Chilecon Valley: así funciona la magia

El receptor de los empresarios extranjeros que EEUU rechaza

Suenan las guitarras y afuera una inusual lluvia en pleno diciembre colapsa algunas calles de Santiago de Chile. Mientras los músicos ensayan los últimos acordes, el público va tomando posición. Pareciera cualquier otro evento, pero los asistentes no son groupies ni tampoco habrá un concierto. Sobre el improvisado escenario están los creadores de Sonic Pollen, una plataforma web que conecta bandas y productores para mejorar la organización de conciertos. Uno de los tantos emprendimientos que ha financiado el programa Start-Up Chile y que cada miércoles en la tarde se reúnen en un meet up, una reunión donde se presenta el proyecto a otros emprendedores.

Mientras estudiaba en Stanford, Nicolás Shea fue contactado por el entonces ministro de Economía Juan Andrés Fontaine, quien le pidió que armara un plan para fomentar la innovación en Chile. En clases, Shea no paraba de pensar en sus compañeros: inmigrantes con ideas geniales que no podían emprender en Estados Unidos por su estricta política migratoria. ¿Por qué no traerlos a Chile?, se preguntó.

“Le planteé la idea al ministro con el mismo argumento que utilizó Vicente Pérez Rosales en 1850 para impulsar la inmigración alemana en La Araucanía. Así como a los europeos en esa época les dieron tierras a cambio de venirse a Chile, a los estudiantes teníamos que ofrecerles un capital de trabajo y visa”, cuenta Shea, quien con la venia del gobierno le dio la partida a Start-Up Chile, el programa ejecutado por la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) para atraer emprendedores de alto potencial, quienes a su vez utilizan al país como plataforma para salir al mundo.

¿Quiénes serían los elegidos para la hazaña? Shea se instaló en el patio de la escuela de negocios de Stanford, como un vendedor de seguros, para ofrecer a los estudiantes mudarse a Chile con un atractivo programa de seis meses de duración, que incluía 40 mil dólares, visa por un año (para que tuvieran la posibilidad de quedarse) y el acceso a una red de apoyo para desarrollar el proyecto. Otro gancho para conseguir a los postulantes fue el equity free, una fórmula que permite a los emprendedores mantener la propiedad completa de su iniciativa, mientras que la mayoría de las incubadoras privadas toman entre 7% y 10% de la compañía.

MUERDEN EL ANZUELO

El primer interesado fue el israelí Amit Aharoni, creador de Cruise Wise, una agencia de cruceros online. Aharoni llegó a Chile junto con su socio en agosto del 2010. “En Silicon Valley tus contactos son otros emprendedores. Aquí, en tanto, puedes acceder a una gran red de contactos e incluso a las autoridades”, comenta Cristóbal Undurraga, gerente de emprendimiento de Corfo, quien ayudó a Shea a diseñar el programa.

Hoy, el programa ha seleccionado a más de 1,000 emprendedores (600 startups, cada una con un promedio de 1.8 emprendedores) y a dos años de su creación maneja un presupuesto de 5,500 millones de pesos. Pero eso no es todo: los proyectos han captado 15.3 millones de dólares en aportes de capitales privados. “En general, cuesta mucho levantar plata en Chile. Lo interesante es que hay fondos internacionales fijándose en empresas que están naciendo en el país”, comenta Undurraga.

¿TODO PASA EN CHILE?

Partieron con una pequeña oficina al lado del edificio de Corfo. Pero a medida que el programa fue creciendo, el espacio les quedó chico.

Llamaron a licitación y Movistar les ofreció 100 puestos de trabajo, a un peso cada uno. Fue así como la llamada Casa de Vidrio de Movistar, contigua a su edificio corporativo en Santiago, se transformó en el cuartel general de Start-Up Chile. Hoy, bajo una proyección digital de árboles en el techo trabaja una veintena de emprendedores, cada uno con su notebook. Más allá, otro grupo discute un proyecto en una sala de reuniones.

Escuchar a alguien hablando en castellano es raro, porque aquí el inglés manda. Cómo no, si de los beneficiarios del programa, que provienen de 37 países diferentes, 25% viene de Estados Unidos, 25% del resto del mundo, 25% de América Latina y el cuarto final de Chile.

Keith Modzelewski es uno de los beneficiarios importados. Junto con su equipo trabaja en una tecnología voltaica de pantallas flexibles, lo que permitirá enrollar un celular o una televisión igual que una cartulina. Y, según adelanta, la resolución será superior a la que actualmente tienen estos aparatos.

“La idea es imprimir una televisión igual que como se imprime un diario. Será una tecnología más barata y ecológica”, dice.

Llegó a Chile en julio del 2012 y no descarta extender su estancia. “Aquí hay mucho talento y expertise. Más allá de los fondos económicos, lo valioso del programa es la red de contactos y la posibilidad de reunirse con personas de background diverso que le dan perspectiva a tu negocio”, explica.

