Todos los días parece haber más evidencia de que los docentes son el factor más determinante cuando hablamos de calidad educativa. Un mayor entendimiento del rol de los docentes es vital para darle foco a los esfuerzos de reforma y direccionar los recursos de manera más efectiva. El desafío es grande: hay unos 7 millones de maestros en América Latina y el Caribe, de acuerdo con un reporte reciente del Banco Mundial, lo que representa alrededor de un 4% de la fuerza laboral y un 20% de los profesionales, mientras sus salarios equivalen a casi un 4% del PBI regional. Se desempeñan en condiciones que van desde aulas al aire libre en zonas rurales hasta instalaciones con aire acondicionado en ricas áreas urbanas.
Entonces, ¿cómo se puede mejorar el desempeño docente en la región, en medio de tantas particularidades locales?
En su reporte “Great Teachers: How to Raise Student Learning in Latin America and the Caribbean”, el Banco Mundial ensaya posibles respuestas. En quizás uno de los informes más exhaustivos sobre la profesión docente, los investigadores realizaron más de 15.000 visitas sorpresas a aulas en más de 3000 escuelas públicas entre 2009 y 2013.
Así, llegaron a una serie de interesantes conclusiones. La publicación The Economist sintetiza los hallazgos: “el principal motivo de la crisis educativa latinoamericana es simple. La región capta grandes cantidades de docentes de entre los egresados menos lucidos. Los entrena pobremente y les paga peniques (entre el 10 y el 50% menos que otros profesionales). Como resultado, la enseñanza es mala”.
En efecto, el Banco Mundial reveló que los docentes de América Latina en general pasan apenas el 65% de su tiempo enseñando –comparado con el promedio internacional que ronda el 85%-. Este no es un problema que se solucione fácilmente con nuevas tecnologías o mejores materiales –el informe destaca que aun en escuelas con conectividad a internet, computadoras u otros dispositivos de aprendizaje avanzados, los maestros generalmente usan lo que mejor conocen, el pizarrón.
En consecuencia, las cifras sobre la pérdida de tiempo en el aula indican que hay que prestar atención a un problema más fundamental: el modo en que los docentes son reclutados, entrenados y compensados por su desempeño. Desafortunadamente, hacer cambios en este sentido no es tarea fácil dada la influencia de varios actores con un decidido interés en mantener el statu quo –incluidos sindicatos docentes, administraciones universitarias, e institutos de formación.
Sin embargo, no todas las mejoras son necesariamente complejas, de acuerdo con Javier Luque, uno de los autores del reporte del Banco Mundial y un especialista en educación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Luque sostiene: “interactuando con maestros en miles de aulas, encontramos que a menudo los mayores problemas tienen que ver con cosas muy simples: una vez que tenemos docentes en el aula, el sistema debería garantizar que usen el tiempo en promover el aprendizaje de todos sus alumnos. Los estudiantes no pueden recuperar el tiempo perdido. En muchos casos vimos desperdiciar hasta un tercio del tiempo de clase esperando que sonara el timbre. ¡Solo imagínense las actividades que se podrían haber hecho en todo ese tiempo!”
“Los alumnos van a la escuela a aprender,” agrega, “y por lo tanto todos los actores del sistema deben alinearse para asegurar que el aprendizaje ocurra. Esto suena muy sencillo, pero lamentablemente no está ocurriendo”. Uno de los posibles motivos es que los docentes de menor rendimiento ya poseen los conocimientos técnicos o las habilidades cognitivas –pero la falta de señales claras en cuanto al aprendizaje de sus alumnos los previene de avanzar.
Al mismo tiempo, Luque argumenta que se necesitan reformas más profundas. “Estas se refieren a modernizar la formación docente y los sistemas de evaluación”, dice. Esto resulta crítico “a fin de obtener mejor información sobre lo que funciona y lo que no –y así saber cómo y dónde intervenir”.
Algunos países como Chile, México, Perú y Ecuador han aprobado regulaciones para incrementar las evaluaciones. A la vez, grandes ciudades como Rio de Janeiro y Buenos Aires están tomando la delantera. En cada uno de estos casos, las propuestas encontraron fuerte resistencia por parte de los sindicatos docentes, quienes se opusieron a vincular el desempeño al progreso de carrera.
Pero en mi conversación con Luque, el insistió en que esas “señales” son exactamente lo que nuestros sistemas educativos no están advirtiendo. “En América Latina, la mayoría de las aulas son como una ‘caja negra’: el sistema desconoce lo que realmente sucede en ellas. Eso limita sustancialmente las posibilidades de mejora”. Hacer esto explícito –y atarlo a procesos rigurosos de evaluación- puede hacer una gran diferencia.
El informe presentado por Luque y sus colegas presenta no solo un vigoroso retrato de la educación latinoamericana sino también una serie de buenas ideas para arreglarlo: mejores directivos, más intercambio de experiencias, y la reducción de la carga de tareas administrativas de los maestros.
Aun así, pone poco foco en los recursos que se necesitarán a nivel sistémico para alcanzar estas reformas. El ámbito político es donde radican los verdaderos desafíos y, con grupos poderosos listos para oponerse a cualquier cambio, los reformadores deben construir estrategias políticas tanto como recomendaciones técnicas. Ese, quizás, sea un buen tema para el próximo reporte.