Del autoritarismo que los destruyó al autoritarismo que celebran

La historia, especialmente en países como Venezuela, demuestra que idealizar líderes fuertes lleva al debilitamiento de la democracia y al colapso económico y social. Celebrar figuras autoritarias como Trump o Musk ignora estos peligros y normaliza un modelo de liderazgo que siembra miedo e incertidumbre, en lugar de estabilidad y justicia

En tiempos de incertidumbre, es tentador buscar líderes fuertes, figuras que prometan resolver los problemas con mano firme y sin los obstáculos que impone la democracia. El atractivo del autoritarismo radica en su aparente eficiencia: las decisiones se toman rápido, sin largas negociaciones ni procesos burocráticos. Sin embargo, esta aparente fortaleza esconde un peligro profundo: la erosión de las instituciones, la concentración del poder y, en última instancia, el debilitamiento de la libertad y la estabilidad que permiten el progreso de las sociedades.

La historia nos ha enseñado que cuando se celebra el autoritarismo como una solución efectiva, las consecuencias suelen ser desastrosas. Todos somos testigos de lo que empezó Chávez y ha continuado Maduro en Venezuela. A lo largo del siglo XX, vivimos ejemplos de líderes que, con la promesa de hacer más eficiente el gobierno, han terminado destruyendo la democracia desde adentro. Estos regímenes suelen iniciar con el desprecio por las instituciones, el ataque a los medios de comunicación, la persecución de la oposición, culpar a los inmigrantes y el uso del miedo como herramienta de control.

Los defensores del liderazgo autoritario, ya sea en la política o en el mundo empresarial, argumentan que la democracia es demasiado lenta y que los sistemas de control —como los parlamentos, los tribunales o la prensa libre— son obstáculos para el progreso. Sin embargo, lo que la historia nos muestra es que esta supuesta eficiencia es un espejismo.

Cuando un líder concentra demasiado poder, las decisiones se vuelven caprichosas y personalistas. No hay mecanismos para corregir errores, y el gobierno se vuelve menos predecible. En el ámbito económico, esto genera incertidumbre y miedo, lo que puede derivar en inflación, colapso de mercados financieros y pérdida de confianza por parte de inversores y ciudadanos.

Un líder autoritario puede imponer medidas sin necesidad de consenso, pero esto no significa que sus decisiones sean correctas. De hecho, la falta de discusión y debate suele llevar a errores costosos. La democracia, con todos sus defectos, permite que las políticas sean examinadas, corregidas y mejoradas a través del diálogo y la deliberación.

El mayor peligro del autoritarismo no es solo el abuso de poder del líder en turno, sino el daño que se hace a las instituciones democráticas. Cuando un gobernante socava la independencia de los tribunales, intimida a los legisladores y controla la prensa, está desarmando los frenos y contrapesos que protegen a la sociedad de los abusos del poder.

Este fenómeno no es exclusivo de la política. En el mundo corporativo, líderes como Elon Musk han sido elogiados por su estilo de gestión sin filtros, en el que las decisiones se toman de manera impulsiva y las estructuras organizacionales tradicionales son ignoradas. Si bien este enfoque puede generar innovación en el corto plazo, también crea caos, incertidumbre y miedo entre empleados e inversionistas.

Cuando se celebra este tipo de liderazgo, se normaliza la idea de que el poder absoluto es sinónimo de éxito. Sin embargo, la estabilidad y el crecimiento sostenido requieren más que decisiones unilaterales: necesitan estructuras sólidas, reglas claras y respeto por los derechos de todos los involucrados.

El miedo es una herramienta poderosa en manos de los líderes autoritarios. Un gobierno o una empresa que se maneja a través de la intimidación y la amenaza puede imponer disciplina, pero no puede inspirar lealtad ni creatividad. La innovación y el progreso nacen en entornos donde las personas pueden expresarse libremente, cuestionar decisiones y proponer nuevas ideas sin temor a represalias.

En un mundo donde la economía global depende de la confianza, un liderazgo basado en el miedo y la incertidumbre puede tener efectos devastadores. Las inversiones disminuyen, los mercados se vuelven volátiles y la inestabilidad política puede generar crisis prolongadas.

La democracia no es perfecta. Es lenta, requiere negociaciones y, a veces, parece ineficiente. Sin embargo, es el único sistema que garantiza la protección de los derechos fundamentales y la participación de todos en la toma de decisiones.

Celebrar el autoritarismo de Trump y Musk como un modelo a seguir es un peligroso error. Las sociedades que han abrazado líderes autoritarios, como fue el caso en nuestra amada Venezuela, han pagado un alto precio en términos de libertad, estabilidad y progreso. La democracia puede ser difícil, pero es el único camino que asegura que el poder no se convierta en un instrumento de opresión, sino en una herramienta para el bienestar de todos.

La verdadera grandeza de un líder no se mide por su capacidad de imponer su voluntad, sino por su habilidad para construir consensos, fortalecer las instituciones y garantizar un futuro en el que la justicia y la libertad no sean privilegios, sino derechos inalienables.

José Domingo Sosa tiene un doctorado en Depth Psychology, es economista, MBA, y ex banquero de inversión. Tras retirarse del mundo financiero, se ha dedicado durante los últimos veinticinco años al estudio de la filosofía, con especial énfasis en su doctorado en psicología profunda,  fenomenología, existencialismo y la crítica al autoritarismo moderno.