América Latina

América Latina es una zona que inició seguramente su estructuración alguna vez en el pasado, pero a la que no se dio la oportunidad de llevarla a cabo

Mi último viaje me ha llevado a México, Colombia, Ecuador y Argentina. Por este orden, pero habría podido empezar al revés sin notar gran diferencia. Y, sin embargo, cada país es un hemisferio. Lo son Brasil, México, Argentina, Ecuador y Colombia. Son todos embriones forjados por España y Portugal, pero asentados en la madurez con sus propias convicciones y territorios. Realmente, la primera conclusión de este viaje es que he vivido en países distintos que hablan idiomas parecidos cuando se hablan.

Se hablan poco. Esa es la segunda conclusión. Para atravesar los Estados Unidos desde Nueva York a North Hollywood, camino de la High School donde iba a intentar aprobar el bachillerato americano, se tardaba entonces –estoy hablando de los años cincuenta– casi una semana a bordo del autobúsGreyhound, que efectuaba el recorrido. Era larguísimo, pero todos comulgaban lo mismo; se ponían la mano en el corazón cuando invocaban el nombre de la patria y Eddy era el diminutivo de Eduardo en todas partes de aquel largo recorrido.

América Latina no constituye un solo país cohesionado. Sus habitantes hablan lenguas parecidas, pero apenas se entienden. Lo que cuenta es lo que uno dice y no las leyes o lo que los demás creen. Es una zona que inició seguramente su estructuración alguna vez en el pasado, pero a la que no se dio la oportunidad de llevarla a cabo.

El pasado común apenas es visible en Argentina. El movimiento peronista había arrasado las estructuras y superestructuras sociales y políticas hacía décadas, pero como si hubiera sido anteayer. En Buenos Aires, a mediados de junio se había cometido un crimen execrable de una muchacha de unos 16 años que vivía con su madre y su padrastro. El público seguía los remolinos de la causa sin esperar el dictamen del poder judicial, que no aparentaba disponer de mayor credibilidad en la administración de la justicia que el último de los más curiosos de mis vecinos. “Fijándome solo en sus párpados –decía mi guardés–, sé con toda seguridad quién fue el autor del crimen”.

En los últimos años se está extendiendo a todos los demás países la inseguridad, que antaño era el intratable pasivo de unos pocos, como México. A escasos metros de la salida de un hotel, en Bogotá, pude oír por casualidad la conversación entre una pareja de deportistas, que no habían renunciado a su afición favorita de la mañana, detenidos por dos agentes simulados dotados de identificaciones aparentemente fidedignas; los dos huéspedes del hotel estaban a punto de cederles a los supuestos agentes de seguridad sus pasaportes para su protección indebida, cuando todo el embrollo a punto de transformarse en tragedia terminó, felizmente, al percibir de refilón los asediantes a miembros de la Policía avanzar en moto hacia el grupo; los dos supuestos agentes iniciaron la huida precipitadamente.

Pero en Colombia –como en el resto de los países en aquel hemisferio– es evidente que se hallan en plena expansión económica comparada, sobre todo, con la profunda e interminable crisis de algunos países europeos como España, Italia, Grecia o Portugal. Seguramente, hacía falta esa expansión para iniciar el esperado salto al futuro y, lo más inesperado, doblegar la violencia. Algunos países latinoamericanos no parecían denotar ninguna señal de haber ganado la partida a la violencia con bombas lacrimógenas. De la misma manera que en Europa la lucha contra los famosos y endiablados recortes no cesaría reforzando las presiones sindicales. Tanto allí como acá es el crecimiento el responsable de la mejora; en América Latina ya ha empezado.

Eduardo Punset | @epunset