No soy un científico y ni siquiera me he especializado antes en la divulgación de temas tecnológicos. Sin embargo, he iniciado esta exploración personal, de indagatoria de este universo de innovación porque estoy convencido de que la aceleración, extensión y profundización de los cambios que la ciencia y la tecnología están imprimiendo en nuestras vidas tendrán imprevistas consecuencias políticas y sociales a escala global.
Eso es lo que me interesa, las cambios sobre nuestra vida social y la respuesta en innovaciones políticas necesarias que hasta ahora sólo han sido intuidas por la ciencia ficción.
Probablemente, el área de exploración e investigación más trascendente y que brindará una serie de innovaciones que cambiarán nuestra vida radicalmente viene de la exploración del cerebro humano y su funcionamiento.
Esta es una búsqueda que tiene más de un siglo. En 1890, William James, considerado el padre de la psicología moderna veía a este órgano como “la cosa más misteriosa del mundo” y se preguntaba cómo unos pocos gramos de gelatina gris pueden generar nuestros pensamientos y en general regular nuestra vida.
El más reciente impulso para resolver este gran misterio lo dio el gobierno de Estados Unidos al lanzar en abril el proyecto BRAIN (the Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies Initiative o Investigación Cerebral mediante Neurotecnologías Innovadoras de Vanguardia), un estudio que, entre sus objetivos primarios, tiene lograr un mapa completo del cerebro humano que permita entender cómo trabaja.
Un equipo multidisciplinario que incluye especialistas en neurociencia, medicina y computación trabaja coordinadamente con el Instituto Nacional de Salud en Washington con un presupuesto anual de US$ 100 millones y con un sentido de misión comparable al de los primeros esfuerzos de la NASA por la conquista del espacio tras los misterios del universo.
En el resultado de sus investigaciones puede estar la base para cambios revolucionarios en el mundo de la medicina, pero también en inteligencia artificial con aplicaciones en robótica en campos tan diversos como la educación y la industria militar. Y en Europa El Proyecto del Cerebro Humano está intentando hacer lo mismo. De modo que la comparación con la exploración del Universo y la carrera espacial no es completamente descabellada.
El cerebro es toda una galaxia con sus planetas y huecos negros. El objetivo puede trascender el explorar cómo funciona, para explicar cómo se genera el entendimiento y qué es entender a fin de cuentas. Esto influye en otro campo más subjetivo de nuestras vidas: cómo pensamos y cómo sentimos.
Acá ese equivalente de la “ciencia de cohetes” que es la neurociencia se toca con la psicología. Como ocurre con el trabajo de Rick Hanson, un neuropsicólogo de Berkley, autor de Hardwiring Happiness: The New Brain Science of Contentment, Calm, and Confidence quien ha descubierto que el cerebro tiene una propensión a lo negativo. Es decir, es como un velcro para memorizar las cosas malas y parece revestido de un impermeable teflón a la hora de reconocer y grabar los buenos momentos.
Descubrimientos que tienen aplicaciones en nuevas tecnologías como la llamada ciencia de la felicidad. Por ejemplo, les adelanto una: en las relaciones humanas los estudios han encontrado que una buena relación, fuerte, de esas que consideramos inquebrantables, es la que tiene una proporción de 5 a 1 en recuerdos y experiencias positivos frente a los negativos.
Es decir, si quieres una pareja para toda la vida o una buena relación con tu jefe, no basta estar 50 y 50 en cosas buenas y malas; ni siquiera es suficiente tener tres buenos recuerdos y dos malos… La relación debe ser desproporcionadamente buena para funcionar. Así lo comanda ese misterioso y desconocido laberinto gelatinoso que es el cerebro.
Quizás estos datos serán tomados por los gobiernos que ahora proclaman que su trabajo, antes que lograr el funcionamiento racional de su economía, es conquistar la suprema felicidad de su pueblo. Es cuestión de proporciones. Como el cerebro, un territorio gelatinoso.