Bajo la tesis ya tan recurrida de la contrainsurgencia de “sacar el agua al pez”, uno de los principales blancos fue al pueblo indígena itzil que habita en el Quiché, al nororiente de Guatemala, al que se buscaba diezmar, o acaso hacer desaparecer, señalado como colaborador de la guerrilla por los golpistas, y en eso no había tapujos. Uno de los voceros militares de Ríos Montt llegó a decir en público que lo mejor que podía hacerse para derrotar a los subversivos, era “matar a los indios”. Y con esto quería decir ancianos, hombres, mujeres, niños.
Hoy, tres décadas después, y a los 86 años de edad, el cruzado neo pentecostal comparece por fin delante de un tribunal civil para responder por varios cargos criminales, el más importante de ellos el de genocidio, junto al general Mauricio Rodríguez Sánchez, entonces jefe de Inteligencia militar (G-2).
Los testigos, aún con el temblor del miedo en su voz, relatan atrocidad tras atrocidad, y sus palabras desafían a la imaginación más tenebrosa. Para entonces muchos eran niños que lograron escapar de la sentencia de muerte decretada contra todos ellos por el alto mando. Ríos Montt sabía muy bien de historia sagrada, y los planes que aprobó se parecen mucho a los del rey Herodes, sólo que más sofisticados. Los niños itziles tenían un nombre cifrado en esos planes: chocolate. No había que dejar a un solo chocolate vivo.
IV. La guerra de Herodes contra los chocolates
Soldados que se comían los sesos de los niños después que sus cabezas habían sido partidas a golpes contra las rocas. Niños lanzados al aire y ensartados en bayonetas. Vientres de mujeres abiertos a cuchillo para sacarles a los hijos en gestación. Niños quemados vivos.
Francisco Velasco cuenta que mataron a once familiares suyos y a su hija de doce años la encontró tirada en el piso de su vivienda con el pecho abierto y sin corazón. “Los soldados le sacaron el corazón, no sé si con cuchillo o machete. ¿Mi niña qué delito tenía? ¿Mi mamá qué delito tenía?”
Nicolás Toma, de San Juan Cotzal, dice que una patrulla de soldados llegó a su aldea Villa Hortencia Antigua y mataron a todos los niños: “Les metieron bala en el pecho que salió por la espalda”. No habla español, y necesita del auxilio de un traductor. Los soldados violaron uno tras otro a las mujeres, ancianas y jóvenes, y luego las degollaron.
“No hubo perdón para ancianos, ni niños ni mujeres embarazadas”, dice otro, “en ocasiones los niños se iban vivos a las fosas en los rebozos de las madres. Cuando una fosa estaba llena de víctimas, le echaban tierra. Ellos los agarraban del pelo y los puyaban en el pecho, y después los empujaban a la fosa”.
Otro testigo declara que cuando fueron a buscar a su hijo Pedro de cinco años de edad, “ahí estaba tirado, mi chiquito muerto”. Tuvieron que dejarlo en la huida, y “ahora por fin está enterrado en el cementerio de Cunén”, después que los antropólogos forenses identificaron sus restos. Y dice otro: “los soldados primero quemaron las casas y a los niños que estaban allí les cortaron el pescuezo con cuchillo, la cabeza la usaban como pelota, nunca se me ha olvidado y nunca se me va a olvidar”.
¿Quién puede olvidar esta guerra de Herodes para acabar con los chocolates?-
El blog de Sergio Ramírez. El Boomerang