Crímenes cibernéticos

Se estimula la existencia de la profesión de hacker, imán para los más jóvenes, quienes en China no son menos irreverentes y contestatarios que en Occidente

En China los crímenes digitales son vistos no con espanto como en el resto del mundo sino con indulgencia. Una actitud permisiva se ha vuelto la regla en torno al crimen del “hackeo”, o la intrusión digital. Más bien, la ocupación profesional consistente en manejar la infiltración activa de redes, sitios web y teléfonos digitales ajenos está en boga.

Si no, que lo digan los americanos que han hecho un caso internacional de las violaciones cibernéticas orquestadas desde China que afectan los servidores de empresas, instituciones y hasta el gobierno de Washington, así como su tráfico telefónico.

El artífice de los delitos informáticos que el Pentágono ha reclamado formalmente en los días pasados, es nada menos que el propio Ejército Popular chino, quien se ha encargado de penetrar impunemente las intimidades de los secretos corporativos de empresas como la Cocacola o la Lockheed Martin, entre otras.

El tema está siendo aireado por los americanos ante el temor de que la práctica desleal siga tomando cuerpo toda vez que sus reclamos oficiales han caído en tierra infértil. No puede ser de otra manera, porque los chinos ven estas prácticas de manera diferente en el plano ético y moral. En nuestras sociedades a pesar de ser un arma de batalla diaria, la actividad de intrusión digital o el espionaje en este terreno es subterránea porque transgrede normas acordadas por la comunidad internacional.

En China el asunto se ve bajo un prisma diferente. La condición de tolerancia con el delito informático de parte de la sociedad en su conjunto tiene lugar porque las empresas, el gobierno y los particulares consideran a esta disciplina como una actividad aceptada, promovida, aplaudida, además de bien remunerada. Es decir, quien pueda hacerse de datos intangibles de otros para su propio beneficio o para su propia defensa lo hará inescrupulosamente, sin miramientos y será mal visto socialmente. Cualquier empresa de talla media que se respete cuenta con un oficial de hackeo útil para los fines corporativos. Lo mismo ocurre en el ámbito gubernamental, en donde la justificación de la existencia de expertos en los temas de espionaje surge de la necesidad de controlar la disidencia.

Todo lo anterior estimula la existencia de la profesión de hacker. Esta disciplina se ha convertido en imán para los más jóvenes, quienes en China no son menos irreverentes y contestatarios que en Occidente. Las empresas de seguridad informática contribuyen en mucho a que el sentimiento de normalidad se generalice en la población en torno a este tipo de crímenes y son ellas las primeras en contratar y en remunerar bien al talento que se especializa en traspasar la línea de la privacidad digital.

Ello no quiere decir que las autoridades no estén conscientes de la naturaleza ilegal de tales prácticas, pero no hacen mucho por desterrar una práctica que no deja de ser útil para todos ni por apuntalar valores éticos dentro de la sociedad también en el campo informático. Triste es, además, que la Academia se ha sumado a esta actitud permisiva y es ella quien proporciona expertos al gobierno y al medio corporativo incluyendo a agencias especializadas en ciberseguridad.

Beatriz de Majo