La invasión de Rusia a Ucrania desató muchos acontecimientos, acciones y reacciones poco previstas por los comentaristas de geopolítica, especialmente aquellos que tienen una visión determinista de la historia, y no consideran como la libertad individual, de los dirigentes y las naciones, son realmente los condicionantes del presente y el futuro.
En esta línea, vemos muchos movimientos que parecían imposibles, o ciertamente impredecibles. Por ejemplo, la reacción de Alemania de interrumpir el desarrollo del gasoducto Nord Stream 2 que conectaba el traslado de gas desde Rusia y el anuncio del aumento del gasto en defensa y en armamento, que no se habían animado a hacerlo en décadas. Para otra discusión queda como en tantos años de gobierno, Angela Merkel sostuvo la construcción del gasoducto, y de esa manera intensificó aún más la dependencia alemana de la energía rusa, en vez de promover políticas que generaran independencia energética de un país liderando por un gobierno autoritario que no respetaba las libertades y derechos humanos.
La posición de Suiza que rompe su tradicional neutralidad y se pone del lado correcto de la historia criticando a Putin, fue también un llamado de atención; y la reacción casi unánime de las Naciones Unidas, donde la mayoría de los países condenaron la invasión mucho antes de lo esperado. Ni que hablar de la transformación inesperada del Presidente Zelensky, que en pocas horas pasó de presidente y comediante, a héroe y ejemplo, y con su actitud y liderazgo contribuyó enormemente a movilizar a un Occidente que se había demorado en reaccionar.
Otra posición digna de destacar es la del sector privado. Con instinto político, pero también con un genuino compromiso con los valores democráticos y la libertad individual en muchos casos, y probablemente también horrorizados por la crueldad de la invasión rusa, muchas compañías tomaron medidas concretas, y jugaron con ideas y agenda clara. Más de 300 empresas y marcas según un reporte de la Universidad de Yale.
Entre ellas se encuentran las petroleras, que, si bien se habían acomodado a la política de Putin, decidieron salir de una buena vez del país, a pesar de las cuantiosas pérdidas. Pero más meritorio aún, y tal vez de mayor impacto en la popularidad interna de Putin son empresas de consumo masivo como H&M, Nike, Puma, Adidas, McDonald’s, Disney, Ikea, Pepsi, Starbucks, Apple, Microsoft o Samsung – empresa que controla poco más del 30 por ciento del mercado de smartphones en Rusia. Compañías que con sus decisiones afectan directamente al ciudadano, que a pesar de que le censuren las noticias, no pueden dejar de notar estos cambios. Los efectos de ello, con certeza, generarán una mayor presión social en Putin y en el régimen ruso.
Esto nos brinda una lección que no debemos pasar por alto: las empresas, emprendedores e inversores tienen un rol fundamental en la defensa de la democracia, los derechos humanos, las reglas de juego del capitalismo y pueden tener un enorme impacto en promoverlos. Además, marca un buen ejemplo para los empresarios en América Latina, generalmente poco jugados en la defensa de estos valores, y mucho menos comprometidos económicamente al momento de financiar dirigentes, causa y organización que los promueven.
Cuántos líderes corporativos escuchamos quejándose y dando cátedra en foros y conferencias sobre la situación en Venezuela, o en Bolivia, o la posibilidad de que gane Gustavo Petro las elecciones en Colombia, o el mal gobierno del presidente Pedro Castillo en Perú. Pero muy pocos son los que se juegan a dejar de hacer negocios en esos países que no respetan la libertad de sus ciudadanos, o se comprometen a financiar campañas de sus opositores, o instituciones que defiendan la democracia, el pluralismo y los derechos individuales como valores transversales en una sociedad, sin importar la afiliación partidaria.
Si queremos una región con más desarrollo económico y social, y más libertad, todos tenemos que comprometernos y actuar en consecuencia.