La pandemia encontró lamentablemente un cómodo epicentro en los Estados Unidos, pero más desconcertante aún parece su impacto en las Américas en su conjunto. Además de los EE. UU., en Brasil, el impacto de COVID-19 está suponiendo un costo terrible, en vidas humanas y en la salud de la ciudadanía (con 2 millones de casos confirmados, el coloso suramericano es el segundo país con más casos en el mundo, después de los EE. UU.).
En México, el segundo país más grande en población de la región (después de Brasil), la pandemia campea por sus fueros, sin contención ni respuesta efectiva. Ecuador, que padeció una situación crítica temprana (con 11,536 casos nuevos en un día, en abril) ha progresado, pero está lejos de superar esta batalla. Bolivia ha decidido posponer una elección presidencial histórica, en medio del aumento del coronavirus. Chile y Perú también están luchando contra brotes importantes; y en Venezuela, que ya sufría una tragedia humanitaria, con un sistema de salud colapsado, el COVID-19 permite avizorar los escenarios posibles como un tsunami socioeconómico.
COVID-19 golpea a las Américas sin que se vislumbe una mínima señal de éxito en la gestión de la crisis sanitaria y de salud pública. Incluso Costa Rica, que se destacaba como una excepción (y un caso de éxito singular), ha registrado un aumento, pasando de cinco nuevos casos por día, a principios de junio, a 827 casos por día, solo esta semana. En resumen, a partir de hoy, quizás la única salvedad a una crisis de grandes magnitudes en la región sigue siendo Uruguay.
En general, en América Latina y el Caribe la pandemia representa 4,163,093 casos confirmados, con 176,963 muertes. En comparación con la Unión Europea y los Estados Unidos, la conmoción del coronavirus en la región es devastadora. Pero si las derivaciones para la salud pública son desgarradoras, las secuelas económicas son pavorosas. América Latina y el Caribe verá una desaceleración económica promedio de -8% en su PIB (excluyendo a Venezuela en este cómputo regional); con disminuciones del PIB como: Perú -12%, Argentina -11,5%, México -9,4%, Brasil -6,8%, Chile -6,7%, Colombia -6,1%. Venezuela verá una pasmosa disminución del -23,3% del PIB, en la que COVID-19 concurre con otras causas para perfilar la catástrofe económica del régimen (incluido el colapso de su plataforma de producción y exportación de petróleo) y, por supuesto, las consecuencias de sanciones sectoriales económicas de los EE. UU., que se suman al inventario de retos.
El contexto infligido por COVID-19 en América Latina y el Caribe plantea un desafío significativo (y adicional) a la política exterior de Estados Unidos. Sin duda, la región debe ser una prioridad para los EE. UU. No solo porque la zona incluye al mayor socio comercial de los Estados Unidos (México), sino porque la región, aún con puntuales divergencias, constituye un socio que nunca se había encontrado tan desprovista de una atención estratégica coherente, desde los días de la Alianza para el Progreso, promovida por el presidente John F. Kennedy.
La falta de una estrategia bipartidista sólida hacia América Latina y el Caribe ha abierto la puerta a una creciente influencia en todos los frentes (más probable que aumente en este contexto), desde Rusia y China, un factor adicional a considerar en la necesidad de desarrollar e instrumentar una agenda ambiciosa. Es lo sabio y conveniente. Para todos.
Photo: University of Michigan School of Public Health