Inversión con impacto económico y social

Muchos Gobiernos están adoptando e incentivando fiscalmente las inversiones sociales de las empresas ante la presión para reducir el déficit público y están encontrando un equilibrio entre la necesidad de reducir el gasto y atender las necesidades sociales

Antes de inversores, somos seres humanos. Desde hace años se está desarrollando la tendencia de considerar la responsabilidad social en las decisiones de inversión y no solo maximizar el beneficio, aunque este sea el objetivo principal. Por tanto, no se trata de filantropía, pero existe una corriente filosófica que no considera ambos objetivos mutuamente excluyentes.

Por ejemplo, desde hace años se ha generalizado entre la comunidad inversora las inversiones socialmente responsables (o SRI, por sus siglas en inglés) que buscan rentabilidad pero excluyen de su universo empresas que pertenezcan a determinados sectores (tabaco, alcohol, armas, etcétera).

Esta corriente de finanzas sociales ha calado también a nivel de gobierno corporativo y existe una tendencia que piensa que una empresa debe ampliar la perspectiva en su objetivo de maximizar el beneficio. No incluir solo a los accionistas (shareholders), sino incluir a otros grupos de interés que pueden verse afectados por las decisiones de la empresa (empleados, proveedores; denominados en sentido más amplio ‘stakeholders’). Esta corriente considera que, a largo plazo, los accionistas se verán beneficiados en mayor medida también por esta mayor concienciación social en el gobierno corporativo.

No obstante, aunque muy incipiente, existe una corriente que da un paso más, denominada inversión con impacto o inversión social rentable. ¿En qué consiste? Son fondos que invierten en empresas que, además de ser rentables para el inversor, generan un impacto positivo a nivel social o ambiental. Es decir, una empresa privada se une a un proyecto social y se gestiona como un negocio. De este modo, es autosostenible, ya que son proyectos que puramente filantrópicos no se podrían emprender. Ejemplos típicos son el desarrollo urbanístico en zonas marginales o el desarrollo de la economía agrícola en países emergentes.

Aunque pudiera parecer incongruente mezclar criterios de rentabilidad y concienciación social, la previsión de desarrollo es inmenso. JP Morgan y la Fundación Rockefeller cifran el tamaño actual del mercado en un mínimo de 400.000 millones de dólares y podría alcanzar el billón en 10 años. Muchos Gobiernos (incluido Estados Unidos y Reino Unido) ya están adoptando e incentivando fiscalmente estas inversiones ante las presiones para reducir el déficit público y están encontrando un equilibrio entre la necesidad de reducir el gasto y atender las necesidades sociales.

El crecimiento de esta industria está siendo lento debido a la mayor aversión al riesgo derivada de la crisis financiera, la cual debería ser aprovechada para motivar una modificación legislativa que incentive la inversión con impacto y una lazos entre inversores y los proyectos sociales. No obstante, se están asentando las bases y existen instituciones que la promueven (GIIN, Global Impact Investing Network) y ya existen casi 200 fondos de capital riesgo focalizados en el impacto. Los principales retos derivan de sus riesgos (similares al capital riesgo, como reducida liquidez y las habituales ligadas a la inversión en países emergentes) y una carencia de historial o track record sobre el éxito y rentabilidad de estas inversiones para propiciar su desarrollo.

Por tanto, inversores, emprendedores y filántropos tienen una labor importante para proveer el liderazgo, capital y colaboración que se necesita para que cristalice esta filosofía en pañales, la inversión para el impacto.

Fuente: Usman Hayat y Miguel Ángel García-Ramos, director de Finanzas Islámicas en CFA Institute y miembro de CFA Society Spain, respectivamente | Cinco Días