No existe ninguna fórmula matemática que indique la falta aprendizaje de los conocimientos y estilos de vida necesarios para el mundo nuevo que vivimos. Sencillamente, constatamos que, cuando no se ejerce el liderazgo que reclaman las circunstancias nuevas, la empresa deja de ser productiva; que, cuando no se dominan las técnicas para decidir intuitiva y emocionalmente, algo falla a nivel organizativo. En definitiva, solo el balance final puede aportar la prueba de que se aplicaron o dejaron de aplicarse las nuevas competencias requeridas. Pero, entretanto, no es bueno confiarlo todo a la buena suerte y lo lógico sería profundizar en la definición de esas competencias.
En primer lugar se trata de suplantar el sistema competitivo al que se nos ha acostumbrado por un diseño totalmente opuesto, basado en la colaboración. Trabajar en equipo requiere no fiarse solo de uno mismo, sino diseñar con la ayuda del resto la manera de profundizar en el conocimiento. Colaborar, en lugar de competir, requiere un trato y una sabiduría a los que se está poco acostumbrado.
Uno de los descubrimientos que han cimentado la posibilidad de aplicar el aprendizaje social y emocional ha sido el papel inusitado del inconsciente; resulta que el lugar ocupado por el pensamiento racional en el cerebro es insignificante comparado con el poder de la intuición. Casi todo se elabora en el inconsciente partiendo de premisas intuitivas. Ahora bien, sería iluso creer que la intuición puede funcionar sin cierta preparación; todos los investigadores, incluidos premios Nobel como Kahneman, nos alertan de la necesidad de saber desgranar las estructuras que también caracterizan a la intuición.
Es preciso, además, aceptar lisa y llanamente lo que se ha demostrado en los laboratorios: las demandas instigadas por la empatía, por la facultad de saber ponerse en el lugar del otro, son mucho más decisivas que las movidas por el puro egoísmo. Cuesta al común de los mortales aceptar los resultados de los experimentos de la Harvard Business School que demuestran que uno tiene muchas más posibilidades de dar con la felicidad cuando busca la de los demás que la suya propia.
Estamos saliendo solo de la Prehistoria en lo que se refiere a las técnicas de comunicación. Es preciso mejorarlas recurriendo a las técnicas digitales, pero no solo así. Hacer llegar a los demás el mensaje implícito en las nuevas tecnologías requiere atender, entre otros impactos, a la comunicación no verbal.
No hemos siquiera iniciado la elaboración de las técnicas de concentración. Muchos padres y educadores atribuyen la supuesta falta de atención de sus hijos y sus alumnos a su fácil acceso a plataformas dispares. Pero en realidad, como dicen los sajones, it’s not a deficit attention, it’s that I am not interested (no es un déficit de atención, es que no estoy interesado). No tenemos respuestas todavía a la falta de aprendizaje de la creatividad con la que se enfrentan los alumnos, no solo los artistas.
Ahora bien, si debiéramos establecer un orden de prioridades, sin caer en el vicio anterior de la jerarquización de las competencias –que tanto daño ha hecho proscribiendo la creatividad–, nadie debiera olvidarse de la necesidad imperiosa de que cada alumno, cada maestro y cada persona sea capaz de identificar aquello que le hace vibrar y desearlo para comunicarse con los demás. Sin olvidar que no basta con localizar el elemento, sino que hace falta profundizar en su conocimiento hasta controlarlo. Yo no sé de otra manera.