La pandemia del coronavirus y el confinamiento desnudan las desigualdades y amenazan con empeorarlas: en Latinoamérica, la región con la brecha entre ricos y pobres más grande del mundo según la ONU, pero también en países industrializados como Estados Unidos y España, donde la pobreza se mide con parámetros de naciones ricas, pero es, al fin y al cabo, pobreza dentro de sus contextos.
El impacto del encierro en la gente varía según la particularidad de cada situación. Para quienes viven al margen, sin embargo, en barrios y zonas con paupérrimas condiciones de salubridad, hacinados en edificaciones precarias, sin acceso pleno a los servicios básicos, el confinamiento funciona como una condena.
Las favelas de Brasil, que están entre las más sobrepobladas de América Latina, son un ejemplo con el cual bien puede leerse la situación de cualquier otro país de la región donde existen estas áreas marginadas de las metrópolis, llámense barrios, villas miserias, campamentos poblacionales, pueblos jóvenes o asentamientos.
El testimonio que da Raull Santiago, activista comunitario en Complexo do Alemão en Rio de Janeiro, a Terrence McCoy y Heloísa Traiano del Washington Post lo dice todo: “Ayer no tuvimos agua. El aislamiento social es casi imposible. Familias de seis viven en casas con una habitación… los ricos compraron todo el gel antibacterial. Ni siquiera podemos implementar las medidas más elementales”.
Solo en las favelas de Brasil viven unas 13 millones de personas. En América Latina y el Caribe, según la ONU, los porcentajes de población viviendo en barrios marginados urbanos superan siempre, por país, los dos dígitos.
A Brasil, apuntan McCoy Traiano, el virus llegó por personas con más recursos que lo trajeron del exterior –la situación es parecida en otros países latinoamericanos–. Las personas con menores ingresos que trabajan para ellos están expuestas a contagiarse y diseminarlo en sus comunidades.
Los reporteros del Washington Post cuentan lo que constató la trabajadora social Inês Ferreira, cuando visitó la favela de Borel, también en Rio: que sus problemas endémicos se agudizaban: “salud deficiente, mayor tasa de enfermedades, educación limitada, hacinamiento y —quizá lo más urgente— escaso entendimiento del coronavirus”.
La Central Única de las Favelas de Brasil pidió a las autoridades medidas para aminorar el impacto de Covid-19 en sus territorios, entre ellas, la distribución gratuita de agua, jabón y alcohol y que se habiliten posadas y hoteles para ancianos y otros grupos vulnerables con espacios de descanso. “En los barrios, en la mayoría de los hogares, no hay posibilidad de aislamiento, lo que compromete la salud de todos”.
Los pobres de Estados Unidos
Human Rights Watch lo recuerda en un reporte sobre el impacto de Covid-19 en las comunidades más vulnerables de Estados Unidos: en ese país, la pobreza es más alta entre los latinos y los afroestadounidenses.
“Aunque el virus infecta a la gente más allá de su riqueza, los pobres serán los más afectados debido a la segregación de larga data por ingreso y raza, una movilidad económica reducida y el alto costo de la atención médica. Las comunidades de bajos ingresos están más expuestas a contraer el virus, tener altas tasas de mortalidad y sufrir en sus economías. En tiempos de crisis económica, estas vulnerabilidades serán más pronunciadas para los grupos marginados, identificados por raza, género y estatus migratorio”, dice el reporte
Más de 20% de los afroestadounidenses y 18% de hispanos en Estados Unidos viven en condiciones de pobreza. El Informe de División Racial de la Riqueza concluyó que una familia afroestadounidense promedio tiene ingresos que representan solo el 2% de la riqueza de una familia blanca anglosajona promedio. Para una familia latina, el porcentaje sube mínimamente, a 4%. Esto quiere decir, explica el informe, que una familia blanca de la media tiene 41 veces más riqueza que una afroestadounidense y 22 veces más que una latina.
La desigualdad acumula años. En 2009, Darrick Hamilton escribía para The American Prospect que haría falta que los hogares promedios de estos dos grupos raciales ahorraran casi el 100% de sus ingresos por tres años consecutivos para cerrar esa brecha.
Abby Vesoulis menciona en un artículo para la revista Time lo que parece obvio, pero que la pandemia pone de relieve: “Muchas familias de ingresos bajos, quienes más probablemente vivan en cuartos más pequeños y compartan baños y cocinas con muchas personas, simplemente no puedes auto aislarse de forma tan efectiva como, digamos, una pareja viviendo en una casa de cuatro habitaciones y dos baños”.
