POR LIZ REBECCA ALARCÓN
Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, una verdad que parece incompatible con la realidad económica, política y humanitaria del país. La situación en el país suramericano es tan calamitosa que se estima que para el final de este año 6,5 millones de personas hayan huido de Venezuela, “una cifra raramente vista, si se ha visto alguna vez, fuera de una guerra”.
Aunque la crisis empeora, Venezuela ha logrado mantenerse a un lado mientras el mundo se concentra en la pandemia de Covid-19. En las dos últimas semanas, sin embargo, el gobierno de Trump ha anunciado movimientos contundentes contra el régimen de Nicolás Maduro, una vez más poniendo el foco de atención en Venezuela y sus peligros.
El 26 de marzo, el Departamento de Justicia de Estados Unidos reveló su primer movimiento: acusaciones contra el presidente Nicolás Maduro y otros 13 miembros, actuales o antiguos, del gobierno venezolano y del estamento militar. Además de las acusaciones, el fiscal general de Estados Unidos William Barr ofreció una recompensa de 15 millones de dólares para quien dé información que contribuya al arresto y condena de Maduro, además de los 10 millones de dólares de recompensa por información sobre Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente; Tarek El Aissami, vicepresidente para la economía; Hugo Carvajal, es director de inteligencia militar; y Cliver Alcalá, general retirado.
Mientras muchos en Venezuela celebraron esto como un triunfo, no está claro cómo o si estas medidas son suficientes para obligar a Maduro a que se vaya, o más bien si esto tendrá un efecto contrario y fortalecerá su aferramiento al poder.
Como el director para Venezuela de la Oficina de Washington para Latinoamérica, Geoff Ramsey, lo dice en su artículo de opinión para el Washintgon Post, “al ceder a la presión de los de la línea dura, el movimiento [de Trump] obstaculiza en lugar de ayudar a los esfuerzos que buscan aumentar la presión interna sobre Maduro para entrar en negociaciones creíbles.”
Días después de las noticias sobre las acusaciones, el gobierno de Trump reveló su segundo movimiento: el Departamento de Estado de Estados Unidos propuso un “Marco de transición democrática para Venezuela”, que ofrece suavizar las sanciones a cambio de que el régimen de Maduro y el equipo de Juan Guaidó, el líder de la oposición –reconocido como el presidente legítimo de Venezuela por Estados Unidos y otros 50 países—formen un gobierno que comparta el poder hasta el calendario estipulado, dentro de cual se deben celebrar elecciones libres y justas.
Esta propuesta es una reedición de las negociaciones que fracasaron en Barbados y que terminaron en el otoño del año pasado. La mayor diferencia esta vez: el mensajero es Estados Unidos en vez de Noruega.
Y mientras una transición negociada es el camino ideal para avanzar, recordemos lo que dice Ramsey: es improbable que las acusaciones de Estados Unidos después de un ultimátum hacia el poder compartido es rindan el resultado ideal para Estados Unidos por parte de Maduro.
Francisco Toro, de Caracas Chronicles, explica por qué es probable que fracase esta segunda jugada del juego de ajedrez el gobierno de EEUU para sacar a Maduro: “El chavismo no puede verse como que accede a un plan fabricado por Washington, así que cualquier mínima posibilidad de éxito que esta idea haya tenido está viciada por las formas de su presentación”.
Esto lleva a la tercera acción del gobierno de Trump: el anuncio de una operación antidrogas. La semana pasada, el gobierno de Trump movilizó tanques cerca de aguas venezolanas, en un esfuerzo destinado a evitar que los traficantes de droga “exploten la pandemia de Covid-19” y que Venezuela saque provecho de las ventas de las drogas.
Kassandra Frederique, directora gerente de promoción de políticas y campañas de la Drug Policy Alliance, llamó al volumen de la flota militar del gobierno de Trump “un esfuerzo para distraer a los estadounidenses de su respuesta tardía a la crisis del Covid-19 –lo que a estas alturas sabemos que probablemente costará cientos de miles de vidas”.
Una vez trazadas, la razón detrás de las acciones de Trump de estas últimas semanas se vuelve evidente: todos los caminos conducen a Florida.
