Casa de la señora Nieves | Petare, Caracas, Venezuela
La mamá de Christian pegó el grito en el cielo cuando su hijo de 21 años decidió devolverse al barrio donde creció en Caracas, después de 10 años viviendo en el estado Aragua, en el centro del país suramericano. Tres años después lo siguió su hermano Daniel. Ambos son estudiantes de derecho en la Universidad Central de Venezuela. Crecieron con sus padres en Petare, una populosa zona pobre en el este de la capital venezolana, en casa de su abuela Nieves. Cuando Christian tenía 11 años, se mudaron a una urbanización en la ciudad de Maracay, a 45 minutos de carretera de la Caracas. Allá terminó la escuela y comenzó su primera carrera como técnico en computación. Sin embargo, siempre quiso estudiar derecho y regresó a Caracas para cumplir ese sueño.
La casa donde Christian pasó su infancia y volvió como adulto es una casa rosada y azul que resalta en medio de un paisaje denso de casas de bloques de arcilla sin frisar. Fue construida hace unos 45 años por sus abuelos, quienes vivían en La Huerta (por la carretera a Guarenas, está al este de Caracas y va al oriente del país).
Cuenta la abuela Nieves: “cuando nos mudamos aquí todo esto era un barranco con matas de caña y cambur (plátano). Compramos un ranchito de madera, que costó en esa época 500 bolívares. Mi esposo ganaba semanal 105 bolívares y eso alcanzaba para todo”.
Les tomó cerca de cinco años sustituir el ranchito de madera por una casa de bloques, primero el perímetro y luego las divisiones internas. Comenzaron con un poso séptico, y luego hicieron las tuberías de aguas negras. Sábados y domingos eran para caletear, Nieves con la ayuda de unos muchachos de la zona cargaba los materiales por las escalinatas. El abuelo falleció hace casi un año, él construía todo, y no le gustaba que modificaran su casa. La pintó de rosado desde el 95 y nunca cambió el color.
La casa ya tiene cuatro pisos. El primer piso ocupa el terreno de la casita de madera original, tiene dos cuartos, un baño, cocina y comedor. Además tiene un balcón lleno de flores que ella misma cuida, ese siempre ha sido su hobby. Luego hay tres pisos adicionales construidos para sus hijos. El segundo piso es solo un depósito y una gran terraza que estuvo llena de orquídeas y ahora quedan pocas porque les cayó una plaga. En el tercer piso viven su hija y el nieto Daniel, el cuarto piso es una platabanda con un solo cuarto que es el de Christian.
Christian cuenta que su otra abuela vivía muy cerca y que lo que mas extrañaron al mudarse eran las fiestas familiares. De su infancia recuerda que siempre estuvo prohibido salir hasta la carretera sin supervisión de un adulto: “no éramos de esos niños divertidos que pasaron su infancia jugando porque vivíamos acá. Toda el área de juegos de nosotros era la casa. Pero cuando llegamos a Maracay, podíamos jugar frente a la casa con los vecinos sin ningún tipo de problema o vigilancia. Es como pasar de una cárcel a la libertad. Fíjate aquí manejamos bicicleta en un espacio que era esto (señala el salón de la casa), allá podíamos andar tranquilamente por las calles sin problema. Cuando nos tocó regresar (al barrio) ya no lo veía desde el punto de vista de querer jugar en las calles. Ya estaba enfocado en estudiar. Unos amigos me dijeron puedes venirte para acá. Pero esta era mi casa, de aquí salí y aquí volví.”
Ahora Christian se siente mas cómodo en Petare que en Maracay. Aun cuando considera que las condiciones de allá son mucho mejores. “Vivíamos en una zona urbanizada, donde hay los servicios y uno tiene la llegada del automóvil directamente en la puerta de la casa. Es una casa planificada y no acá, que bueno… Acá lo que verdaderamente es dramático es la llegada”, cuenta.
En las noches al bajarse del transporte público teme ser víctima de la violencia ya que una banda delictiva local suele esconderse en el callejón que conduce a su casa.
Le pregunté a la señora Nieves si se tuviera que mudar ¿qué parte de su casa se llevaría consigo? Sin titubear respondió: “¡Me la llevaría toda!”