El autor de la nota recuerda que mucha gente no tiene la garantía de un permiso remunerado por enfermedad, en caso de presentar los síntomas de Covid-19. “Solo 47% de los trabajadores”, escribe, citando cifras del Economic Policy Institute. Y las personas de menores ingresos tienen posibilidades más bajas de acceder a un médico de atención primaria y temen por los costos de la factura médica a la hora de ir al hospital.
“Cuando el Estados Unidos blanco coge un resfriado, al Estados Unidos negro le da neumonía”, afirmó el investigador asociado del Instituto Urano, Steven Brown, a Chauncye Alcorn, de CNN.
Según los últimos reportes periodísticos, entre los afroestadounidenses el virus se está expandiendo con rapidez, “en tasas desproporcionadas”, en estados de la Unión como Illinois, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Nevada, Connecticut.
Y el 34% de los muertos por Covid-19 en Nueva York son hispanos.
“Estamos notando que los latinos están falleciendo más que cualquier otro grupo en la ciudad y esta información nos preocupa”, dijo la responsable municipal de Salud de la ciudad, Oxiris Barbot, en una rueda de prensa. Su afirmación la reprodujo Dw Español.
Y los de España
En Madrid, Beatriz Lucas cuenta en El País la historia de una directora de escuela pública que recibe a diario al menos 20 llamadas de familias que le piden comida, en medio de la crisis del coronavirus. Le escriben, según la nota periodística, mensajes así: “Ayúdanos. Estoy aislada con el virus, mis hijos están con mi ex, sin comida, y no cobramos nada”; “Somos 14. En una semana nos hemos comido los 400 euros [unos 434 dólares], y la trabajadora social no contesta”
“Somos una ciudad rica, del primer mundo, es intolerable que la gente pase hambre”, afirma la directora de escuela a la reportera.
La pandemia del coronavirus y el confinamiento desnudan las desigualdades. Y hasta va desdibujando las categorías hechas de primero y tercer mundo.
Aunque en España hay un mínimo de servicios sociales públicos garantizados, que proveen las oficinas de Asuntos Sociales de las comunidades autónomas, una cantidad significativa de gente vive en la pobreza. Siguiendo el criterio europeo, califican como personas “en riesgo de pobreza y exclusión social”, pero viven por debajo de la línea del bienestar: son 12,3 millones de personas, el 26,1% de la población española, según la European Anti Poverty Network (EAPN), una coalición de ONGs de varios países de la Unión Europea que hace reportes anuales sobre el tema.
Jennifer —Marta Borraz publica solo su nombre de pila en su historia para eldiario.es— vive en una habitación con sus dos hijos de siete y 13 años, y su marido. Lo único que pueden pagar, dice a la periodista, es ese cuarto, dentro de un apartamento de 55 metros en Barcelona, en el que viven dos personas más.
Ella y su familia llegaron al país desde Perú hace un año. Los trabajo de mudanza que hacía el esposo están parados. Se están alimentando en un comedor social y con ayuda de Cáritas. No saben cómo seguirán pagando su habitación. “La verdad es que es muy difícil. Es algo que no esperábamos vivir y es angustioso porque siempre hemos pagado, de la manera que sea y con mucho esfuerzo, pero ahora no sabemos qué va a ser de nosotros”, dice ella.
En Sevilla, en Andalucía, al sur de España, Javier García Ríos testimonia su situación en un reportaje de Gonzalo Wancha para Sputnik News. Vive en una zona llamada Tres Mil Viviendas, en el barrio del Polígono Sur, uno de los más estigmatizados de la ciudad, apunta el periodista, porque lo habitan colectivos marginados como inmigrantes pobres y personas de la etnia gitana.
“Aquí hay mucha hambre y poca ayuda”, le dice García Ríos. “¡Mi hijo antes comía en el colegio [una escuela pública; los centros educativos están cerrados por la pandemia], ahora lo tengo en casa y tengo la nevera vacía!”
Samuel es nigeriano, y vive allí también. Trabaja estacionando autos “en un barrio próximo de clase media”, pero tenía una semana sin hacerlo. “Pudimos llenar la nevera antes de empezar el encierro, pero llevo días sin ganar dinero. Si no puedo salir a la calle, no sé que haré cuando se me acabe la comida”.