia
En España, uno de los países con más contagios registrados de coronavirus en el mundo y con muy estrictas medidas de confinamiento y de restricción de la circulación, la economía informal no está tan presente como en América Latina y la pobreza no es tan visible.
Pero sí hay gente que vive en la calle. Antes de este sacudón estaba oculta en la apariencia de abundancia y bienestar.
La Federación de Asociaciones y Centros de ayuda a Marginados calcula que en 2019 había registradas 40 mil personas sin hogar en toda España. “Especial preocupación nos produce por su máxima desprotección, las personas, que se ven obligadas a cumplir un confinamiento y a no permanecer en la calle, siendo ese, su espacio habitual de supervivencia”, dicen en su página web.
Con la pandemia, se han confinado en casas ocupadas, o las autoridades han dispuesto albergues de emergencia.
El 13 de marzo, cuando en España la pandemia y la crisis apenas empezaban a agudizarse, un hombre sin hogar de Madrid abrió una cuenta de Twitter con su móvil –al que le recarga 10 euros al mes—para hablar de su situación y de las personas que viven en sus mismas condiciones.
“Somos igual de humanos que cualquiera y podemos contagiarnos y extender el virus tan mal como cualquiera, así que agradecería mucho que se estableciera un protocolo de ayuda y contención del coronavirus digno, dentro del grupo de exclusión social al que pertenezco”.
Un licenciado en Filosofía escribió un testimonio desde un albergue de Ifema, en Madrid, la capital, que publicó El País: “Dentro hablamos por supuesto del coronavirus, de su evolución, de su origen, de lo vulnerables que nos hace el estar tan juntos. ‘Estamos en el matadero’, dicen algunos. ‘Vamos a caer todos’, dicen otros. Tratando de poner palabras al miedo que, de manera inevitable, nos atraviesa en algunos momentos”.
Quedarse en la calle de un momento a otro en España no es algo reducido a quienes entran en las categorías generalizadas de la pobreza y la exclusión social. Puede pasarle a cualquiera que, por ejemplo, se quede sin empleo y sin poder pagar un techo.
A la intemperie también viven personas con adicciones. Aunque la calle es inmensamente dura para quienes la sobreviven, un confinamiento obligado y con personas que no conocen, produce en estas personas un impacto emocional.
En Vigo, en Galicia, al norte de España viven varios de ellos en “subcomunidades”: se establecieron en edificaciones abandonadas de la ciudad y ahora no pueden moverse de allí por las medidas de confinamiento. “Aquí vivimos como podemos”, le dice Javier Romero, a Salto Diario. Además, escribe Raúl Novoa González, el autor de la nota, desconfían de las autoridades y de la sociedad. “A la dificultad de estar en la calle hay que añadir la de convivir en esa situación con gente que no conoces de nada”, agrega Antón Bouza, de la ONG ‘Foro Socioeducativo Os Ninguéns’.
También hay quienes viven en el aeropuerto internacional de Barajas, en Madrid. A 100 personas las expulsaron de allí por la pandemia. Rafael Méndez escribe para El Confidencial que varios habían llegado allí para refugiarse, por esta crisis. Cuenta la historia, además, de Lenin Antonio Rubio, un guatemalteco de 32 años que vive en el aeropuerto de Barajas desde hace un año. Ha intentado volver a su país; una vez casi lo logra: llegó a comprar el pasaje, pero se lo robaron.
Los inmigrantes que resumen las dos situaciones
En la calle también se han quedado inmigrantes cuya situación legal está en el limbo o cuya economía es frágil.
El Espectador reportó que al menos 200 venezolanos quedaron desalojados de un albergue en el sur de Bogotá, la capital colombiana, pues las medidas de la cuarentena impuestas por las autoridades impiden aglomeraciones de más de 50 personas. El distrito al que pertenece el albergue les dio ayudas para buscar un techo, pero las personas afectadas argumentan que eso es muy difícil dadas las condiciones del confinamiento, que han trastocado la vida de los inmigrantes que viven al día.
