¿El fin de la pasta?

Las historias de miedo sobre el calentamiento global simplemente viran nuestra atención a las maneras menos efectivas de ofrecer ayuda

Las historias de miedo han sido una parte integral del discurso sobre el calentamiento global durante mucho tiempo. Allá por 1997, Al Gore nos dijo que el calentamiento global hacía que los vientos de El Niño fueran más fuertes y más severos. Eso no sucedió. Greenpeace y muchos otros nos dijeron durante años que veremos huracanes más violentos. De hecho, en los últimos seis años, la energía global generada por los huracanes decayó a su nivel más bajo desde los años 1970, mientras que Estados Unidos tuvo la ausencia de huracanes severos más prolongada en toda su historia (Sandy era una “súper tormenta”, no un huracán, cuando llegó a la vulnerable costa este en el mes de octubre).

Pero los miedos no paran ahí. El World Wildlife Fund declaró en 2004 que los osos polares se extinguirían para finales del siglo, y que la calamidad comenzaría en la Bahía de Hudson, donde dejarían de reproducirse para 2012. Los osos todavía se están reproduciendo. Y abundan historias de que el calentamiento global haría llegar la malaria a Europa o Vermont. Pero aquí, también, la evidencia contradice esos temores; de hecho, las muertes ocasionadas por la malaria decayeron más del 25% en los últimos diez años. Es entendible que los expertos, preocupados por el calentamiento global y frustrados ante la ausencia casi total de interés político o de soluciones, vean la exageración como una manera fácil de llamar la atención. El problema es que cuando más tarde se demuestra que estas historias de miedo son erróneas, la gente cada vez se muestra menos dispuesta a escuchar incluso argumentos razonables sobre el calentamiento global. Por cierto, el escepticismo sobre el calentamiento global aumentó, no disminuyó, en la medida que las falsas alarmas se volvieron cada vez más chillonas. Es más, al decir que todos los problemas son causados básicamente por el calentamiento global, la solución casi automáticamente se traduce en recortar las emisiones de CO2, aunque ésta suele ser la manera más lenta y más costosa de lograr el bien menor.

Consideremos la última exageración sobre el calentamiento global: un artículo de Newsweek que sostiene de modo estridente que las crecientes temperaturas pregonan “El fin de la pasta”. Todos los granos principales -arroz, maíz y trigo- ya sufren como consecuencia del calentamiento global, explica el artículo, pero el trigo es el más vulnerable a las altas temperaturas. De esta manera, conforme aumente el calentamiento, veremos “precios sorprendentemente altos” para la pasta y el pan. Su mensaje central es directo: “Si los seres humanos queremos seguir comiendo pasta, tendremos que emprender una acción mucho más agresiva contra el calentamiento global”.

El argumento es erróneo casi en su totalidad. Los rendimientos de los principales cultivos han venido aumentando marcadamente en las últimas décadas, debido a la existencia de variedades de cultivos de mayores rindes y a un mayor uso de fertilizantes, pesticidas e irrigación por parte de los agricultores. Es más, el CO2 actúa como un fertilizante, y su incremento probablemente haya mejorado los rendimientos globales más del 3% en los últimos 30 años.

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