No es secreto que el gobierno de Trump ha estado mal preparado de una forma lamentable en su manejo de Covid-19. Estados Unidos es ahora el país con el mayor número de muertes por el virus, y Florida, el estado pendular más grande en el ciclo electoral de 2020, está entre los países más afectados por el brote.
El manejo de Trump de la pandemia Covid-19 es casi seguro que sea un factor decisivo en Florida en la carrera hacia la Casa Blanca. Mientras Trump confronta esta realidad, él y su gobierno se apoyan en una de sus herramientas comunicaciones más poderosas para ganar apoyo en ese estado: su lucha contra el “socialismo” y la promesa de salvar a EEUU de convertirse en… Venezuela.
La política internacional latinoamericana es un asunto importante para Florida, dada su numerosa población latina. Florida, y su región sur en particular, es el hogar de cubanos, nicaragüenses y venezolanos, una diáspora integrada por muchos que huyeron a Florida después de haber sobrevivido el trauma de abominables regímenes socialistas en sus países de origen. El continuo avivamiento del miedo de Trump, basado en la falsedad de que el Partido Demócrata hace lobby para el control estatal de bienes y servicios, está funcionando. Por lo tanto, cualquier jugada que muestre que él puede ser duro con los dictadores en medio de la amenaza de un virus letal reconforta a los votantes de ese estado.
Como la reportera política Elaina Plott apunta en The New York Times “…si [Trump] puede seguir aumentando el apoyo de los grupos dispares que constituyen el sur de Florida, mientras mantiene su influencia en el resto del estado, el ciclo electoral de 2020 podría tener en Florida su batalla final”.
En una conversación en directo con el Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) al principio de esta semana, al representante especial de Estados Unidos para Venezuela, Eliott Abrams—quien estuvo en el Departamento de Estado en 1987 y 1988 cuando se confabuló la salida del poder de Manuel Noriega en Panamá—lo apuraron a detallar las condiciones del “Marco para una Transición Democrática en Venezuela”. Sus respuestas fueron opacas, con frecuencia apuntando que no estaba seguro de si esta propuesta era un camino viable a alcanzar de verdad una transición en el poder en Venezuela. Según Abrams, “es simplemente una propuesta”.
La falta de visión estratégica devela quizás la verdad más inquietante de las tres jugadas del gobierno de Trump para Venezuela y de su política exterior en general. No hay una estrategia clara. Las acusaciones, el plan de transición y la operación antidrogas fueron decisiones reaccionarias basadas en las prioridades políticas de Estados Unidos y no en planes concluyentes de avance que resultarían en la remoción del régimen de Maduro de Venezuela
En la misma reunión de CSIS, cuando a Abrams le preguntaron sobre la intervención militar como una opción sobre la mesa, él dijo: “Hay obviamente muchas opciones militares. Cuando dijimos que todas las opciones están, existen, ustedes saben… que todas las opciones están sobre la mesa no es exactamente una declaración política. Es la constatación de un hecho”.
Un movimiento militar de este calibre conduciría a una economía post Covid-19 desplomada en Estados Unidos. Pero sería en definitiva popular para la base electoral de Trump. Y con certeza lo favorecería en noviembre con los votantes pendulares latinos de Florida.
Pero la pregunta que queda es si estas estrategias enfocadas en Estados Unidos alcanzarán el propósito real de quitar del poder el cáncer que es el régimen de Maduro y reparar el daño que ha sembrado en Venezuela y en el resto del hemisferio.
Los pueblos no tienen memoria. No olvidemos las repercusiones a largo plazo de las intervenciones militares de Estados Unidos y las subsecuentes invasiones de Latinoamérica, y a la hora de aplaudir las tácticas del gobierno de Trump hacia Venezuela, analicemos si la región en efecto se ha beneficiado de esa línea de acción.. Las generaciones futuras los venezolanos dependen de que nosotros lo recordemos.
La versión original en inglés de este artículo se publicó en The Global Americans. El artículo puede leerse aquí. La autora Liz Rebecca Alarcón es latinoamericanista de la Escuela del Servicio Diplomático de Georgetown y directora ejecutiva de Pulso