Ángela, de 27 años, llegó a Bogotá hace un año desde Venezuela. Vendía brownies, con lo que podía llegar a ganar 13 dólares en un día, reporta Karen Sánchez para la Voz de América. El confinamiento impuesto por el gobierno colombiano disminuyó su clientela. Así que tuvo que irse a pedir al Trasmilenio, el medio de transporte más concurrido de la ciudad, con su hijo de seis años, quien tampoco puede ir a la escuela, que está cerrada.
“No acostumbro a hacer este tipo de cosas. Siempre me he montado a este tipo de transporte a vender algún tipo de producto, pero debido a la situación que estamos viviendo tanto venezolanos como colombianos por el coronavirus, muchos se cohíben de comprar un producto”, cuenta.
Solo entre el viernes 4 de abril y el sábado 5, unos 600 venezolanos han vuelto a Venezuela por la frontera terrestre, según otro despacho de la Voz de América. Llegaron a la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta en más de 20 autobuses.
Un reporte de EFE describe que había muchos jóvenes en esos autobuses, que “gritaban que volvían a su país porque el COVID-19 no les había dejado otra opción”. “Yo prefiero pasar trabajos con mi mamá que pasar trabajos en otro país”, les dijo uno de ellos.
En Estados Unidos, por otra parte, la pandemia y el confinamiento golpea a los trabajadores hispanos que no tienen un ingreso mensual y un contrato estables, sino que viven al día haciendo trabajos de construcción, jardinería, limpieza o como temporeros agrícolas. Isaías Alvarado habló para Univision Noticias con María Zamora, mexicana, madre soltera, que vive en Los Ángeles, California, hace 30 años. Hacía días no la habían llamado para trabajar en la limpieza de las casas a las que solía ir, su clientela fija: hasta 15 en una semana, y 1,200 dólares de ingresos.
Ahora se está quedando sin dinero.
“A pesar de que soy muy solicitada y que llevo muchos años limpiando las casas de esas familias, nadie me quiere. Me dicen: ‘Es por el bien de usted y de nosotros’. (…) Si no trabajo no puedo pagar la renta, ni la comida, y no puedo sostener a mi familia. Eso me tiene preocupada, afectada. ¿Qué ahorro voy a tener si vivimos al día? Cuando pago una renta ya tengo la otra encima”, dijo.
Debido a esta crisis, en Estados Unidos 3,3 millones de personas acudieron por primera vez a las oficinas de empleo a solicitar ayudas,
Ruben Vives escribe para LATimes que, independientemente de las fluctuaciones del economía, los ingresos precarios son en cambio una constante para esa porción de la población que trabaja por día. Y una gran mayoría de ellos son inmigrantes sin papeles –sin visas ni permisos de trabajo–. Por lo tanto, no tienen acceso a permisos remunerados por enfermedad, ni seguros por salud, ni ningún beneficio por desempleo.
En un solo día, cita Vives a Pablo Alvarado, director ejecutivo de la ONG National Day Laborer Organizing Network, que dice que en un día cualquiera 120,000 hombre y mujeres trabajan por días o buscan trabajos así en al menos 22 estados de la Unión. Los datos son similares a un estudio –aunque de hace 14 años– de la Universidad de California que consultó Isaías Alvarado para Univision. Según ese informe, el ingreso promedio de esas personas era de 700 dólares, y 59% de ellos eran mexicanos, 14% de Guatemala y 8% de Honduras, y tendían a ser inmigrantes recientes.
En España, la situación no es muy diferente. “El confinamiento está siendo una experiencia traumática para cientos de inmigrantes vulnerables que vivían al día antes de la crisis –reporta María Martín para El País–. El decreto de alarma se ha cargado de un plumazo sus ingresos y enfrentan la cuarta semana de cuarentena sin dinero, encerrados en habitaciones minúsculas o en pisos donde no cabe un solo colchón más. Algunos no tienen papeles y temen ir hasta al supermercado. Otros no saben dónde pedir ayuda”.
Foto: Cafe/Pixabay