Ahora resulta que el concepto del tiempo es el problema más importante con que se enfrenta la ciencia. Pero ¿y para nosotros? ¿Existe o no existe el tiempo? La verdad es que durante siglos nos hemos acostumbrado a pensar y vivir en dos mundos bien distintos: existía el mundo de arriba, por el que se paseaban los dioses y, al mirarlo, nunca dudamos de que el tiempo era invisible o cualquier cosa menos real. Y el mundo de aquí abajo, en el que existía el tiempo, ¡y de qué manera!: la gente se iba al otro mundo, envejecía e intentaba manipular el tiempo, que era tan real que no se dejaba dominar en absoluto. Aquí abajo, el tiempo era real y por ello pesaba y pasaba.
Pues bien, ahora resulta que, según los científicos más preclaros, eso es absolutamente falso. El tiempo es real arriba y abajo y, al contrario de lo que pensábamos casi todos, resulta que no es la ilusión última que sustentaba la vida de un paraíso imaginado. No solo es cierto que no hay más que el tiempo real, sino que la única manera de penetrar en el corazón de la naturaleza es recurriendo a la realidad del tiempo.
Es cierto que, cuando se adopta el punto de vista revolucionario de que el tiempo es real, empieza a cambiar todo lo que pensábamos. Por fin empezamos a mirar el futuro de otra manera; es decir, se realzan tanto las oportunidades como los peligros con que se enfrenta la especie humana. Se acabó pensar que valores como la justicia, la verdad o el amor solo existían fuera del tiempo; al contrario, la realidad solo existe referida a lo que es real en cada momento.
Eso es ciencia y lo demás es basura. Parece extraño que un concepto propio de la física cuántica tenga prolongaciones tan diversas y humanas como un nuevo concepto de la política. Cualquiera que esté convencido –como sugiere Lee Smolin, uno de los miembros fundadores del Perimeter Institute for Theoretical Physics, de Canadá– de que la economía política se dictó hace doscientos años y no ha cambiado desde entonces está pensando fuera del tiempo. Y el resto estamos en el tiempo. O sea que, por favor, no me traigan viejas momias para que nos solucionen el problema de la crisis.
Los procesos apuntados antes cuadran de maravilla con dos grandes postulados de la vida moderna. El primero lo sugirió Darwin, porque su biología evolucionista la construyó tomando el tiempo en consideración, puesto que cualquier proceso activado a tiempo puede y debe desembocar en estructuras genuinamente novedosas.
Involucrar el tiempo en la vida social y tecnológica equivale a una especie de relacionismo; es decir, a hurgar en uno de los principios más novedosos y arrolladores de la vida moderna: la mejor descripción de una idea o proceso pasa por analizar sus relaciones con las otras partes del sistema. Por eso proliferan hoy en la búsqueda de soluciones tantos biólogos-computacionales, fiscalistas-informáticos o arquitectos especializados en mapas geoespaciales.
Tanto los biólogos evolucionistas como los relacionistas nos están diciendo que ser humano significa vivir con el desequilibrio cimentado entre la oportunidad y el peligro. Los problemas están determinados por las relaciones de unos con otros. Es fantástico pensar que los usuarios del Facebook se darán pronto cuenta de que sus vidas sociales giran alrededor de un postulado científico.
La idea de que las redes sociales son el resultado de entidades interconectadas sometidas al tiempo real y al azar está penetrando en todas las teorías formuladas tanto por filósofos feministas, como gurús del aprendizaje social, como por los políticos.
EDUARD PUNSET | El Blog de Eduard Punset