Acabo de escuchar a Andras Forgacs. Seguramente no habrá oído su nombre aún, pero este hombre se encamina a cambiar lo que come y viste la humanidad. Forgacs es un ingeniero de tejidos. No uno cualquiera, es un empresario de este tiempo y cuya empresa ha “evolucionado” de cultivar partes humanas como orejas o piel para transplantes, a imprimir en 3D carne para el consumo humano y cuero para confección y manufactura de diversos artículos de uso cotidiano.
Me cuento entre los que pueden disfrutar de un buen churrasco y enfundarme una chaqueta de cuero sin remordimientos. Pero no me engaño con las imágenes bucólicas de vacas pastando sobre prados verdes. Efectivamente, esa representación romántica es un cuento de vaqueros. Son la visión edulcorada de una matanza de siglos. La ganadería, una carnicería que ha alimentado a millones en este planeta y que, salvo por nuestros apegos folklóricos, no tiene nada de romántico.
Si Forgacs y otros empresarios como él tienen éxito, a la vuelta de unas pocas décadas, esa imagen se extinguirá y también la realidad siniestra, en parte secreta, de la cría y procesamiento industrial de los animales. Sí. Veo a las vacas rumiando pasto desapareciendo del paisaje de la carretera, al igual que ocurrió con las manadas de mamuts que dejaron de medrar la Tierra en el Holoceno hace 4.500 años.
Pero, a diferencia de la trágica extinción de los mamuts, cuya carne jamás volverán a degustar los carnívoros de este mundo por culpa de la caza intensiva, los humanos de hoy y del futuro podrán seguir disfrutando de jugosos bistecs, de manera infinitamente más barata, ecológicamente responsable y sin que ningún animal sea sacrificado por ello. Bastará con hacer “una biopsia” de una vaca y reproducir sus células en cultivos para reproducir así su carne al infinito.
Esta visión futurista no es ciencia ficción, sino ciencia en pleno desarrollo. Ya hay quienes han probado hamburguesas de carne impresa en 3D y los que las producen están trabajando “en su estética” pues su sabor y nivel proteínico ya fueron alcanzados. Por otro lado, las muestras de cuero o “piel legítima” impresas en 3D son impresionantes. “Se podrán confeccionar artículos de cuero a la medida, sin costuras, sin defectos por picaduras de insectos, por la extracción de cabellos… Se podrá imitar a la naturaleza en sus formas y texturas, pero se podrá mejorar su elasticidad, durabilidad, permeabilidad, resistencia a los elementos”, explica Forgacs.
Escuchar a Forgacs literalmente te deja la piel de gallina. Eriza y hay la tentación de acobardarse ante el futuro. Un provocador le pregunta: “¿Entonces se podrá imprimir carne humana?” Evidentemente, es una tarea más sencilla que hacer crecer órganos complejos para transplantes. La respuesta: “Puede que haya mercado para todo, pero a la postre no será carne humana, así sean exactamente los mismos componentes, será solo un cultivo de células impresas con alta tecnología”.
Comentario caníbal aparte, esta es una revolución en desarrollo. Y su impacto tiene doble filo. Seguramente habrá mucha más gente dispuesta a calzar zapatos de piel impresa con esta nueva tecnología que gente con apetito por la carne de Forgacs. Pero el mercado podría ser de proporciones planetarias. No cabe extrañar que pronto haya más gente en India comiendo carne que no proviene del sacrificio de vacas sagradas.
Por otro lado, como ocurre con innovaciones que cambian las reglas de juego, esta va a beneficiar a millones. Pero también impactará negativamente a toda una generación de nuevos perdedores. El modo de vida de millones de granjeros y personas vinculadas a las industrias de alimentos y de la confección se verán dramáticamente afectadas. Las economías de unos países pueden llevarse la peor parte.