Las ciudades actuales importan productos y producen basura. Igual que haría un monstruo gumias. Tragar, tragar, tragar y devolver los artículos consumidos a la naturaleza en forma de desecho inservible. Pero el modelo no es sostenible si no queremos ver la Tierra convertida en el mayor estercolero humano en la historia universal. Barcelona ha empezado a echar freno, según Tomás Díez. El director del Fab Lab Barcelona asegura que “la ciudad pretende que la producción vuelva a ser más local” y, para eso, este año inaugurará dos ateneos de fabricación.
“El modelo de importar productos y producir basura (plásticos, metales, residuos de todo tipo…) ha dominado durante los últimos cien años. En el mundo se impuso la producción en serie y la creación de polos específicos. Unos países producían artículos, con un coste social muy alto, y otros se desconectaron de la producción real y se basaron en productos financieros y el sector servicios. Son trabajos no productivos que solo generan ganancias pero no originan riqueza real”, explica el urbanista, en una entrevista realizada en el Ouishare Fest, en París.
Díez propone la reutilización de los residuos para que vuelvan a formar parte de la cadena productiva. El plástico, el metal y muchos otros materiales ya usados son, también, potencial materia prima. “Estamos llegando a un punto en que el cobre extraído de la naturaleza, por ejemplo, es mayor que el que queda en la tierra. Gran parte de la materia prima que necesitamos está ya procesada en electrodomésticos antiguos. Necesitamos reutilizar esos desechos para construir nuevos objetos y, así, tendríamos un ciclo cerrado de utilización. Esto se puede hacer con el cobre, el plástico, la madera… Si en vez de quemar la basura, la empleamos en un nuevo producto, se cerraría el ciclo de reutilización en la ciudad y no tendríamos que recurrir tanto a comprar fuera”.
Estos dos primeros ateneos de fabricación, situados en los barrios barceloneses de Les Corts y Ciutat Meridiana, formarán parte de la red mundial de Fablabs que el Massachussets Institute of Technology (MIT) creó en el año 2000 y que hoy se compone de más de 130 laboratorios en todo el mundo. El objetivo, según Díez, es que “en el futuro haya, al menos, un fablab por distrito, es decir, unos 10 para toda la ciudad”.
Detrás del proyecto está el Ayuntamiento de Barcelona, la Fab Foundation, el Fab Lab Barcelona y algunas instituciones locales. “En estos espacios habrá máquinas de fabricación digital. Pretendemos que constituyan un impulso para que la gente construya cosas y fomenten la innovación. Es un lugar dirigido tanto a personas que quieren reparar la pata de una silla como al que quiere crear una empresa”, indica el especialista en arquitectura y fabricación digital.
El proyecto prevé que los fablabs estén especializados por temática. “Habrá laboratorios de música, diseño de moda, discapacidad… Aunque en todos ellos se podrá realizar todo tipo de productos y estarán conectados entre sí”, apunta el venezolano.
Díez describe la función de estos fablabs con esta metáfora informática. “La idea es que actúen como plugins que introduces al sistema actual de la ciudad para actualizarla”. Es, en una comparación más básica, “como un añadido a una biblioteca” o “convertir una biblioteca en átomos”.
El urbanista indica que estos fablabs, junto a los make spaces, hacker spaces y el resto de espacios comunes que están surgiendo como parte de la cultura maker y el resurgir de lo artesanal, “deberían estar articulados para recuperar la capacidad productora de la ciudad y crear un ecosistema de fabricación dentro de la urbe”. Pero, además, enfatiza que una ciudad inteligente que recupere su producción solo puede construirse con la colaboración de “empresas, ciudadanos y sector público”. “Tienen que trabajar juntos. Ninguno lo puede conseguir por su cuenta. Y el gobierno tiene que apoyar a estas plataformas para que los particulares puedan desarrollar sus actividades de producción local”.
“Volvemos a los gremios locales, al intercambio de conocimiento, pero, en esta ocasión, conectado a una red mundial”, especifica. “El conocimiento es global. Un individuo puede bajarse de internet la información para construirse una silla, una casa, pero lo adapta a los materiales y las características locales. Es como entrar en una especie de edad media avanzada”.
Fuente: Yorokobu