Desde el momento de su llegada, la administración Biden – Harris ha abordado, con pasos firmes y acertados, la pandemia de COVID-19 para controlarla y brindar un alivio económico significativo a la economía y a las familias. Al mismo tiempo, ha sentado las bases de asuntos nacionales prioritarios, como la corrección del cambio climático y la búsqueda de una reforma migratoria integral, que ofrezca un camino hacia la ciudadanía para millones de insignes trabajadores que son inmigrantes indocumentados. Mientras en el escenario global, el viraje se ha registrado en el regreso al Acuerdo de París y la OMS, y en la reconexión de nuestra diplomacia con el multilateralismo y los auténticos valores estadounidenses: los derechos humanos y las normas democráticas.
El formidable estreno del nuevo gobierno no ha estado, sin embargo, exento de controversia. Ciertos comentaristas conservadores se han apresurado a criticar las Órdenes Ejecutivas emitidas por el presidente Biden, sacando de contexto declaraciones hechas durante la campaña, en las que se aludía a las Órdenes Ejecutivas como manifestaciones de abuso de poder propio de los dictadores. Esto exige una precisión. Lo que dijo Biden, y muy relevante en el escenario actual, es que nunca invadiría los poderes exclusivos del Congreso a través de Órdenes Ejecutivas, indicando específicamente que no era posible revertir los recortes de impuestos de Trump o hacer reformas tributarias sin una Ley del Congreso. Pero las Órdenes Ejecutivas tienen un lugar en nuestro sistema legal, dentro, claro está, de los límites de los poderes presidenciales establecidos por la Constitución y las Leyes. El presidente Biden respondió a los señalamientos contra sus primeras 30 órdenes ejecutivas explicando: «No estoy haciendo leyes, estoy revirtiendo malas políticas». De hecho, gracias a esta acción ejecutiva, que revirtió algunas de las esperpénticas (y en muchos casos ilegales) Órdenes Ejecutivas de Trump, estamos de regreso en: liderar la iniciativa para corregir el cambio climático; fortalecer nuestras protecciones de asilo; poner fin a la discriminación contra los oficiales transgénero en nuestro ejército; usar adecuadamente el poder y los recursos del gobierno federal para gestionar la pandemia de manera idónea, con la directriz de científicos y expertos; proporcionar incentivos claros a la economía nacional mediante la introducción del mandato de “Compre estadounidense” en las adquisiciones gubernamentales, incluida la orden de renovar las flotas federales con vehículos eléctricos producidos por los fabricantes de automóviles locales.
Otro punto a destacar, del tono político y la visión de Estado reinstalados en la Casa Blanca, es el hecho de que el Presidente optó por realizar su primer encuentro con líderes del Congreso convocando a un grupo de Senadores republicanos, en un llamado a trabajar con la mayoría demócrata para aprobar su amplio Paquete de ayuda económica y respuesta COVID-19 de $ 1,9 millardos de dólares. La marca del presidente Biden está cimentada en la construcción de unidad y consenso, leit motiv de su campaña presidencial, en la que enfatizó su determinación de construir una amplia coalición. Lo hizo, por cierto, durante muchos años como senador. Fue quien accionó esa cercanía durante su mandato como Vicepresidente en la administración de Obama. Y ahora lo vemos en acción como POTUS, el presidente de todos los estadounidenses.
Podemos decir sin la más mínima vacilación que, tras el lamentable asalto sedicioso al Capitolio y tras unos años de extravío, Estados Unidos está de vuelta. Vivimos tiempos de esperanza.