¿Se ha preguntado alguna vez por qué se levanta en la mañana?, ¿Qué impacto quiere que tenga su idea o proyecto en la sociedad, en las personas?¿Para qué sirve lo que hace?
Cuando sabemos por qué y para qué hemos emprendido lo que hacemos, esa “energía” que nos guía, nos da fuerza y apoya en los momentos de incertidumbre, aquellos que cada vez más, para muchos de nosotros, empiezan a formar parte de la nueva cotidianidad, nuestro esfuerzo y trabajo se canalizan y centran en “un propósito”.
Cuando se emprende, tener un propósito es más importante de lo que se imagina: un porqué que transcienda lo económico, que dé respuesta a una necesidad/oportunidad que hemos identificado y que suponga un cambio para mejor, por pequeño que éste sea, en la vida de las personas.
En ocasiones siento que muchos de los emprendedores que conozco se han subido a un tren confundiendo el fin con el propósito. Ansiosos por encontrar la idea que les lleve al estrellato no se dan cuenta de que ese tipo de emprendimiento está en terapia intensiva.
Por eso animo a que reflexionemos y nos hagamos algunas preguntas: ¿Por qué hemos decidido emprender?¿Cuál es nuestro propósito? ¿Qué problema resolvemos con nuestro proyecto?
Quizá, antes que necesitar dinero, un plan de negocios o un “súperequipo”, necesitemos otras herramientas, como una visión que nos ayude a integrar negocio y tecnología con la experiencia del usuario al que nos dirigimos, que es quien en definitiva tiene que comprar nuestra idea.
Al fin y al cabo, lo importante no son las ideas sino la ejecución.