Esto se pone bueno. La campaña electoral en los Estados Unidos comienza a presentarnos las opciones de ambos candidatos en la crucial materia económica.
En Detroit, un Trump extrañamente acartonado y apegado al teleprompter explicó su política económica. Sería un desastre. Es la fórmula neoconservadora que viene cacareando el estamento republicano desde Reagan hasta hoy. Según ellos, la solución mágica es reducir los impuestos a las corporaciones y sectores con más riqueza, reducir la inversión y los gastos en programas sociales; del resto se encargan los mercados, a los cuales hay que desregular totalmente. Ellos apuestan a que así habrá crecimiento económico, y a las clases medias y trabajadoras les sugieren –sin revisar siquiera el asunto del aumento al salario mínimo– que los beneficios de ese crecimiento irrigarán hacia abajo (trickle down economics).
Insólito, pero la propuesta económica postulada por los principales donantes de la campaña (todos millonarios hombres de negocios) para el hombre que quiebra casinos, fabrica prendas de vestir fuera de los Estados Unidos y se jacta de haber hecho excelentes negocios inmobiliarios montado sobre el drama del 2008 en el que muchas familias perdieron sus viviendas es simplemente “Bush Reloaded”. La misma receta que llevó a Estados Unidos hasta la terrible crisis que diligentemente y a pulso ha logrado superarse bajo la administración Obama. Quizás para Trump ese país estaba mejor en 2008: ciertamente él mismo confiesa que hizo excelente negocios como inversionista buitre en la crisis.
Y hablar de desregulación, ¿qué significa? Pues nada menos que desmontar las leyes promulgadas durante los dos primeros años del gobierno de Obama, que metieron nuevamente en cintura al sector financiero para hacer sostenible el crecimiento económico y proteger así a los consumidores.
Paradójicamente, Trump y los republicanos (con gran desacierto político) escogieron a Detroit como emplazamiento para presentar su ya fallida política económica. Un desatino, porque en 2008 se oponían al plan de salvamento de la industria automotriz, y luego a las políticas de apoyo financiero que exitosamente implementó el gobierno de Obama para sacar a esa ciudad de su crisis fiscal. Allí en Detroit, precisamente, está la clara referencia de por qué las prescripciones de Trump y los republicanos no llevarán a Estados Unidos a un mejor destino: la admirable recuperación de la industria automotriz de ese país es, justamente, una razón para decir a Trump y sus acólitos que se vayan con esa música a otra parte.
Pero el pueblo estadounidense entiende que ese no es el camino: 54 por ciento de los ciudadanos valora positivamente la gestión del presidente Obama, quien ha logrado reducir el déficit fiscal (del 8 al 2,8 por ciento del PIB) y el desempleo (del 11 al 4,7 por ciento), con un crecimiento económico sostenido fundamentalmente en el empleo privado (con más de 15 millones de plazas de trabajo creadas en seis años), así como la transformación de la plataforma energética del país, que ahora no depende de las importaciones, y un petróleo que también ha bajado su precio, en beneficio del consumidor, de $120 a 40$ por barril.
Por su parte, Hillary Clinton también ha presentado su oferta económica. Se propone dar continuidad a lo positivo de la administración Obama y avanzar en varios frentes, entre otros.
Lo primero será aumentar el salario mínimo, hasta el nivel de $15 por hora, estancado increíblemente durante casi tres décadas por culpa de la mayoría republicana en el Congreso.
Segundo, con una propuesta tributaria responsable que garantiza equilibrio fiscal, Hillary está determinada a adelantar un plan agresivo de inversión en infraestructura y energía renovable que, bajo el liderazgo del sector privado, generaría 10 millones de nuevos empleos en sus primeros cuatro años de gobierno. Esta estimación la corrobora quien fue el principal asesor económico de John McCain, quien además afirma que el plan Trump dispararía el déficit fiscal a niveles similares a los del 2008-2009, con la consecuente pérdida de 3 millones de empleos durante el primer año de su hipotético gobierno.
Tercero: Hillary Clinton presenta una política de apoyo y estímulos al crédito para la pequeña y mediana empresa, un sector especialmente importante para los latinos, que son una fuerza emprendedora vital en la economía americana.
Y cuarto: su reforma migratoria con camino a la ciudadanía tendría, según estimaciones de economistas independientes, un efecto positivo sobre el crecimiento económico hasta en cuatro puntos porcentuales, lo cual contribuiría a una reducción del déficit fiscal en el orden de 1.2 trillones de dólares.
Son muchas las falencias y carencias de la propuestas de Trump. Y, en contraste, muchas las fortalezas y aciertos de la administración Obama, así como de las propuestas de Hillary Clinton. Pero además está muy fresco el doloroso recuerdo de la crisis a la que la administración Bush llevó a Estados Unidos con la receta repetida por Trump en Detroit.
Tiene razón el vicepresidente Biden cuando dijo, en la Convención Demócrata: “Trump no tiene idea de las luchas y sacrificios de la clase media y trabajadora”. Y su plan económico lo pone en evidencia.
Frente al agotado y fallido planteamiento de Trump y los republicanos del trickle down economics evidenciado con la crisis del 2008, Hillary Clinton y los demócratas promueven la idea del middle class economics, cuyo éxito lo refrendan las administraciones de Bill Clinton y Barack Obama. Así de simple y explícita es la disyuntiva ante la que están los electores estadounidenses en noviembre.
Nos leemos por twitter @lecumberry