El suicidio: una muerte cada vez menos silenciosa

El cerebro, pese a ser el encargado de almacenar y razonar todo lo que ocurre a nuestro alrededor es, a su vez, el órgano más ininteligible que poseemos. Aproximadamente 100.000 millones de neuronas, a través de descargas eléctricas y complejas sustancias químicas, determinan nuestro comportamiento como ser humano y supervisan que el resto del cuerpo marche a la perfección. Sin embargo, como todo circuito, el cerebro también sufre desgastes y erosiones que afectan a su funcionamiento a lo largo del tiempo y que conllevan, en consecuencia, importantes traumatismos psicológicos que en demasiadas ocasiones traen consigo resultados fatales. Cada 10 de octubre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el día de la Salud Mental, iniciativa que promueve la concienciación contra una problemática en ocasiones estigmatizada pero que, sin duda, necesita más protagonismo en los debates nacionales e internacionales. El suicidio o “la muerte silenciosa”, es una de las principales muertes a nivel mundial, por encima, para sorpresa de muchos, de enfermedades como el cáncer de mama y el VIH, fallecimientos resultantes de conflictos sociales como el homicidio y la guerra o incluso, dependiendo del país, accidentes de tráfico.

“Cada uno es una tragedia”, apunta el director general de la OMS, Dr. Tedros, teniendo en cuenta no solo el sufrimiento del propio enfermo sino también el de su círculo más cercano. En esta dirección, los estudios apuntan que unas 700.000 personas mueren anualmente por esta causa, pero, como señala la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se calcula que la tasa de tentativa de suicidio podría ser 20 veces mayor. Actualmente existe una clara alarma en la comunidad internacional tras la pandemia de la Covid-19, donde se han registrado preocupantes datos que arrojan aún más luz a un problema evidente que incumbe a la sociedad en todo su conjunto. Factores que se han visto incrementados como la ansiedad, la soledad, la pérdida de ingresos económicos o la depresión (se ha registrado un claro repunte, especialmente, en los trabajadores del sector salud) se han sumado a factores ya existentes como el abuso de sustancias, consumo desproporcionado de alcohol o la violencia.

En este sentido, los síntomas más significativos para detectar esta enfermedad son: verbalizar las intenciones de morir, sentir culpabilidad o vergüenza social, sentirse una carga para la pareja o la familia, así como sentir un dolor insoportable, tanto emocional como físico. La OMS argumenta que la mayoría de estos casos son prevenibles y cuentan con mecanismos eficaces de intervención. Sin embargo, la mayoría de estos mecanismos dan por hecho una temprana detección. Esto es algo que ocurre en muy pocos casos, ya que son sus allegados, quienes en ocasiones subestiman o directamente ignoran estos síntomas, o el propio enfermo mental, los que deben identificar a tiempo el trastorno para que pueda ponerse en manos de profesionales.

Una conclusión probablemente apresurada es la falta de recursos suficientes destinados a esta causa. Si bien la inversión debiera ser incrementada y canalizada de manera más eficiente para atajar de raíz este problema, los datos objetivos sugieren que la problemática es profundamente más compleja que lo que el groso de la población cree. Si tomamos como referencia los países europeos, podemos observar que España ocupa el último lugar en cuanto a número de profesionales de la salud mental por cada 100.000 habitantes, contando con solo 25 y siendo igualado, a su vez, solo por Bulgaria. Esto incluye: psiquiatras, psicólogos, enfermeros especializados, etc. En el otro extremo, podemos encontrar que Suecia y Finlandia cuentan con 150 y 200 profesionales respectivamente. Sin embargo, pese a España ser uno de los países de la Unión Europea que menos recursos destina para prevenir el suicidio, los datos estadísticos en cuanto a la población que padece algún tipo de trastorno psiquiátrico o psicológico son de 20.000 por cada 100.000 habitantes. Esta cifra es muy similar en el resto de países. Irlanda, por ejemplo, aun invirtiendo más del triple que España en salud mental, registra también unos 20.000 habitantes con algún tipo de condición mental. Si concretamos aún más en el tema que aquí nos ocupa, la ratio de suicidios en España es de 7,5 por cada 100.000 habitantes frente a la media europea de 11,7. Por otro lado, Suecia registra 12,1 y Finlandia dobla la ratio de suicidios con respecto a España con 15 puntos. Esto solo puede llevarnos a una conclusión: la inversión de suficientes recursos es de suma importancia, pero una eficiente canalización de estos lo es más aún. Además, podemos concluir que no solo es necesaria la inversión para la prevención de esta enfermedad sino, sobre todo, la investigación en sí misma. Si nuestro objetivo como sociedad es atajar este problema de raíz, es importante investigar las diferentes causas. Esto es: estudiar las distintas tendencias, costumbres culturales, hábitos alimenticios, situación geográfica, económica, religiosa, social e incluso, hay quien propondría, estudiar si existe correlación alguna entre el cambio climático y este tipo de trastornos. Solo así podremos identificar con claridad el origen de esta pandemia silenciosa y dirigir los recursos en esa dirección.

Así las cosas, con el ánimo de concienciar a la población y encontrar una solución eficiente que se aleje de conclusiones superficiales sobre esta problemática, los medios de comunicación y las redes sociales están en la obligación moral, muchos argumentan que también en una legal, de transmitir un mensaje objetivo sobre esta pandemia. En este sentido, también es importante que comuniquen el origen multifactorial de la enfermedad y concienticen a la audiencia que la subestimación de cualquiera de los síntomas arriba mencionados significa alimentar la propia enfermedad, en muchos casos, hasta puntos irreversibles. Así mismo, la OMS advierte a los distintos medios de hacer una promulgación responsable de estos hechos, especialmente en el caso de personajes famosos que puedan servir como ejemplo para la sociedad más joven, a la par que obviar datos concretos que pueda dar pie a que algún espectador en una misma situación copie el método de suicidio. Por el lado gubernamental, resulta crítico ejecutar planes no solo de prevención, sino también de evaluación, gestión y sobre todo seguimiento a aquellos pacientes de medio y alto riesgo. Por el lado educativo, proveer a los adolescentes de las herramientas socioemocionales suficientes para crecer en control y gestión de su salud mental, así como apoyo didáctico a los familiares para ayudarles a identificar y reaccionar de manera correcta ante comportamientos y pensamientos destructivos del enfermo. Por el lado de la ciencia y a través de recursos públicos y privados, una investigación eficaz que ayude a comprender las diferentes tendencias y paradojas en cuanto a por qué, por ejemplo, en los países más desarrollados y con mayor poder adquisitivo la tasa de suicidio es notablemente mayor. De esta manera, y con ayuda de la sociedad en todo su conjunto, lograremos que menos personas, con sus respectivas familias y amigos, tomen una de las decisiones más drásticas que se pueden tomar