MIAMI- Luego de leer la literatura de algunos de los principales expertos en innovación en el mundo -Clayton Christensen, Henry Chesbrough, John Kao, James Andrew y Harold Sirkin- me quedé fascinado, aunque también frustrado. La innovación es la producción de nuevos conocimientos que generan valor. Se trata de ideas frescas que dan origen a nuevos productos; servicios y procesos; nuevos métodos para administrar y diseños originales e invenciones que generan ganancias para las firmas, regiones y países.
Gran parte de los expertos coinciden en que no hay fórmulas o recetas listas para innovar. Sin embargo, ¿es posible crear las condiciones apropiadas –a fin de filtrar ideas y ejecutar planes, y por consiguiente, facilitar la creatividad- para que florezca la innovación?
Tal vez se pueda enseñar a los directivos cómo fomentar la innovación mediante la creación de un ambiente que estimule y motive la libertad individual, la creatividad y la crítica constructiva. La innovación puede darse más cuando es posible desafiar las restricciones y la autoridad; cuando los individuos y grupos tienen la posibilidad de ignorar las convenciones; cuando se permite y se estimula la convivencia de varias ideas, personas y culturas; y cuando las técnicas gerenciales permiten que las firmas e industrias reconozcan, identifiquen y aprendan de los errores tan rápido como sea posible.
Por encima de todo, la innovación florecerá en donde quiera que se reconozca que debe estar abierta al mundo físico y al de las ideas, y que, dado que ninguna firma, proceso o invención tienen un futuro garantizado, todos deberían estar preparados para lo incierto. La innovación puede aumentar todavía más cuando las firmas y los directivos se den cuenta que incluso las empresas más exitosas –las que “han hecho todo bien”- pueden consumirse y desaparecer. En suma, la innovación despegará si se entiende que el mundo está cambiando rápidamente, que es demasiado dinámico, y que el futuro es impredecible.
Se trata de grandes ideas, pero a medida que leía estos textos me di cuenta que me eran muy familiares –tenía la impresión que, de algún modo, en algún lugar, ya los había estudiado. Pronto supe que esas ideas brillantes ya se habían desarrollado en la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia. En efecto, la innovación es simplemente un subconjunto del conocimiento científico.
Según la escuela de la crítica racional, cuando las teorías existentes no pueden explicar ni solucionar los problemas presentes, y cuando la crítica constructiva se permite y fomenta abiertamente, es más probable que florezca, como sucede con la innovación, la formulación de nuevas hipótesis -y por tanto nuevos conocimientos científicos. En este punto, también, la formulación de nuevas ideas e hipótesis muy a menudo se desarrolla lejos de la influencia de los expertos, porque los expertos, igual que los directivos empresariales, frecuentemente se vuelven prisioneros de sus especializaciones y formaciones.
Hay más posibilidades de que se produzcan conocimientos científicos en ambientes que aceptan la inexistencia de métodos lógicos o preconcebidos para formular hipótesis; en los que se acepta que éstas pueden ser el resultado de la inspiración repentina; o que pueden tener su origen en los sueños, en otras disciplinas o en personas con diferentes profesiones o formaciones.
Una vez que se ha formulado una hipótesis plausible se debe contrastar con todas las teorías existentes, así como con la información y experiencia disponibles. Tiene que ser objeto de críticas de todo tipo, y solamente si pasa la prueba de todos los exámenes y críticas podrá ser adoptada como conocimiento nuevo hipotético de carácter temporal. La ciencia y el conocimiento no están hechos de teorías triunfadoras sino de las que han sobrevivido a los esfuerzos continuos y sistemáticos por refutarlas. Las teorías nunca son seguras y siempre deben estar preparadas para el futuro incierto. O, como lo dijo Karl Popper, la verdad nunca es definitiva y el error siempre es probable.
De los libros que he leído sobre el tema ninguno hace la relación entre la innovación y la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia. Es desafortunado porque las teorías de la innovación pueden ser objeto de todas las preguntas, conjeturas y respuestas que dichas disciplinas han desarrollado con relación al conocimiento científico. Si los estudiantes de administración de empresas y los futuros directivos en ese campo se metieran de lleno en la filosofía de la ciencia, no sólo tendrían más conocimientos y un mayor respecto hacia la ciencia, sino que también serían más rigurosos y más competentes, mostrarían un mayor respeto hacia otras disciplinas y serían más humildes.
Al mismo tiempo, los profesores y los estudiantes de filosofía sacarían provecho de las cuestiones que desafían a las firmas e industrias. Podrían ampliar sus horizontes y darse cuenta que ellos también pueden contribuir a la productividad de las firmas, las industrias y de la economía en general. Sin embargo, ya es hora de que algunos de los principios básicos de la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia se introduzcan en las escuelas de administración de empresas.
Santiago Montenegro