Así como Modzelewski, son varios los extranjeros fascinados con el programa y las oportunidades que ofrece el país. Más de 40% se queda después de los seis meses que dura el programa y otro grupo grande se va a Silicon Valley.

Otros han esbozado sus críticas, como la diseñadora estonia Liis Peeterman, quien se quejó de la excesiva burocracia en Chile y la incapacidad de dejar cosas sin que se las roben. El israelí Arnon Kohavi también tuvo una mala experiencia: “El problema central de Chile es la brecha generacional extrema que existe entre los jóvenes emprendedores y la vieja generación. La sociedad chilena es menos dinámica que las de Asia o Estados Unidos, con un puñado de familias monopólicas que controlan el país y no quieren moverse de ahí”.

Modificar la mentalidad del chileno es precisamente uno de los mayores desafíos de Start-Up Chile. “Queremos generar un cambio cultural, que Chile apoye el emprendimiento, que no castigue el fracaso, más allá del proyecto en particular”, explica Horacio Melo, director ejecutivo del programa. Algo que según Undurraga ya se está observando en las aulas: “La sensación térmica es que los mejores alumnos ya no quieren ser reclutados por las grandes empresas, sino que quieren empezar sus negocios propios”. Los números avalan su tesis: “Si en el 2008, 320 proyectos postularon a capital semilla, este año son 3,000. Se ha multiplicado diez veces”, acota.

EN LA MIRA

Más de una semana estuvo en Chile Martin Giles, corresponsal en Silicon Valley del semanario The Economist. Hizo al menos 20 entrevistas antes de publicar su reportaje titulado “The lure of Chilecon Valley” (“El atractivo de Chilecon Valley”), en octubre pasado. Daba seguimiento desde hacía meses al programa y, según cuentan, le gustó por considerarlo un ejemplo de política pública innovadora a escala mundial.

La publicación relataba un demo day en el cual Giles participó, una jornada donde más de 20 emprendedores hicieron su pitch, como se llama a la propuesta para convencer a inversionistas. “Para este corresponsal, que vive en Silicon Valley, esta imagen resulta familiar. Pero esta escena ocurrió en Chile, una nación conocida por el cobre y el vino barato, más que por la innovación”, dice el relato de Giles.

A juicio del periodista, el éxito de la versión local de Silicon Valley radica en explotar precisamente la debilidad de la cuna mundial de la innovación: “Mientras Estados Unidos expulsa a los emprendedores inmigrantes, Chile les da la bienvenida”. Pero no todo fueron flores y halagos.

El reportero también deslizó algunas debilidades: “No todo es cool en Chile. No hay suficientes fondos privados para financiar a las firmas jóvenes… Otra barrera es el duro régimen de quiebras que opera en Chile, lo que dificulta volver a empezar a quienes fallaron. Además la economía está dominada por pocos grupos y existe una burocracia extremadamente conservadora”.

Junto a The Economist, son varias las publicaciones que han destacado a Start-Up Chile. Entre ellas, la revista Forbes, ABC News y CNN International. Una difusión que se suma a la que cada beneficiario del programa realiza en las redes sociales.

Otro acontecimiento que puso al país en la mira fue el Common Pitch, el concurso de innovación más importante de Estados Unidos que se realizó en diciembre pasado en el Parque Bicentenario de Santiago y cuyo invitado estrella fue Al Gore. “Primero fui a la Enade en CasaPiedra. Me llamó la atención los asientos vacíos y que el tema central del seminario no era el futuro, sino el pasado y las trabas. Después me fui al Common Pitch, donde la energía era distinta: todos estaban relajados, hablando de lo que estaba pasando y de lo que venía. Eso dice mucho de lo que está ocurriendo en el país”, ilustra Undurraga.

En mayo próximo, Shea viajará a Río de Janeiro, invitado por The Economist, para presentar Start-Up Chile en el Innovation Summit: “No somos emprendedores buena onda jugando con fondos públicos. Esperamos que los retornos superen con creces la inversión”, explica. Ya están en un momento clave: “De los 40,000 dólares que recibe cada proyecto, 90% se gasta en Chile. En promedio, llegan dos personas, que gastan 200 dólares diarios, a visitar a los beneficiarios, de los cuales un buen grupo se queda seis meses más”.

En su sexta edición, el programa cerró sus postulaciones con más de 1,400 aplicaciones online, que pasarán por la estricta evaluación de un equipo de expertos de Silicon Valley y Stanford para seleccionar a los elegidos. Todo un récord para esta iniciativa que cada día busca instalarse con más fuerza en el colectivo nacional: “No estamos importando empresas, sino transformando Chile en el polo de innovación de América latina”, dice Shea. ¿Si funciona en Silicon Valley, por no en Chile?

Fuente: El Economista